Para los gnósticos Dios, el dios bueno, era sólo un creador parcial, un creador impotente del que emanaban las almas humanas, pero no el cuerpo ni el mundo temporal que las acogía. Sin embargo, el Gran Arconte o dios malo era el autor del universo, el tirano que aprisionaba a los espíritus en la cárcel de la materia, oprimiéndolos con la violencia y la mentira. Puesto que este dios monstruoso no era el artífice de la vida, tampoco podía quitarla; y puesto que el dios pasivo, ausente y bondadoso no era autor del mundo, no podía mejorarlo. Así pues, la única salvación pasaba por el abandono voluntario de la vida y el triunfo sobre lo creado. La ética estoico-maniquea que deriva de estas fabulaciones metafísicas es, en cierta medida, la que ha animado infinidad de insurrecciones antisistema, aunque ella misma -que finge una perfectibilidad en la que no cree- sea susceptible de convertirse en sistema, institucionalizando lo que el anterior Papa bautizó como la cultura de la muerte.
Perillán
Hace 1 hora
2 comentarios:
...una ética que, por cierto, guía también la vida de multitud de almas e instituciones cristianas, como una especie de tumor que crece sobre las células vivas, un enemigo en casa contra el que hay que estar prevenidos y alertas...
Así es. He intentado, mediante la contraposición de este post con el que lo precede (escrito hace cuatro años), distinguir la gnosis ordinaria de la verdadera gnosis, que es la cristiana. Ambas pueden mezclarse insensiblemente y dar resultados espantosos, como la teología de la liberación, entre otros.
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