El ateo está culturalmente imbuido de religión. Es decir, ha heredado o imitado los escrúpulos de sus padres y sus abuelos, que fueron religiosos. Con todo, halla un grato entretenimiento ganando batallas a la teoría para acto seguido rendirse en la práctica. Nietzsche vio eso: "Por cada paso que los ingleses hacen retroceder a la teología, obligan a la moral a avanzar otro", escribió. Se reía de ello, porque es verdaderamente inconsecuente.
Leibniz, de sentir muy contrario al anterior, era en esto sin embargo del mismo parecer. Por ello rubricó las siguientes palabras, a propósito de los negadores de Dios y de la inmortalidad del alma, y del tópico del ateo virtuoso:
Sé que personas eminentes y bien intencionadas defienden que esas opiniones teóricas tienen una influencia en la práctica menor de lo que se cree, y sé también que hay personas de natural excelente, a las cuales las opiniones nunca podrán arrastrarles a hacer algo indigno; por otra parte, los que han llegado a tales errores por medio de la especulación, acostumbran a estar naturalmente más apartados de los vicios de lo que puede estarlo el común de los mortales, aparte de que tienen que tener cuidado con la dignidad de la secta de la cual son como jefes; se puede decir, por ejemplo, que Epicuro y Spinoza han llevado una vida absolutamente ejemplar. Pero esas razones dejan de ser válidas de ordinario en sus discípulos e imitadores, los cuales, al sentirse liberados del importuno temor a una providencia vigilante y a un futuro amenazador, dan rienda suelta a sus brutales pasiones, y orientan su espíritu a seducir y a corromper a los demás; y si resultan ser ambiciosos y de natural un tanto duro, pueden llegar a ser capaces, por su placer o medro, de pegar fuego a la tierra por los cuatro costados: yo he conocido algunos de este temperamento, a los cuales la muerte se los llevó. Pienso incluso que opiniones cercanas a éstas que vayan insinuándose poco a poco en el gran mundo, regido por otro tipo de gentes, de las cuales dependen los negocios, dispondrán todo para la revolución general que amenaza a Europa, y acabarán por aniquilar lo que todavía queda en el mundo de los sentimientos generosos de los antiguos griegos y romanos, los cuales preferían el amor a la patria y el bien público, y el interés por la posteridad, a la fortuna e incluso a la vida.
El filósofo previó con casi un siglo de antelación la Revolución francesa, que partió de la corrupción de las ideas de Rousseau, un deista, incubadas por su discípulo el Marqués de Sade, un ateo congruente para el cual la moral y la teología debían retroceder juntas.
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