martes, 18 de septiembre de 2007

La ciencia del bien y del mal


He leído más o menos esbozada la razonable opinión de que la ciencia no puede constituirse en base de la moral, dada la provisionalidad de toda investigación que concierna al universo. Si no es la ciencia, pues, tendrá que ser el acuerdo sobre la finalidad correcta de determinadas acciones la que se ocupe de ello. Es decir, la ética.

Toda ética requiere un sujeto desde el que es elaborada y al que tiene como destinatario. Ahora bien, si hacemos depender esta subjetividad de nociones científicas, subordinadas a su vez a un instrumental de precisión y, por tanto, provisionales, como son las que maneja la psicología o la neurología, estaremos edificando sobre una base inestable. Así que, más allá de determinarnos como especie en oposición a las demás, poco puede hacer por nosotros la ciencia a la hora de ordenar nuestra conducta.

Pero ni siquiera la ética servirá de algo salvo que partamos de una individualidad axiomática en virtud de la cual sea legítimo imputar derechos y obligaciones en cada caso concreto. Lo axiomático no admite ser cuestionado por el consenso, por lo que comparte una estructura similar con la de la religiosidad, cuyas nociones típicas (Dios y el alma) fundamentan un edificio de certezas morales. Así, lo herético y lo inmoral se tornan uno, al menos sobre estos puntos.

Añado que no tengo ninguna confianza en los mecanismos naturales que puedan potenciar nuestra sociabilidad como especie. La existencia misma de la ley penal en todas las culturas pone en tela de juicio la capacidad del hombre para decidir sobre lo que le conviene.

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