El fin de la música, como el de todas las artes plásticas, es la proporción. No se diga que este fin se lo da el hombre, pues bien podría haberle dado otro. El cerebro humano no es condición necesaria ni, por supuesto, suficiente para que una melodía alcance su fin armónico. Porque, si el mecanismo ateleológico de la selección natural ha podido generar nuestros complejísimos cerebros, según creen los darwinistas, ¿cómo no iba a poder crear la naturaleza un sonido bello, semejante a la armonía de las esferas de los pitagóricos?
Perillán
Hace 36 minutos
8 comentarios:
El fin de las artes, incluida la música es una de las preguntas inevitables. ¿Es la belleza lo que apreciamos en el arte, o lo que apreciamos lo apreciamos como bello, es decir, está la belleza en los ojos (oídos) del espectador?
Cuando hablamos, manejamos signos materiales: sonidos, y asociamos a ellos los significados. Sólo a veces, en las onomatopeyas como Cuco, el pájaro, o Tórtola, reproducimos el canto de esas aves y no son signos totalmente arbitrarios.
¿Es la belleza un signo arbitrario de que algo nos debe interesar o forma parte de una realidad independiente de que exista el ser humano o este ser humano que escribe ahora?
En los estudios sobre estética parecen evidentes dos cosas: la primera, que lo sentido es un estado de la mente y que difícilmente podemos desvincular mi sensación de color rojo o de acorde de tercera mayor de mi naturaleza humana; la segunda, que muchas cosas que experimentamos como bellas son buenas o útiles, como el sabor dulce que evidencia que hay azúcar que nos alimenta, o un olor pútrido que evidencia que se trata de algo que debe ser recjhazado.
Pero ¿qué hace atractiva estéticamente la música? Podemos admirar la forma como señal de juventud y salud y en eso principalmente cosiste la belleza corporal (salud y aptitud par la reproducción y cuidados parentales). Podemos disfrutar con el olor y el sabor como indicios de cosas beneficiosas para la alimentación o bien desagradarnos como señales de las perjudiciales. Lo mismo del tacto, que revela muchas cosas al que acaricia y es acariciado.
El oído transmite información de muchos tipos pero ¿y la armonía y la melodía? ¿Qué información transmiten? ¿Cuál es la base de su belleza?
Muchos filósofos han respondido que la proporción de las notas de la escala y la consonancia de los acordes tienen que ver con las proporciones de longitud de las cuerdas o de los armónicos de las vibraciones. Pero esto no es evidente, para mi al menos. De hecho, el acuerdo con este principio de la consonancia de los acordes más simples, do-mi-sol como ejemplo, choca con que prácticamente todo acorde que no incluya más de un intervalo de semitono puede sonar "bien".
Otro día más.
Tu reenfoque del tema me interesa. Si en otra ocasión nos preguntábamos qué función biológica tiene disfrutar con el mal ajeno o recrearse en el propio, no está de más repetir la pregunta para el sentimiento de belleza. Pero creo que aquí la solución es harto más sencilla. La belleza es forma, y la forma se capta con la inteligencia. A más inteligencia, entonces, más capacidad para percibir lo bello. Y no hace falta insistir en las ventajas de los seres inteligentes para reproducirse.
Ni lo bello ni las causas en general proceden del ojo del observador, que se limita a recibir su efecto; o a completarlo, a lo sumo.
Sólo admito una excepción, y es la belleza femenina, que no creo que exista. Las mujeres son deformes, en especial su cintura, que es sin embargo una de las partes de su cuerpo más elogiadas en la historia. Sus pechos son jorobas simétricas y sus genitales repugnantes. Nos resultan, en fin, tanto más atractivas cuanto más débiles y estúpidas parecen.
Me he preguntado a menudo a qué se debe esta locura. Sólo se me ocurre una respuesta, cuya obviedad se impone: sin mujeres no podríamos ser hombres. Necesitamos someterlas para realizar un fin implícito de la masculinidad de la que somos vehículos biológicos conscientes. El placer que sentimos al contemplarlas no es un placer sereno, sino semejante al del avaro que desea poseer y retener más allá de toda medida; o al del demente, que goza destruyendo a su antojo.
Puedo estar de acuerdo con que parte, al menos, de la belleza de una obra de arte depende de la inteligencia porque lo mismo que los diversos colores o formas pueden encontrarse en estructuras percibidas como armónicas o inarmónicas, las estructuras complejas de las obras de arte pueden percibirse sólo por el análisis inteligente y pueden verse como bellas sólo si se perciben.
Por ejemplo, parece claro que un acorde do-mi-sol parece armónico sin necesidad de más análisis, o la sucesión de las notas do mi sol, pero la estructura de un canon ha de ser percibida más allá de la melodía para ser percibida como bella. Si se desconoce que dos voces progresan en imitación canónica no se puede percibir como algo bello más allá del progreso de cada voz y sus encuentros armónicos o inarmónicos respectivos.
Así, la belleza no existe si no es percibida. Existirá la disposición de formas o estructuras pero no la sensación de belleza, cosa que sólo tiene lugar en la percepción humana.
Las temperaturas que hace congelarse el agua o la que hace que hierva pueden ser definidas como frío o calor. Pueden incluso ser incompatibles con la vida y perjudiciales para el ser vivo sometido a ellas. Pero la sensación de calor y de frío sólo existe en el ser que percibe.
Podemos decir lo mismo de la belleza que es algo que sentimos de unas estructuras y que nos hace preferirlas a otras, pero no es algo de la estructura, lo mismo que la vedad no es algo de la proposición sino de la relación que establecemos entre la proposición y la realidad. En el caso de la belleza es la relación entre las estructuras y nuestra sensibilidad. Es decir, que sin ojo ni hay colores ni hay arte.
Y como ejemplo, evidente en mi opinión, la belleza de las mujeres.
Entiendo de algunos comentarios en los blogs que usted está casado y creo que tiene un hijo. Y espero que su esposa no vea ese comentario suyo. Pero eso son cosas personales que es preferible dejar aparte de la discusión racional.
Yo podría decirle que los pechos de algunas mujeres, su cintura, sus genitales, son bellísimos porque así los veo y los siento. No se trata de algo en ellos mismos sino en la manera en que a Usted le producen un efecto psicológico y a mí otro. Y como se trata de las mismas realidades, es obvio que la diferencia consiste en la diferencia entre usted y yo.
Negar la belleza objetiva es como negar la objetividad de la causación, reduciendo los fenómenos a algo que acontece de manera aleatoria ante mis ojos. Hume sostuvo coherentemente ambos postulados, pero cualquier no humeano debería cuidarse mucho de compartir estas opiniones estéticas.
A propósito de las mujeres: en efecto, estoy casado y tengo una hija. No cambié mi estado civil por imperativo categórico, sino por gusto y por otras consideraciones que no vienen a cuento aquí. Me siento indudablemente atraído por los encantos de una mujer, pero -y en este punto quiero poner el énfasis- ello no conlleva que sean verdadera belleza. Del mismo modo, del hecho que un cuerpo masculino desnudo y somatotónico me resulte repelente no se sigue que, bajo un análisis objetivo, éste no sea mucho más perfecto que las hechuras endomorfas de las féminas, rasgos éstos sinuosos y violentos que, en el mejor de los casos, podrían producir la fascinación que mostramos ante los animales salvajes o, si acaso, la compasión que nos inspiran los niños o los raquíticos.
Es probable que todos pensáramos del mismo modo sobre este particular si nos viéramos librados de la pasión enfermiza y el sentimiento de inferioridad con los que a menudo juzgamos al sexo opuesto.
Por cierto, escribí que sólo admitía una excepción al carácter objetivo de la belleza, pero no hay necesidad de ser tan categóricos. Otro supuesto de índole similar es el goce que nos inspira un plato de comida bien elaborado. Sócrates dijo que la gastronomía no es arte, sino adulación.
Antes de nada, felicidades por ambas mujeres. Pero paso a donde no estamos de acuerdo.
Lo que pensamos de las cosas no es estrictamente lo que existe en ellas sino que incluye nuestras relaciones. Así, que una cosa sea grande o que esté a la izquierda no es algo de la cosa, diga Leibniz lo que diga sino que implica un segundo ser que juzga esas relaciones. Sin ese segundo ser, el elefante no es grande ni el ratón pequeño, pues depende de que lo juzgue un ser de tamaño intermedio entre los dos, que somos nosotros.
Evidentemente una cosa tiene una figura pero su tamaño es algo relativo. Del mismo modo, una cosa se mueve si cambia su distancia con otra cosa y no en absoluto pues no podemos saber nada salvo el cambio enn la relación.
La causa de que veamos algo grande no es que SEA grande, sino que aparece como grande al contemplarlo. Lo mismo de estar a la izquierda, o encima o debajo pues es idéntico "a encima de b" que "b debajo de a" y encima o debajo son sólo consideraciones acerca del orden en que pensamos los objetos.
La belleza no es algo que pertenece al objeto tampoco. Puedo ver que es cuadrado, verde, porque cuadrado es una descripción de relaciones entre objetos (de cuatro lados iguales tales que se cruzan perpendicularmente, o del mismo color que la hierba) pero no que es bello pues eso no implica una relación entre objetos percibidos sino entre el objeto y yo. Es comparable a si yo creo que mi sensación de verde ESTA en el objeto. En la realidad hay una causa objetiva de esa percepción y es por eso por lo que veo la hierba verde y la sangre roja (es decir, diferencio dos realidades sólo si son diferentes y las identifico sólo si son idénticas en cuanto a mí y por tanto, `producen sensaciones idénticas) pero no puedo identificar una sensación con una cualidad real porque no se puede identificar la causa con el efecto.
Así puede suceder que una cosa parezca bella a uno y fea a otro, como puede parecer lejana a uno y cercana a otro. Es su conexión con la sensibilidad del espectador lo que constituye la base de la belleza en la cosa. Y el ejemplo de la comida es muy adecuado. Pero también el de la música dodecafónica o las obras de Gesualdo.
Lo que pensamos de las cosas no es estrictamente lo que existe en ellas sino que incluye nuestras relaciones. Así, que una cosa sea grande o que esté a la izquierda no es algo de la cosa, diga Leibniz lo que diga sino que implica un segundo ser que juzga esas relaciones. Sin ese segundo ser, el elefante no es grande ni el ratón pequeño, pues depende de que lo juzgue un ser de tamaño intermedio entre los dos, que somos nosotros.
¿Y qué es la proporción sino una relación? Pero no una relación entre el objeto y yo. Se trata de relacionar el elemento con su clase. Al elefante se lo juzga grande en relación al resto de animales, y la hormiga es tenida por pequeña por el mismo motivo. Si todo fuera relativo a mí, y yo el eje de todo lo que percibo, el elefante sería más grande o más pequeño según me acercase a él o me alejara del lugar donde se encuentra. En lugar de eso, fundo mi aserto en razones compartibles.
La belleza no es algo que pertenece al objeto tampoco. Puedo ver que es cuadrado, verde, porque cuadrado es una descripción de relaciones entre objetos (de cuatro lados iguales tales que se cruzan perpendicularmente, o del mismo color que la hierba) pero no que es bello pues eso no implica una relación entre objetos percibidos sino entre el objeto y yo.
El "yo" es la sistematización de un cúmulo de relaciones previas, sean éstas experimentadas en carne propia o heredadas. Así, el concepto de sujeto, lejos de ser un bastión irreductible e inaccesible al análisis, entraña también una armonía y un orden en las formas. Lo contrario es solipsismo, tendencia extraña viniendo de ti, que dices verla en Leibniz.
Gracias por la felicitación.
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