Hay dos maneras de estudiar la belleza visual: como efecto y como causa. La belleza como efecto depende de la luz, la perspectiva y el estado de ánimo. La belleza como causa, en cambio, todo se lo debe a la proporción y a la armonía.
La historia del arte pictórico encarna ambos paradigmas sucesivamente: en su cumbre (Renacimiento y Barroco), la belleza plasmada es de tipo objetivo, según normas rígidas y áureos cánones, sin más concesiones al espectador que las que permitía una teatralidad retórica. Sin embargo, en su declive estético la pintura se vuelve relativista y reduccionista, encastillándose en lo opinable de la percepción, ya sea la luz (Impresionismo), la perspectiva (Cubismo) o el estado de ánimo (Expresionismo). Tras agotar todos sus corsés, carente ya de esqueleto, la obra se suicida en la abstracción o en la repetición.
Aprendamos de esto.
Sánchez & Cía., del Estado fallido al Estado podrido
Hace 2 horas
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