lunes, 12 de marzo de 2007

Misocalia


Creo que he dado con la enfermedad que provoca el ateísmo, o tal vez sea sólo uno de sus síntomas más notorios: el odio a lo bello, previa contracción egoísta del gusto. El ateo está convencido de que hay siempre algo lúgubre como fundamento último de las cosas. El mundo no es más que un caos disfrazado de orden; el hombre, una fiera adiestrada para ser próspera; la verdad, en fin, el consenso al que esa turbamulta de bestias llega de vez en cuando y por un breve periodo de tiempo.

¡Ah, la belleza decepciona! Pues renunciemos a ella para siempre. Toda la sabiduría realista se agota en esta piojosa máxima schopenhaueriana.

3 comentarios:

Fernando G. Toledo dijo...

Según Daniel, todos estos increyentes odian (odiaban) la belleza:

Berlioz, Bizet, Paganini, Lennon, Boulez, Gilmour, Björk; Van Gogh, Picasso; Shelley, Lovecraft, Twain, Joyce, Beckett, Borges, Orwell, Frost (etc., etc., etc.).

Y sin embargo su obra estética es un tesoro para la cultura humana.

Daniel Vicente Carrillo dijo...

En este post he preferido situarme en la frontera entre lo ético y lo estético (ver también "Autorretrato en espejo"). Habría que ir caso por caso para juzgar a tus artistas y comprobar hasta qué punto se recrearon en la fealdad o en lo opinable. De todos modos -y esto es también una opinión, arriesgada por cierto- considero que el artista jamás es ateo cuando crea. Apela a un orden superior e incomprensible en parte, lo que lo distingue del científico.

Fernando G. Toledo dijo...

Soy artista y jamás de los jamases creo en un orden superior cuando creo. Es cierto: una golondrina no hace verano. Pero no creo ser la única excepción.
Lamento decepcionarte. La frontera entre lo ético y lo estético quizá es eso: una frontera.