El hombre, a diferencia del animal, es un ser histórico y por ello capaz de obrar contra natura a voluntad. Este rebelarse y enfrentarse a la naturaleza es lo que el relato del pecado original señala como algo eminentemente malo, doloroso y estéril. Nuestro existir es poco más que la consciencia de un fracaso. No porque todo pasado fuera mejor, sino porque sin pecaminosidad y forcejeo con Dios no hay vida ni epopeya humanas. No hay muerte, no hay reproducción, pero tampoco hay moral ni auténtico devenir. ¿Tuvo lugar ese estado paradisiaco? Sólo como promesa. Y como promesa permanece, pues fue en dos ocasiones formulada y rota en una.
El gnóstico y el darwinista creen que la maldad en el hombre se debe a lo que en él hay de animal y de natural. Encerrado en la tenebrosa prisión de la carne, o en el determinismo de los genes, el hombre no podría más que comportarse de manera "egoísta" y antisocial, lo que nos conduce al fatalismo típicamente maniqueo. El universo -se nos dice- es indiferente al bien y al mal, dado que carece de fines. La cultura y la política serían las encargadas de dar fines superiores a la especie, generando la segunda naturaleza de los sofistas, que en realidad es la imitación torticera de la originaria, trocada la brutalidad en astucia. El amor fati exige también el olvido de sí, la disolución en una fuerza genérica como la comunidad o el Estado.
Ahora bien, tan falso es decir que el hombre fue o es un simio como afirmar que fue o es un ángel. Un hombre es un hombre: una singularidad, un individuo; si acaso, una textura abierta. La animalidad y su opuesto son en él tendencias, no realidades. Así, los animales tienen anima pero carecen de identidad, aunque los menos logren reconocer su cuerpo y atribuírselo. Sea como fuere, están en el mundo como el agua en el agua (Bataille) y se limitan a reproducir los patrones de sus antepasados. Sólo el hombre se avergonzó por primera vez, cortando el nexo que lo unía al común de la creación perfecta y autosatisfecha.
No echaríamos en falta la plenitud si no la hubiéramos experimentado. Seríamos felices en nuestra miseria, como el puerco lo es en el lodo. La esencia del hombre es ser racional y libre. Su carácter de excepción no radica sólo en lo sobrenatural de su psique (no más extraordinaria ni más divina en virtud de su causa que la de cualquier bruto), sino en lo infranatural de la misma, esto es, el fenómeno incomprensible, la inarmonia preestablecida por la que sus facultades principales -la de elegir y la de perseverar- luchan entre sí y se aniquilan recíprocamente.
El hombre no ha de despojarse de su animalidad, ha de llevarla a la perfección. Él es el animal por excelencia, en el que Dios se complacía. No hay que añorar un pasado mítico, pero es preciso conquistar un futuro dilapidado. A este futuro, sin embargo, no se llegará natural y necesariamente, al modo de la teología progresista, mas graciosa y libremente, y no lo alcanzarán todos. No será un triunfo de la especie, del pueblo o de la clase: lo será del sujeto.
"Los esclavos felices"
Hace 1 hora
2 comentarios:
"El hombre, a diferencia del animal, es un ser histórico y por ello capaz de obrar contra natura a voluntad."
Podra obrar contra esta natura?
Si asume el riesgo...
Preciosa foto.
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