Los enemigos del nombre de Cristo creyeron que buena parte del arsenal con el que abastecían sus argumentos contra la religión consistía en la antigüedad de sus dioses y en la muy reciente aparición de la Cristiandad, por lo que emplearon tal argumento con insolencia. Escritores de extraordinaria piedad e instrucción surgieron a su vez, los cuales no sólo utilizaron los comentarios de los griegos para aseverar la antigüedad de la Ley de Moisés, sino que también mostraron que los más añosos dioses de los paganos provenían de un tiempo posterior a Moisés. Tan lejos llevaron el asunto que forzaron a los enemigos de la Cristiandad a confesar una de estas dos cosas: o bien que Moisés fue más viejo que cualquiera de los dioses paganos, o bien que las pruebas empleadas por los griegos eran falsas. Así, sajaron los gaznates de los paganos con su propia espada. En esta materia fue espléndido el trabajo de Justino Mártir, Taciano, Clemente de Alejandría, Atenágoras, Teófilo y otros cuyos escritos nos han llegado. Todos ellos mostraron, mediante el gramático Apión y otros, que Moisés fue contemporáneo de Ínaco, con lo que -por usar las palabras de Tertuliano- el solo archivo de Moisés, que contiene entero el tesoro del sacramento judío, y desde luego también el cristiano, vence a los dioses de los paganos, sus templos y oráculos, y sus ritos, por siglos. Incluso el impío Porfirio dice que Semiramis es posterior a Moisés. Otros dijeron que fue 493 años anterior a Dánao. Pero Dánao fue posterior en algunos siglos a Ínaco, cuyo contemporáneo fue Moisés. Puesto que la antigüedad mayor obtiene su autoridad de las pruebas, y las pruebas no las surtieron los cristianos sino los paganos, al no tener éstos nada con que oponerse a ellas, de ello pareció resultar que se verían obligados a confesar con franqueza, o que el silencio pondría fin a su contumacia. Los esfuerzos de los cristianos triunfaron sin duda, tanto que también en este punto Porfirio admitió la derrota. Pero a Eusebio no le pareció apropiado que los paganos fueran derrotados por sus propias pruebas, salvo que también sucumbieran a las nuestras. Nuestros argumentos -esto es, los de nuestras Escrituras-, una vez computados con diligencia, indican una gran antigüedad en Moisés, mayor que la del más vetusto de los dioses paganos, mas todavía no tanta como para hacer de él un contemporáneo de Ínaco. Así, Eusebio fue el primero en tratar de mostrar que el Éxodo de los judíos sucede más de 340 años más tarde del comienzo de Ínaco. Ésta fue la sola razón, o la principal, por la que Eusebio se dispuso a componer dicha obra. Respecto a aquellos que escribieron sobre este particular antes que él, satisfechos con probar la edad de Moisés con los testimonios propios de los paganos, y por ende con tapar la boca a los contumaces entre ellos, se contentaron con detenerse aquí. Eusebio no quedó satisfecho hasta que pudo apoyar su cronología con el mismo cómputo de Moisés, si bien la propia cronología mosaica hacía a aquél posterior al tiempo de Ínaco. Por consiguiente, Eusebio creyó que ésta era la primera enmienda que debía hacerse en cronología.
San Jerónimo
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