Así como la luz del sol cuando se mezcla con aire en tinieblas no posee la capacidad de aquella que está mezclada con aire claro; así como un paño blanco muy fino, cuando es revestido por un cuerpo negro, su brillo quedo oculto por la abundancia de la negrura. O así como si tres o más ventanas de vidrio se colocan en línea recta en orden una tras otra frente a un rayo de sol, está claro sin duda que la segunda recibe menos luz que la primera, y la tercera menos que la segunda, y así hasta la última se produce un defecto de luz, no por la luz en sí, sino por el alejamiento de la ventana de vidrio respecto a la luz; del mismo modo, también la luz de la forma de la unidad, que ha sido infundida en la materia, al descender, se vuelve más débil y oscura, de modo que la primera de ellas difiere mucho de la intermedia y la intermedia de la última.
Domingo Gundisalvo
Existen tres vías mediante las cuales la Teodicea salva el problema del mal: la negación de que lo que llamamos mal sea algo verdaderamente (la doctrina neoplatónica); la apelación a un orden superior vedado a entendimientos finitos (la doctrina cristiana); y la reducción de todo mal al mal moral (la doctrina estoica).
I.
La teoría de la emanación, desarrollada por Plotino y sus seguidores, explica la existencia del mal como un defecto inherente a la criatura y al orden en el que está incardinada, eximiendo al Creador de toda carencia o accidente en el mundo.
Dios sería el autor de un mal inevitable, o evitable sólo absteniéndose de toda creación. Ahora bien, llamar mal a lo inevitable es impropio, como lo sería llamar bien a lo que nunca puede darse. Así, un mal necesario no es un mal, del mismo modo que un bien imposible no es un bien.
Si definimos el mal como aquello que impide u obstaculiza que lo que debe acontecer acontezca, o limita sus efectos, se sigue que todo mal necesario (es decir, todo mal que deba acontecer en todos los mundos posibles) es mal sólo nominalmente, ya que por definición no impide u obstaculiza lo que debe acontecer, ni limita sus efectos, sino que sólo se opone a lo que no debe acontecer.
Digamos que P es la cantidad mínima de mal en cualquier mundo posible, y Q es ¬P, es decir, la negación de que deba haber una cantidad mínima de mal en cualquier mundo posible. Entonces, si P es necesario, Q es imposible; si Q es imposible, es necesario que Q no sea. Mas, si es necesario que Q no sea, Q no es un bien, pues algo que no es no puede ser un bien. Sin embargo, el mal es lo que impide, obstaculiza o limita un bien; luego un mal necesario no es propiamente un mal, toda vez que no impide ningún verdadero bien.
Por lo demás, es fácil demostrar que siempre debe haber una cierta cantidad de mal en todo mundo posible. Véase:
Definición 1
El mal es aquello que impide, obstaculiza o limita el bien.
Axioma 1
Todo lo posible no puede existir simultáneamente ni en el mismo orden de cosas, pues de ello se seguiría una contradicción.
Teorema 1
Lo que es composible en cualquier mundo posible es necesariamente limitado.
Prueba:
Por el Axioma 1.
Teorema 2
Es imposible que el bien en cualquier mundo posible sea ilimitado.
Prueba:
Por el Teorema 1.
Teorema 3
Es necesario que haya una cierta cantidad de mal en todo mundo posible.
Prueba:
El mal es aquello que impide, obstaculiza o limita el bien (por la Definición 1). Ahora bien, es imposible que el bien en cualquier mundo posible sea ilimitado (por el Teorema 2). Por tanto, es necesario que haya una cierta cantidad de mal en todo mundo posible.
Si el mal es lo que limita al bien, entonces un mundo donde el bien sea limitado es un mundo donde hay cierta cantidad de mal. Todo se reduce al siguiente dilema: Si existe en el mundo una cantidad limitada de bien no pudiendo ser ilimitada, entonces hay necesariamente mal en el mundo; y si existe en el mundo una cantidad limitada de bien pudiendo ser ilimitada, entonces no hay necesariamente mal en el mundo (sólo lo habrá en los mundos distintos al mejor de los mundos).
Pero creo haber demostrado que el bien en cualquier mundo dado siempre tiene límites, ya que no todos los bienes posibles son composibles entre sí, lo que obliga a Dios a elegir un orden en el que sea posible el mayor número de bienes. Ello implicará que no todos los bienes se den siempre en su máxima intensidad o duración, y que por tanto haya que admitir un número indeterminado de males.
Nadie tomaría en serio a quien sostuviera que el mundo es malo porque cierto hombre a veces siente cansancio o porque su cuerpo no está tan bien formado como el mejor de los cuerpos. Esto sólo probaría que el mundo no puede albergar una cantidad infinita de bien; lo cual aplica a todo mundo, ya que es imposible que todos los cuerpos sean el mejor de los cuerpos (por la definición de "mejor" y por el principio de la identidad de los indiscernibles), y es imposible -salvo por vía de milagro- que las criaturas vivas no experimenten una disminución en su energía (por la limitación inherente a toda causa segunda).
Análogamente, tampoco debemos considerar juiciosa la opinión de quien tiene al mundo por malo a causa de que en el mismo se den múltiples imperfecciones en las criaturas, puesto que si dichas imperfecciones fueran necesarias en todo orden material (lo que el calumniador del mundo no puede negar sin pedir el principio), no serían malas. Por otro lado, si no fueran necesarias, no serían imperfecciones del mundo, sino parte del proceso de su perfeccionamiento.
Análogamente, tampoco debemos considerar juiciosa la opinión de quien tiene al mundo por malo a causa de que en el mismo se den múltiples imperfecciones en las criaturas, puesto que si dichas imperfecciones fueran necesarias en todo orden material (lo que el calumniador del mundo no puede negar sin pedir el principio), no serían malas. Por otro lado, si no fueran necesarias, no serían imperfecciones del mundo, sino parte del proceso de su perfeccionamiento.
II.
La Providencia contempla el mal para la consecución del bien. En un mundo sin mal la virtud en las criaturas no podría ejercitarse libremente y, siendo el obrar virtuoso en ellas tan inexorable como cualquier ley de la naturaleza, desaparecería el mérito de toda bella acción, por lo que no se haría digna de admiración ni de elogio.
Por el sufrimiento y el sacrificio el hombre se hace conocedor del bien y del mal e imitador de Dios. Es así que en el mal radica el misterio del bien, pues éste sólo se hace efectivo ante la tentación y la posibilidad de errar.
Por este motivo es fuerza conceder que, si Dios es bueno, permitirá el mal para poder retribuir el bien, tolerará la caída para propiciar la elevación y ordenará toda infelicidad parcial y temporal a la mayor dicha del universo.
III.
Sostengamos el mismo principio que los estoicos, a saber, que el mal no puede nada contra el bien, del mismo modo que lo falso no puede nada contra lo verdadero, ya que ninguna verdad disminuye ni deja de ser a causa de una falsedad.
Supongamos ahora un mundo lleno de desorden e injusticia en el que, no obstante, se dé un ápice de nobleza en algún momento. Esa nobleza, aun mínima, no habrá sido negada en absoluto por todo el mal que podamos imaginar. De lo que se sigue que incluso el peor de los mundos (un mundo en el que los inocentes sufran injusticia eternamente y en el que el bien no triunfe jamás) es mejor que la ausencia de todo mundo; dado que en este mundo máximamente imperfecto habrá justicia, aunque vejada, mientras que en ausencia de todo mundo no la habrá fuera de Dios.
Toda la injusticia del mundo no logra nada contra la justicia. En cambio, la nobleza más modesta, en sí misma y por el mero hecho de existir, niega toda la innobleza, porque demuestra que ésta no es necesaria.
Por ello debe decirse que el sufrimiento de los justos es un mal, pero es un mal infinitamente menor que el bien representado por la existencia de los justos.
IV.
Volvamos, empero, al principio del que partíamos: un mal necesario no es un mal; y, dado que es necesario que en cualquier orden creado haya mal, entonces sólo habrá mal en los mundos distintos del mejor de los mundos. Considérese asimismo que Dios pudo escoger crear el mejor de ellos, y que si no lo hizo pecó, lo cual es indigno de la divinidad. Es decir:
Si el buen Dios existe, creará el mejor de los mundos.
En todo mundo posible deberá darse algún grado de mal metafísico.
Ergo, si el buen Dios crea el mejor de los mundos, deberá contener algún grado de mal metafísico.
Ahora bien, si hay mal metafísico en el mejor de los mundos, el mal metafísico en el mismo no es un verdadero mal (porque no pudo evitarse) y sí es, en cambio, un verdadero bien (porque, por lo demás, no pudo elegirse mejor).
Luego, si el buen Dios existe, el mal metafísico en el mejor de los mundos no es un verdadero mal, y sí es un verdadero bien.
Dicho esto, no queda más que descartar que un mundo imperfecto, aun el mejor de los posibles, afee a un Dios perfecto.
La dificultad se plantea de esta manera: Si a un rostro perfectamente bello se le añade cualquier rasgo, se lo afeará; luego dicho añadido (no siendo un añadido necesario) es un mal.
Según este punto de vista, el universo es un añadido innecesario a Dios. Sólo podría tolerarse, se nos dice, si fuera un universo perfecto (sin explicar qué debe entenderse por "universo perfecto"). Por tanto, si un universo perfecto es imposible, todo universo es un mal, porque supone un añadido innecesario a la belleza insuperable de Dios.
La conclusión anterior conlleva asumir proposiciones absurdas, a saber:
- Que la belleza de Dios puede ser eclipsada por la criatura, y su perfección infinita y necesaria menguada por lo que es finito y contingente.
- Que un dios inactivo y estéril es siempre mejor que un dios activo y creador.
- Que la nada es mejor que cualquier mundo.
De donde deduzco que es falsa, como lo es el "problema del mal", el cual parte de una metafísica equivocada que entiende por mal lo que no es un mal y por bien lo que no es un bien.
La falacia en la que se apoya es semejante a la de quien creyese en el mayor de los números y aseverara la imposibilidad de agregarle nada sin destruirlo. En efecto, si al mayor de los números se añade una unidad, se habrá demostrado que no era el mayor, con lo que en lugar de incrementarse quedará aniquilado. Pero no tiene sentido hablar de el mayor de los números, siendo una contradictio in terminis, como tampoco procede concebir una belleza insuperable a la que no quepa añadir nada, dado que algo puede ser máximamente bello en su orden y haber, no obstante, infinitos órdenes de belleza de los que es impensable que participe un mismo ser (pues la belleza de lo extenso no se dará en lo inextenso, etc.).
La falacia en la que se apoya es semejante a la de quien creyese en el mayor de los números y aseverara la imposibilidad de agregarle nada sin destruirlo. En efecto, si al mayor de los números se añade una unidad, se habrá demostrado que no era el mayor, con lo que en lugar de incrementarse quedará aniquilado. Pero no tiene sentido hablar de el mayor de los números, siendo una contradictio in terminis, como tampoco procede concebir una belleza insuperable a la que no quepa añadir nada, dado que algo puede ser máximamente bello en su orden y haber, no obstante, infinitos órdenes de belleza de los que es impensable que participe un mismo ser (pues la belleza de lo extenso no se dará en lo inextenso, etc.).
En suma, la belleza perfecta es aquella que no necesita de nada externo para alcanzar su perfección, pero que es asimismo composible con la belleza imperfecta de la criatura (como lo infinito es composible con lo finito). Afirmar que la belleza perfecta es incomposible con la belleza imperfecta es algo arbitrario, carente de toda evidencia.