Lulio pretende demostrar la existencia de Dios mediante la constatación del pecado original:
Dios, que es la suprema virtud, concede al hombre mayores virtudes que cualquier otro compuesto. Por ello, dada su naturaleza racional, el hombre es naturalmente más virtuoso que los vegetales o los irracionales. Mas, en tanto el hombre ama los vicios y odia las virtudes, Dios lo castiga de un modo condigno, envileciéndolo en grado superior a cualquier otra criatura y rebajándolo a la hez de cuanto existe: un ser incontinente, falsario, homicida.
Por lo antedicho, la causa del pecado no es el libre albedrío, el cual, si hacemos abstracción de su empleo, es un bien y una de las virtudes humanas más señaladas, a saber, la de conducirse por la razón. Por el contrario, el pecado se origina con la disociación entre el libre albedrío y la virtud suprema, de modo que si ésta no existiera, tampoco existiría aquél, pues nadie puede desviarse si no hay Vía. Luego, puesto que existe el pecado, síguese que existe la suprema virtud, que no sólo hace del hombre un ser malo y nocivo a sí mismo cuando la contraria, sino que además, con eficaz justicia retributiva, lo despoja de sus prendas para señalarlo como el peor de los seres.