domingo, 31 de agosto de 2008

Leibniz y la cosmología-I


Varias cuestiones han venido dándome que pensar este mes de agosto, cuyas tres cuartas partes las he pasado viajando y sin mucho tiempo para la reflexión. La primera de ellas guarda relación con el diálogo –de lectura recomendable- que Soler Gil y López Corredoira mantienen en el libro “¿Dios o la materia?”, dedicado a analizar sumariamente y en lenguaje sencillo lo que hay de plausible en las implicaciones teológicas que algunos extrapolan de la cosmología contemporánea. El representante teísta, Soler Gil, dedica casi todos sus esfuerzos filosóficos y retóricos a respaldar en sus intervenciones el argumento antrópico, esto es, la supuesta gran casualidad –reputada providencial- de que el universo sea como es y no de otra manera en sus parámetros físicos, permitiendo la vida inteligente al menos en el caso de nuestra especie. López Corredoira, por su parte, oficia de contradictor relativizando los datos que Soler Gil señala como indicios de una cosmovisión cristiana (el llamado ajuste fino, la inteligibilidad exacta y la previsión matemática de lo real, el Big Bang, etc.) y ofreciendo en su lugar una conclusión escéptica forzada por su materialismo –un escepticismo en cierto modo incondicional y dogmático.

El salto cosmológico a la hora de responder qué es el hombre, pregunta clásica que ya se formulara Kant, posee el interés de escapar a la teoría omniexplicativa y harto huera de la selección natural, puesto que las variables del problema en su versión astrofísica no se constriñen a ningún hábitat particular, al tiempo que se franquean los límites impuestos por el materialismo cuando considera “el todo” como un objeto no susceptible de análisis contrastable. Sin embargo, el carácter objetual del universo viene dado por su condición de contingente en términos lógicos. Si la ley que rige la materia fuera la de la necesidad absoluta, en vano procuraríamos comprenderla, ya que en su base operaría un imperativo exento de todo escrutinio racional, un “porque sí” opaco e incuestionable. Choca, pues, que un universo traducible al lenguaje de las matemáticas hasta en sus pliegues más recónditos, es decir, un mundo del que se puede dar razón exhaustiva y detallada en los fenómenos, se presente a sí mismo bajo el prisma fatalista como noúmeno inaccesible a la observación y al evalúo siquiera especulativo de sus características globales. Ahora bien, si resulta que todo cuanto existe tiene una razón de ser, y por ello también la propia existencia tomada en su conjunto, entonces es legítimo preguntarse por la razón última del cosmos, lo cual excluye tanto su eternidad (ausencia de comienzo) como su arbitrariedad (carencia de fin).

Desde estas coordenadas el debate y sus digresiones se centran en ponderar la importancia de la raza humana a la luz de la susodicha razón última que sienta y rige el orden de las cosas que son. Para Soler Gil ésta no es la necesidad metafísica de los materialistas y panteístas, el hado por el que el mundo no tiene más alternativa que ser y perseverar en su ser, ahora y siempre (Spinoza), sino la necesidad moral para un Ser espiritual y de bondad infinita de crear el mejor de los mundos (Leibniz), que contempla la generación y desarrollo de criaturas tales como nosotros, capaces de la experiencia religiosa mediante la cual lo más bajo –la materia, lo múltiple- volvería a unirse a lo más alto –Dios, la unidad de sentido- en virtud de un vínculo invisible. El neoplatonismo evidente de estas reflexiones es aprovechado por López Corredoira para impugnar su neutralidad científica, confirmando en su opinión el carácter de prejuicio y espejismo que les serían atribuibles. A ello Soler Gil replicará que si bien resulta utópico pretender ser neutrales en nuestras hipótesis iniciales de trabajo, es preciso no cerrar los ojos a la mayor adecuación a la realidad de determinadas teorías, aunque se encuentren ya esbozadas en la tradición del pensamiento occidental a modo de intuiciones y conlleven una carga ideológica que excede el ámbito de la física (no menor, por cierto, que las hipótesis contrarias, pues ninguna suposición es por completo inocente ni a priori más verdadera que otra).

1 comentario:

Dark_Packer dijo...

Yo más bien empecé por un libro de biología, y éste que citas lo dejo para después.

Saludos y feliz retorno a los quehaceres laborales.