El impulso vigoroso y sin ejemplo que han cobrado las ramas todas de las Ciencias Naturales, cultivadas en gran parte por gentes que fuera de ellas nada han aprendido, amenaza llevarnos a un grosero y torpe materialismo, en que no es lo más escandaloso la bestialidad moral de los últimos resultados, sino la increíble ignorancia de los primeros principios, ya que se niega la fuerza moral y se rebaja la naturaleza orgánica a ser un juego casual de fuerzas químicas. No sería malo que se enterasen estos señores del crisol y la retorta de que la simple química les capacita para boticarios, pero no para filósofos; así como tampoco les vendría mal a ciertos otros señores, que se dedican a Ciencias Naturales, el caer en la cuenta de que se puede ser un consumado zoólogo y tener al dedillo hasta sesenta especies de monos, y sin embargo, si es que no se ha aprendido fuera de eso nada más que el catecismo tomado en bruto, no pasar de ser ignorante, uno de tantos del vulgo. Y esto ocurre con mucha frecuencia hoy. Métense a lumbreras gentes que fuera de su química, su física, su mineralogía, su zoología o su fisiología, nada han aprendido acerca del mundo y sin otro conocimiento alguno que no sea lo que les quede de lo que en sus años juveniles aprendieron del catecismo, si no ajustan bien esos dos fragmentos, vuélvense mofadores de la religión y, en su consecuencia, materialistas groseros. Es fácil que hayan oído alguna vez en la escuela que existieron un Platón, un Aristóteles, un Locke y un Kant; pero como estos señores no manejaron crisoles ni retortas, ni embalsamaron monos, no merecen que se les conozca de más cerca. Echando por la ventana el trabajo mental de dos siglos, filosófase ante el público con medios propios, sobre la base del catecismo de una parte, y de los crisoles, retortas, y registros de monos de la otra. Deberían saber que son unos ignorantes a quienes les queda aún mucho que aprender antes de poderse meter a hablar de ciertas cosas. Todo aquel que se meta hoy a dogmatizar acerca del alma, de Dios, del origen del mundo, de los átomos, etc., con un realismo tan infantil e ingenuo como si no se hubiese escrito la Crítica de la Razón Pura, o no quedase ejemplar alguno de ello, es uno que pertenece al vulgo: despachadle con los criados a que emplee con ellos su sabiduría.
Schopenhauer