Dawkins atina muy a pesar suyo al desvincular el ateísmo de la moral, sosteniendo que aunque Hitler o los mayores tiranos de la tierra no hubieran creído en Dios, tal no habría conllevado mácula alguna para la condición atea. Demos esto por cierto y reparemos en sus implicaciones lógicas. La primera y muy obvia es que la inversa ha de ser verdadera en idéntico grado. Así, cualquier hombre bueno, y con más razón cualquier héroe, lo es independientemente de su ateísmo. El ateísmo no toca al ser humano más de lo que toca al ser canino o al ser porcino, y por tanto no puede declararse nunca humanista sin mentir contra su propia conciencia. Ateo es quien cree en un determinado cosmos (ingénito) y en una determinada naturaleza (autosubsistente), no en un determinado hombre.
La segunda implicación es que nuestra especie carece de una bondad innata, grabada en sus genes fruto de la ventaja que la selección natural otorgaría a la perpetuación de las pulsiones empáticas. El buen salvaje ajeno a la religión y el ateo homicida están desconectados por igual de las premisas del creyente, siendo así que tienen móviles perfectamente naturales para actuar de modos por completo opuestos. Uno ayudará a su prójimo para satisfacer su instinto, y el otro lo aniquilará para dar gusto al suyo. No se apelará en ningún caso a realidades extraempíricas ni éstas tendrán influencia, siquiera imaginaria, en las mentes de quienes prescinden de unas tales nociones. Por ello, no a lo humano o a lo divino, sino sólo a lo natural cabrá atribuir tanto lo bueno como lo malo derivados de nuestro obrar.
Podría decirse, recordando a Laplace, que el ateísmo descarta al hombre, convertido en hipótesis innecesaria.
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