domingo, 17 de julio de 2011

Contra Faure-I




Se me ha pedido más de una vez que refute las Doce pruebas de la inexistencia de Dios de ese torpe ex-seminarista, Sébastien Faure, que tuvo a bien poner por escrito las aporías que lo habían conducido al ateísmo. Son éstas tan vulgares, capciosas y faltas de sutileza que basta un examen rápido para rechazarlas desde su mismo planteamiento. Habría considerado indigna e inútil esta tarea si no hubiera visto este trivial escrito esgrimido con ardor por ateos contemporáneos, quienes no dudan en avalar las afirmaciones que en él se contienen ni en echar mano de la filosofía más averiada con tal de que secunde sus opiniones. Procedo, pues, a citar a su autor en los correspondientes apartados y a responder a continuación.

I. La acción de crear es inadmisible


Crear es obtener algo de la nada; es formar lo existente de lo inexistente. Por tanto, yo imagino que no se encontrará ni una sola persona dotada de mediana razón que conciba cómo con nada puede hacerse alguna cosa.


Con nada, evidentemente, nada puede hacerse, puesto que no puedo componer una melodía con ningún sonido ni formar un ejército con ningún soldado. Ahora bien, puedo hacer un sonido de un no-sonido y un soldado de un no-soldado. Así, Dios, que no es la nada ni la materia, pudo hacer la materia de la nada. Luego, de la nada sí puede hacerse algo, puesto que ello no implica ninguna contradicción y es, por tanto, posible. Para que crear de la nada fuese imposible, la existencia eterna de lo real debería ser necesaria. No siéndolo, en tanto que puedo concebir consistentemente infinidad de universos distintos a éste y de duración variable, se sigue la posibilidad de su contrario, la creación "ex nihilo".

En consecuencia, la hipótesis de un Ser verdaderamente creador es una hipótesis que la razón rechaza. El Ser creador no existe, no puede existir.


Falsa consecuencia. Se desestima la conclusión.


II. El Espíritu puro no pudo determinar el Universo

Entre el Espíritu puro y el Universo, no solamente existe un foso más o menos ancho, más o menos profundo, y que, en rigor, pudiera llenarse o franquearse, no; existe un verdadero abismo, de una profundidad y extensión tan inmensas que por grande que sea el esfuerzo que se realice, nadie ni nada puede allanar. Ateniéndome a mi razonamiento desafío al filosofo más sutil, como al matemático más consumado, a que establezca una relación (cualquiera que ella sea y mucho mejor la directa de causa a efecto), entre el puro espíritu y el Universo.


Entre el espíritu y un cuerpo no puede haber relaciones físicas ni espirituales, pero sí cualquier otro tipo de relación. Por ejemplo, una relación de producción en el caso de Dios y el universo, o una relación de armonía o de sincronía en el caso del cuerpo y el alma.


Llegado a este punto de mi demostración, establezco sólidamente (...) que aun persistiendo en esa creencia, no puede admitirse que el Universo, esencialmente material, haya sido creado por el Espíritu puro, esencialmente inmaterial.


No hay tal solidez, sino vana palabrería e ineptitud metafísica.


III. Lo perfecto no produce lo imperfecto

Por muy entusiasta que yo sea de las bellezas naturales, y por grande que sea el homenaje que les rinda, no me atreveré a sostener que el Universo sea una obra sin defectos, irreprochable, perfecta. Y no creo que haya nadie capaz de sostener tal opinión. Luego, no siendo la obra irreprochable, el autor, el Dios de los creyentes, tampoco es perfecto.


No puede demostrarse que el universo no es perfecto hasta que se haya definido en qué consiste ser perfecto en este supuesto y se conozca el universo en toda su complejidad. El autor de estas líneas no ha hecho lo primero ni es capaz de lo segundo.


En conclusión: O Dios no existe o no puede ser el Creador, tal es mi convicción. O bien: siendo el Universo una obra imperfecta, Dios no puede ser sino imperfecto. Silogismo o dilema, la conclusión del razonamiento es la misma.


Nuevamente, la conclusión no concluye nada.


IV. El Ser eterno, activo y necesario, no pudo estar inactivo o ser innecesario

Decir que Dios no es eternamente activo es admitir que no siempre lo fue, que ha llegado a serlo, que ha comenzado a ser activo, que antes de serlo no lo era, y puesto que por la creación es como se ha manifestado su actividad, es afirmar a un mismo tiempo que, durante los millares y millares de siglos que precedieron a la acción creadora, Dios estaba inactivo.


En primer lugar, antes de la creación no cabe hablar de siglos, al no haber materia ni movimiento ni tiempo alguno que medir. En segundo lugar, el cristianismo atribuye a Dios la generación perpetua del Hijo, lo que salva la objeción de ociosidad y proporciona un buen argumento contra el credo musulmán.


O bien Dios es eternamente activo y necesario y, en este caso, ha creado eternamente. La creación es eterna, el Universo no ha comenzado jamás, existió en todo tiempo, es eterno como Dios, es Dios mismo con el cual se confunde.


Sigue utilizándose el reduccionismo como ardid para simplificar la cuestión y forzar al adversario a autocontradecirse. No hay motivo para presuponer que toda actividad es material. Así, puesto que tanto lo activo como lo pasivo se dan en la materia, no puede afirmarse que ésta sea esencialmente activa ni, con más razón, que la actividad sea esencialmente material.


Siendo así, el universo no ha tenido principio alguno, no ha sido creado.


Una vez más, la conclusión es tan errónea como el razonamiento que la precede.


V. El Ser inmutable no pudo haber creado

Dios es inmutable. Sin embargo, sostengo que si Dios ha creado, no es inmutable, pues ha cambiado dos veces. Determinarse a querer, es cambiar. Es evidente que existe un cambio entre el ser que quiere una cosa y el que queriéndola la pone en ejecución. Si yo deseo y quiero hoy lo que no deseaba ni quería hace cuarenta y ocho horas, es que se ha producido en mi, o a mi alrededor, una serie de circunstancias que me han inducido a querer. Este nuevo deseo de querer constituye una modificación que no se puede poner en duda, que es indiscutible.


Ridículo antropomorfismo. Se infiere, dado que el hombre se determina a querer cuando actúa, que Dios hace lo mismo; y que, toda vez que el hombre cambia al determinarse a querer, otro tanto ha de suceder a Dios. ¿Cómo se llega a esto? No por deducción, ya que no tiene ningún sentido equiparar la causa primera y autosuficiente a las causas segundas y dependientes. Tampoco por inducción, habida cuenta que no se posee experiencia alguna de los procesos volitivos de Dios. Sólo por analogía, y falsa analogía por cierto, cabe sostener un argumento tan disparatado.


VI. Dios no pudo haber creado sin motivo

¿Por qué motivo tomó Dios la resolución de crear? ¿Qué móvil le impulso a ello? ¿Qué deseo germinó en él? ¿Qué designio se forjó? ¿Qué idea persiguió? ¿Qué fin se había propuesto?

Bien mirado, este Dios no puede experimentar ningún deseo, puesto que su felicidad es infinita, ni perseguir ningún fin, cuando nada falta a su perfección; no puede formar ningún designio, puesto que nada puede extender su poder; no puede determinarse a querer nada no teniendo necesidad alguna.


Curiosa omnipotencia la que fuerza a Dios a la pasividad absoluta. No pudiendo desear nada, tampoco podría desear existir y sería indiferente a su propio ser. Ahora bien, la indiferencia es contraria a la felicidad, que exige asentimiento a la propia condición. Por tanto, Dios no puede ser feliz e indiferente a sí mismo. Entonces, el ser perfecto, a quien llamamos Dios, no puede ser infeliz, ya que la infelicidad es una imperfección. Síguese que, al ser feliz, tampoco puede ser indiferente; ergo, Dios debe desear. ¿Y en qué consiste tal deseo? La respuesta está en Platón (El Banquete):

Cuando lo que tiene impulso creador se acerca a lo bello, se vuelve propicio y se derrama contento, procrea y engendra; pero cuando se acerca a lo feo, ceñudo y afligido se contrae en sí mismo, se aparta, se encoge y no engendra, sino que retiene el fruto de su fecundidad y lo soporta penosamente. De ahí, precisamente, que al que está fecundado y ya abultado le sobrevenga el fuerte arrebato por lo bello, porque libera al que lo posee de los grandes dolores del parto. Pues el amor, Sócrates, no es amor de lo bello, como tú crees, sino amor de la generación y procreación en lo bello.


Dios, poseyendo la idea de lo bello, deseó crear y creó un mundo pletórico de belleza. No porque requiriese de él, sino porque convenía a su perfección multiplicar hasta el infinito los efectos de ella derivados, y correspondía a su bondad desearlo, pues lo semejante atrae a lo semejante, como ya sabían los antiguos.


Prosigue Faure

¿Quién podrá decir: “he aquí el ultimo anillo, el anillo efecto”?


Cree este autor que es tan absurdo hablar de causa primera como de efecto último. De nuevo, juega con las palabras y se refugia en la ambigüedad del término "último". Éste puede significar tanto "el último hasta el momento" como "el último definitivamente". Ahora bien, el término "primero" no adolece de esta ambigüedad, y se entiende que se es primero en sentido absoluto, no temporal.

Tiene, pues, pleno sentido hablar de "el último efecto" si nos referimos al último hasta el momento -es decir, al presente. No lo tiene, en cambio, hablar de él como el último de todos los que han de suceder, ya que no hay razón para conjeturar que la cadena causal se rompe o cesa, en base al principio según el cual todo lo que es seguirá siendo mientras no sea impedido. Y, sin embargo, la misma razón nos inclina a suponer que la cadena debe contar con un comienzo, en virtud del principio -reverso del anterior- por el cual todo lo que no es no será mientras no sea generado. Luego, si el universo cambia, y llamamos "cambiar" al mudar de un estado que es a otro que no es, el universo es generado. No siéndolo por sí mismo (por el principio: Nada es causa de sí ni efecto de sí), lo es por otro al que no puede asimilarse, toda vez que es su opuesto. Es decir, procede de Dios, simple, carente de materia, de sucesión, de pasiones, etc.


De su inane perplejidad ante el término "causa del universo", Faure deduce ser inconcebible el que el universo sea causado:

A la segunda proposición: “El Universo es un efecto”, le falta una condición indispensable: la exactitud. En consecuencia, el citado silogismo no vale nada.


Pero la proposición es exacta. El universo es un efecto, si es racional. Si no lo es, procediendo en círculos los eones, no hay verdaderas causas ni verdaderos efectos, ya que resulta tan cierto afirmar que A es causa de B como que B es causa de A. Tal destruye la ciencia y la filosofía y nos sume en el más ciego escepticismo.


En fin, Faure añade más adelante:

Si es evidente que no hay efecto sin causa, es también rigurosamente cierto que no existe causa sin efecto.


Que es parecido a decir:

Puesto que no hay hijo sin padre, se sigue de suyo que no hay padre sin hijo.


Esto es a la vez una simpleza y una falacia. La falacia, más que obvia, radica en reducir al hombre que antecede al hijo a su mera condición de padre, no obstante fuera hombre mucho antes de ser padre. Así, también Dios fue antes de ser creador.

1 comentario:

NEO dijo...

POR FAVOR COLOCA LAS OTRAS 6!!!!