domingo, 22 de enero de 2012

Nihil est in sensu quod non prius fuerit in intellectu




Habiendo mostrado hasta aquí que el sentido o pasión de las cosas corpóreas existentes sin el alma no es intelección o conocimiento, de manera que los propios cuerpos no son conocidos o entendidos sensiblemente, debe seguirse necesariamente de ello que el conocimiento es una energía interior y activa de la propia mente, y el despliegue de su propio vigor innato desde el interior, por el cual debe conquistar (krateín), dominar y dirigir sus objetos, engendrando en consecuencia un sentido interior claro, sereno, victorioso y satisfactorio.

Así pues, aunque vulgarmente se piense que el conocimiento surge de la fuerza del objeto conocido operando desde el exterior sobre el sujeto cognoscente, no obstante es por el contrario más cierto, por emplear la expresión de Boecio,

que la intelección y el conocimiento no surgen de la fuerza y actividad exterior del objeto conocido sobre el sujeto cognoscente, sino de la fuerza interior, vigor y actividad de la mente que conoce de una forma activa, esto es, conteniendo el objeto en sí misma, dominándolo e imponiéndose a él.

De modo que el conocimiento no es una pasión procedente de algo extraño a la mente, sino un ejercicio activo de la fuerza interior, vigor y poder de la mente, desarrollándose desde dentro, y las formas inteligibles por las cuales los objetos son entendidos o conocidos no son sellos o estampas impresas pasivamente en el alma desde el exterior, sino ideas vitalmente desplegadas o activamente ejercidas desde el interior de sí misma.

Si algo fuera meramente pasivo respecto a lo exterior, y sólo recibiera formas ajenas y adventicias, no podría en absoluto conocer, entender o juzgar lo que recibiera, sino que forzosamente sería extraño a ellas, al no tener nada en su interior por cuyo medio pudiera conocerlas. La mente no puede conocer nada, sino a través de lo que le es propio, esto es, lo innato, doméstico y familiar a sí misma. Cuando, en un gran tropel o muchedumbre de gente, un hombre mirando en derredor suyo se encontrase con innumerables caras desconocidas a las que no hubiera visto antes en su vida y, al fin, lograse divisar la cara de un viejo amigo o conocido, al que no hubiera visto o en el que no hubiera pensado en muchos años, se diría en este caso que conoció a ésa, y solo a esa cara en toda aquella compañía, porque no tenía en su interior una forma previa o anticipada de cualquier otra cara, entre las que examinó en su mente. Pero tan pronto como observó aquella cara, inmediatamente revivió y remozó una forma o idea anterior anticipada de ella que atesoraba en su mente, la cual, como si estuviese trabando conocimiento con esa forma nuevamente recibida, se la hizo conocer o recordar. De manera que cuando formas ajenas, extrañas y adventicias son exhibidas a nuestra mente por el sentido, el alma no puede conocerlas o entenderlas de ningún otro modo que no sea mediante algo doméstico y de su propiedad, alguna anticipación activa o prolepsis desde su interior, que reviviendo ocasionalmente y encontrándose con ellas, la mueva a comprenderlas o a trabar conocimiento de las mismas. Y es éste el único significado verdadero y permisible de ese viejo aserto, que el conocimiento es reminiscencia, y no por cierto porque sea el recuerdo de algo que el alma poseyese en un estado preexistente algún tiempo antes de conocerlo, sino porque es la comprensión de las cosas por la mente mediante ciertas anticipaciones interiores que le son propias, algo innato y doméstico a ella, o algo activamente ejercido desde el interior de sí. Y así Plotino, cuando intenta probar que los objetos inmediatos del conocimiento y la intelección no son cosas exteriores a la mente que operen sobre ella a distancia, sino contenidas y comprendidas en la mente misma,

¿Cómo podría la mente de otro modo conocer o juzgar cuándo ha aprehendido realmente que algo sea bueno, que sea honesto o justo, siendo todas estas cosas extrañas a la mente, y llegando a ella desde el exterior? De manera que la mente no podría tener principios o juicio algunos en sí misma en tal caso, sino que éstos serían sin la mente, y la verdad, entonces, también sería sin ella.

(...)

Pues resulta imposible que cualquier conocimiento pueda darse sin una idea objetiva o un concepto de algo conocido incluido en él, o que la intelección (nóesis) deba estar en una facultad, y el concepto (nóema) en otra, una en el intelecto, y el otro en la imaginación. Que el conocimiento deba ser producido activamente desde el interior, y el concepto o idea objetiva recibida lo sea pasivamente desde el exterior; que la mente deba ejercer un acto de conocimiento o intelección sin un objeto, o sobre un objeto sin ella misma, y no comprendido por ella; que la idea del objeto conocido no deba estar comprendida en el conocimiento del mismo. Mientras que, como el propio Aristóteles observó, "El conocimiento actual es en realidad lo mismo que el objeto conocido, o la idea de él", y por tanto inseparable de él. No siendo, pues, nada más que la mente adquiriendo consciencia de alguna idea inteligible en ella.

(...)

Así, puesto que la intelección y el conocimiento no son pasiones originadas en el exterior, sino un ejercicio activo de la mente desde sí misma, de ello se sigue, como Aristóteles observó, que la mente al conocer lo que es inteligible en sumo grado (sfódra noetón), las más radiantes e ilustres verdades, no es por este motivo debilitada o abrumada, como lo es el sentido al percibir lo que es sensible en sumo grado (sfódra aisthetón), como el brillo del sol; sino, contrariamente, gracias a esto resulta fortalecida y más capacitada para comprender verdades menores y de un orden inferior. Puesto que aunque el sentido es pasivo y orgánico, no obstante el conocimiento es un poder inorgánico y activo, un vigor de la mente que cuanto más es ejercitado, más se robustece y extiende.


Ralph Cudworth

martes, 10 de enero de 2012

Albedríos




El plan inalterable de Dios no anega nuestra libertad, entendida con justeza. No es libre el que es capaz de elegir su destino, sino el que puede obrar en él por sus propios medios, dirigiéndolos a un objetivo particular. Así, yo soy libre al actuar de determinado modo, según mi parecer, aunque de esta manera me ajuste a la voluntad de Dios, que quiso que yo quisiera. Análogamente, mis fines como individuo pueden converger con los fines de mi especie sin tenerlos por ello por menos míos o menos libres; o mis fines como propietario con mis fines como ciudadano, y así sucesivamente.

Aunque Dios lo prevea todo, no es Él quien actúa en nuestro lugar. No hay razones para decir que nos inclina más a girar a la derecha de lo que nos inclina a girar a la izquierda por el mero hecho de saber hacia dónde giraremos. En el mismo sentido, el pensamiento de un hombre no determina la caída de un grave por la sola razón de calcularla antes. Es ésta una razón superflua y ajena a aquellas que han de contemplarse para llegar a dicho cálculo. Quien sostiene que la libertad humana es una quimera no piensa así por temer a un Dios "que escruta los riñones y el corazón", sino por concebir el movimiento bajo una perspectiva mecánica y excesivamente materialista.

Dios eligió una de las múltiples formas de ejecutar su plan. Siendo otras opciones elegibles "a priori", nada nos obliga a suponer que aquella que acabó decantando el mundo era necesaria, pues de ser así ni Dios mismo habría elegido en sentido propio. Ahora bien, lo que no es necesario es contingente, y lo que es contingente sucede sólo mediante la intervención de una causa, o de tantas como requieran sus partes. ¿Diremos que Dios, por ser causa primera, anula las causas segundas? ¿O creeremos por el contrario que esas causas segundas son el mismo Dios? Dios es todas las causas y ninguna en particular. Es el origen y el fin de cada una de ellas, mientras que no se identifica con el devenir que éstas trazan en el tiempo.

viernes, 6 de enero de 2012

Diógenes




La moral concierne a la eternidad, pues algo sólo es bueno si lo es siempre, y sólo es malo si lo es siempre. Ahora bien, si el hombre no es siempre, el bien y el mal no pueden ser naturalmente su objeto, ya que son valores que le exceden en grado infinito.

‎"Seremos nada" es tanto como decir "somos nada", despoja a la humanidad de todo valor. Si te pago con dinero que mañana no valdrá, no me aceptarás esa divisa. Para el ateísmo el hombre es moneda falsa.

jueves, 5 de enero de 2012

El mal agradable




Digo que hay dos artes que responden a estas dos sustancias: el que corresponde al alma y le llamo política; y respecto al otro, que mira al cuerpo, no puedo designarle con un solo nombre y aunque la cultura del cuerpo sea una, yo la divido en dos partes, que son la gimnasia y la medicina. Y dividiendo igualmente la política en dos, pongo la parte legislativa frente a la gimnasia, y la parte judicial frente a la medicina; porque de un lado, la gimnasia y la medicina y, de otro, la parte legislativa y la judicial tienen mucha relación entre sí, pues recaen y se ejercen sobre el mismo objeto. Sin embargo, difieren en algo la una de la otra. La adulación conoció que estas cuatro artes son como he dicho, y que tienen siempre por objeto el mejor estado posible del cuerpo las unas, del alma las otras; y lo conoció, no mediante conocimiento, sino a manera de conjetura; y habiéndose dividido en cuatro, se ha insinuado en cada una de estas artes, pretendiendo ser el arte en cuyo seno se ha deslizado. La adulación se cuida muy poco del bien, y mirando sólo el placer, envuelve en sus redes a los insensatos, y los engaña; de suerte que la consideran de gran valor. La cocina o el arte culinario se ha deslizado a la sombra de la medicina, atribuyéndose el discernimiento de los alimentos más saludables al cuerpo. De manera que si el médico y el cocinero disputasen delante de niños y de hombres tan poco razonables como los niños, para saber quién de los dos, el cocinero o el médico, conoce mejor las cualidades buenas o malas de los alimentos, indudablemente el médico se moriría de hambre. A eso lo llamo adulación, y lo que digo que es vergonzoso, Polo (a ti es a quien me dirijo), puesto que sólo se cuida de lo agradable, despreciando lo mejor. Añado que no es un arte, sino una rutina, sobre todo porque no tiene ningún principio cierto tocante a la naturaleza de las cosas que ella propone, y que pueda servirla de guía; de suerte que no da razón de nada. Y a lo que está desprovisto de razón, no lo llamo arte. Si te atreves a negar esto, estoy dispuesto a responderte. La adulación, en cuanto a alimentos, se oculta bajo la medicina, como ya he dicho. A la sombra de la gimnasia se desliza igualmente el tocador, práctica falaz, engañosa, noble y cobarde, que para seducir emplea las farsas de los colores, el refinamiento y los adornos, de manera que sustituye con el gusto de una belleza prestada al de la belleza natural que produce la gimnasia. Para no extenderme más, te diré como los geómetras, (quizá me comprenderás así mejor), que lo que el tocador es a la gimnasia, es la cocina a la medicina; o mejor, que lo que el tocador es a la gimnasia es la sofística a la parte legislativa, y lo que la cocina es a la medicina es la retórica al arte judicial. La diferencia que la naturaleza ha puesto entre estas cosas es como acabo de explicarla; pero por su afinidad, los sofistas y los oradores se confunden con los legisladores y los jueces, y se consagran a los mismos objetos, de donde resulta que ni ellos mismos saben exactamente cuál es su profesión, ni los demás saben para qué son buenos tales hombres. Si el alma no mandara al cuerpo y el cuerpo se gobernara solo, y si el alma no analizara por sí misma y no pudiera distinguir la diferencia de la cocina y de la medicina, sino que el cuerpo fuera el juez único, y los estimase por el placer que le causaran, nada más natural ni más común, mi querido Polo, que lo que dice Anaxágoras (y tú lo sabes muy bien) todas las cosas estarían confundidas y mezcladas, y no se podría distinguir ni los alimentos sanos de los nocivos, ni los que prescribe el médico de los que prepara el cocinero. Ya sabes el juicio que me merece la retórica; es con relación al alma lo que la cocina con relación al cuerpo.


Platón


En cuanto al paralelo entre la relación del entendimiento con lo verdadero, y de la voluntad con el bien, es preciso saber que una percepción clara y distinta de una verdad contiene en sí actualmente la afirmación de esta verdad; y así el entendimiento se ve por este medio necesitado. Pero cualquiera que sea la percepción del bien, el esfuerzo para obrar conforme al juicio, que a mi parecer constituye la esencia de la voluntad, es muy distinto; y así, como se necesita tiempo para que este esfuerzo llegue a su colmo, puede ser suspendido, puede mudarse por una nueva percepción o inclinación que se atraviese, que fuerce al espíritu y que le obligue algunas veces a formar un juicio contrario. Por esta causa nuestra alma tiene tantos medios para resistir a la verdad que conoce, y por esto hay mucho camino desde el espíritu al corazón; sobre todo cuando el entendimiento en gran parte sólo procede por pensamientos sordos, poco capaces de conmover, como ya he explicado en otra parte. Y así el enlace entre el juicio y la voluntad no es tan necesario como podría creerse.


Leibniz