Habiendo mostrado hasta aquí que el sentido o pasión de las cosas corpóreas existentes sin el alma no es intelección o conocimiento, de manera que los propios cuerpos no son conocidos o entendidos sensiblemente, debe seguirse necesariamente de ello que el conocimiento es una energía interior y activa de la propia mente, y el despliegue de su propio vigor innato desde el interior, por el cual debe conquistar (krateín), dominar y dirigir sus objetos, engendrando en consecuencia un sentido interior claro, sereno, victorioso y satisfactorio.
Así pues, aunque vulgarmente se piense que el conocimiento surge de la fuerza del objeto conocido operando desde el exterior sobre el sujeto cognoscente, no obstante es por el contrario más cierto, por emplear la expresión de Boecio,que la intelección y el conocimiento no surgen de la fuerza y actividad exterior del objeto conocido sobre el sujeto cognoscente, sino de la fuerza interior, vigor y actividad de la mente que conoce de una forma activa, esto es, conteniendo el objeto en sí misma, dominándolo e imponiéndose a él.
De modo que el conocimiento no es una pasión procedente de algo extraño a la mente, sino un ejercicio activo de la fuerza interior, vigor y poder de la mente, desarrollándose desde dentro, y las formas inteligibles por las cuales los objetos son entendidos o conocidos no son sellos o estampas impresas pasivamente en el alma desde el exterior, sino ideas vitalmente desplegadas o activamente ejercidas desde el interior de sí misma.
Si algo fuera meramente pasivo respecto a lo exterior, y sólo recibiera formas ajenas y adventicias, no podría en absoluto conocer, entender o juzgar lo que recibiera, sino que forzosamente sería extraño a ellas, al no tener nada en su interior por cuyo medio pudiera conocerlas. La mente no puede conocer nada, sino a través de lo que le es propio, esto es, lo innato, doméstico y familiar a sí misma. Cuando, en un gran tropel o muchedumbre de gente, un hombre mirando en derredor suyo se encontrase con innumerables caras desconocidas a las que no hubiera visto antes en su vida y, al fin, lograse divisar la cara de un viejo amigo o conocido, al que no hubiera visto o en el que no hubiera pensado en muchos años, se diría en este caso que conoció a ésa, y solo a esa cara en toda aquella compañía, porque no tenía en su interior una forma previa o anticipada de cualquier otra cara, entre las que examinó en su mente. Pero tan pronto como observó aquella cara, inmediatamente revivió y remozó una forma o idea anterior anticipada de ella que atesoraba en su mente, la cual, como si estuviese trabando conocimiento con esa forma nuevamente recibida, se la hizo conocer o recordar. De manera que cuando formas ajenas, extrañas y adventicias son exhibidas a nuestra mente por el sentido, el alma no puede conocerlas o entenderlas de ningún otro modo que no sea mediante algo doméstico y de su propiedad, alguna anticipación activa o prolepsis desde su interior, que reviviendo ocasionalmente y encontrándose con ellas, la mueva a comprenderlas o a trabar conocimiento de las mismas. Y es éste el único significado verdadero y permisible de ese viejo aserto, que el conocimiento es reminiscencia, y no por cierto porque sea el recuerdo de algo que el alma poseyese en un estado preexistente algún tiempo antes de conocerlo, sino porque es la comprensión de las cosas por la mente mediante ciertas anticipaciones interiores que le son propias, algo innato y doméstico a ella, o algo activamente ejercido desde el interior de sí. Y así Plotino, cuando intenta probar que los objetos inmediatos del conocimiento y la intelección no son cosas exteriores a la mente que operen sobre ella a distancia, sino contenidas y comprendidas en la mente misma,¿Cómo podría la mente de otro modo conocer o juzgar cuándo ha aprehendido realmente que algo sea bueno, que sea honesto o justo, siendo todas estas cosas extrañas a la mente, y llegando a ella desde el exterior? De manera que la mente no podría tener principios o juicio algunos en sí misma en tal caso, sino que éstos serían sin la mente, y la verdad, entonces, también sería sin ella.
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Pues resulta imposible que cualquier conocimiento pueda darse sin una idea objetiva o un concepto de algo conocido incluido en él, o que la intelección (nóesis) deba estar en una facultad, y el concepto (nóema) en otra, una en el intelecto, y el otro en la imaginación. Que el conocimiento deba ser producido activamente desde el interior, y el concepto o idea objetiva recibida lo sea pasivamente desde el exterior; que la mente deba ejercer un acto de conocimiento o intelección sin un objeto, o sobre un objeto sin ella misma, y no comprendido por ella; que la idea del objeto conocido no deba estar comprendida en el conocimiento del mismo. Mientras que, como el propio Aristóteles observó, "El conocimiento actual es en realidad lo mismo que el objeto conocido, o la idea de él", y por tanto inseparable de él. No siendo, pues, nada más que la mente adquiriendo consciencia de alguna idea inteligible en ella.
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Así, puesto que la intelección y el conocimiento no son pasiones originadas en el exterior, sino un ejercicio activo de la mente desde sí misma, de ello se sigue, como Aristóteles observó, que la mente al conocer lo que es inteligible en sumo grado (sfódra noetón), las más radiantes e ilustres verdades, no es por este motivo debilitada o abrumada, como lo es el sentido al percibir lo que es sensible en sumo grado (sfódra aisthetón), como el brillo del sol; sino, contrariamente, gracias a esto resulta fortalecida y más capacitada para comprender verdades menores y de un orden inferior. Puesto que aunque el sentido es pasivo y orgánico, no obstante el conocimiento es un poder inorgánico y activo, un vigor de la mente que cuanto más es ejercitado, más se robustece y extiende.
Ralph Cudworth