domingo, 5 de febrero de 2012

Del desigual reparto de los bienes


Pertenecía a la Providencia el enseñar a los hombres la virtud, que es el único camino por donde se llega a la verdadera bienaventuranza. Ahora, el mayor estorbo para quien va por este camino son los envites que, a cada paso, le hacen los bienes de la tierra, para detenerle. Pues, ¿con qué medio se podía mostrar más claramente la vanidad de tan falsos bienes, que con comunicárselos también a los impíos? ¿Podía caer en el pensamiento que éste era el pan preparado para los hijos, viéndole echar a todo pasto a los perros? Era muy natural inferir que lo que concede Dios aun a los blasfemadores de su gran Nombre, a los perjuros, a los sacrílegos, no era la paga que ha destinado para galardonar los obsequios de sus queridos. Estos años atrás, habiéndose introducido en Vitemberga una moda nueva, desagradable a su Príncipe, ¿qué hizo? La dio para que la usase el verdugo, y con este hecho la quitó luego todo el séquito. Un arte semejantísima de gobierno tiene la Providencia divina. Para quitarnos la afición a los bienes caducos de la tierra, los infama, guarneciendo con ellos aun a los malos: “De ningún modo puede Dios desacreditar más las cosas que se desean que concediéndoselas a los torpísimos y quitándoselas a los óptimos”, dijo muy sabiamente Séneca.

Añadid que los malos mismos tienen en sus costumbres frecuentísimamente algo que sea laudable, no hallándose con facilidad acá arriba maldad del todo pura, como la hay allá abajo entre los diablos y entre los condenados. La víbora no es venenosa en todas sus partes; antes acompaña tanto sanativo con el tósigo, que puede tener un honradísimo puesto en la composición de los medicamentos. Aquel rico, a quien vosotros quisierais luego en lo hondo, porque roba la hacienda ajena, por ventura suministra cortés a más de un necesitado su patrimonio. Aquel lascivo sabe perdonar a la fama del prójimo, si no sabe perdonar a la castidad. Aquel hablador sabe abstenerse de las blasfemias en la ira, si no se sabe refrenar de las murmuraciones. Alguno hizo traición al amigo, mas juntamente fue fidelísimo a su consorte. Como puntualmente se refiere, que los romanos, entre tantos hurtos violentos como hicieron, amaron la fortaleza, los godos la honestidad, los vándalos la religión, los hunos el rigor, los turcos la obediencia a sus soberanos. Y así haced cuenta que si es difícil hallar enfermo tan desesperado que entre sus muchas malas señales de muerte no dé alguna buena de vida, no es menos dificultoso el encontrar un inicuo tan díscolo. Ahora, a Dios le pertenece el no dejar sin premio acción alguna, que de algún modo sea recta. Y por eso, como es superficial la virtud de estos, así también se galardona con una felicidad que no tiene fondo, como es la de esta vida. Y con esto viene la Providencia a manifestar más cuánto se complace de la virtud, pues la ama hasta pintada.


Segneri

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