miércoles, 31 de octubre de 2012

Sobre la buena vida




Si el sumo bien es el placer, es un bien sumamente ínfimo. No es mayor que quien lo recibe, y a menudo resulta más caduco e inconsistente que él.

El bien máximo es por naturaleza universal y comunicable. El placer, en cambio, está encadenado a la sensibilidad del individuo y a sus juicios particulares.

Nos referimos al máximo bien como aquel que nos hace necesariamente mejores. Pero no juzgamos a alguien ser mejor por haber gozado más. Luego tampoco seremos de esta opinión con nosotros mismos.

Disfrutar de un bien que no merecemos, lejos de ennoblecernos, nos iguala a los ladrones.

Siendo el placer el bien sumo, lo será o en cualquier cantidad o en determinada cantidad. Si en cualquier cantidad, todo ser por el mero hecho de existir alcanza cierto grado de placer y, por tanto, el sumo bien; asimismo, por el mero hecho de morir, evita en adelante el dolor, esquivando el sumo mal. Si en determinada cantidad, es imposible que el placer sea el sumo, ya que siempre podrá concebirse un placer mayor al experimentado, por lo que a toda saciedad le sucederá inmediatamente el ansia y la incertidumbre. Por consiguiente, teniéndoselo por el mayor de los dones, el placer será ya un bien demasiado barato y al alcance de todos, ya uno demasiado caro y para todos inaccesible.

martes, 23 de octubre de 2012

La moral ininteligible




Un ser moral es aquel que está en disposición de juzgar a otros y a sí mismo por acciones o pensamientos inmorales. Amar algo conlleva eo ipso odiar su opuesto, por lo que puede afirmarse sin temor a errar que quien nada odia tampoco ama nada. La empatía llevada hasta el extremo supone la confusión de lo correcto con lo agradable, siendo ésta la auténtica raíz del pecado y del autoengaño genuinamente humanos.

domingo, 21 de octubre de 2012

El ateísmo como religión


Todos los ateos son fanáticos de esa ciega diosa Naturaleza.

Cudworth

I.

El carácter fanático del pensamiento ateo tal vez consista en considerar que la razón humana es demasiado débil y tardía para pretender que el universo, que es su causa lejana, pueda ser comprendido adecuadamente por ella, la cual es sólo uno de los tantos posibles efectos derivados de aquél. La sumisión resignada de la razón a un hado superior e inexorable es lo que comúnmente se conoce como fanatismo.

Para un naturalista todo es natural a la postre, incluida la propia razón. Para un teísta todo es racional a la postre, incluida la propia naturaleza. Éste es el rasgo común de todo ateísmo: que la razón es hija de la necesidad, y no la necesidad de la razón.

II.

Hay un cierto aire de familia entre la moral atea y la maniquea. Los maniqueos creyeron que el mundo es necesariamente malo, puesto que procede de un principio por completo carente de bondad. Sin embargo, habida cuenta de que ésta se encuentra en la conciencia humana, dedujeron que hay un dios escondido o dios bueno, aunque en parte impotente, que nos la inspira.

Los ateos rechazan por principio que haya dioses buenos o malos, pero estiman en cambio que la naturaleza general es mala o indiferente, mientras que la naturaleza humana es buena o moral. Este dualismo, no obstante intente naturalizarse, procede de esta raíz irracional que divide a la realidad en dos bloques irreconciliables en perpetua lucha.

jueves, 18 de octubre de 2012

Vida nueva


Es a través de pequeños hitos y de un momento particular de unir los cabos que uno pasa de no creer a creer, de detractor a defensor y de indiferente a intransigente. El sentimiento común del converso es haberse engañado durante demasiado tiempo, el cual crea la sensación apremiante de que no hay tiempo que perder.

En mi caso, me engañé pensando que era fluido y transitorio lo que descubrí ser eterno e inmutable, como si la verdad, en lugar de limitarse a un predicado, se transformase en sujeto. No recuerdo haber deseado creerlo antes de descubrirlo. Al contrario, contemplaba esa posibilidad como un absurdo insultante, un producto de la imbecilidad y el conformismo intelectual. No la desafié abiertamente, sino que me limité a ignorarla mientras en el fuero interno surgían tensiones que por entonces no podía resolver. Mi ateísmo o mi escepticismo sin rumbo eran fruto de una escasa meditación y de una especie de soberanía moral a la que no iba a renunciar de buen grado sin razones de mucho peso.

Las razones objetivas (del espíritu geométrico, diría Pascal) fueron, por abreviar, mi cansancio de la asistematicidad de Nietzsche, el hallazgo de Leibniz como antídoto de Spinoza, la lectura de algunos Padres de la Iglesia y el contagio de su fervor en el mismo momento en que se desmoronaban mis prejuicios irracionalistas y anticristianos. Por esas fechas empecé a esbozar argumentos a favor de la existencia de Dios, no sin muchos quebraderos de cabeza que me dejaban extenuado sobre la cama.

Las razones personales fueron mi insociabilidad, mi rigidez, mi odio del siglo, mi sentimentalismo retrógrado y el asco que me producían (y me producen) las modas, las medias verdades y las turbas adocenadas. Luego, con Novalis, la convicción de que el ateísmo es una ideología amorfa incapaz de engendrar nada grande o perdurable, que deja al hombre sin defensas y sin esperanzas frente al mal.

lunes, 15 de octubre de 2012

Verdad de verdades



Los triángulos y círculos, esferas y cubos de Euclides, Arquímedes, Pappus, Apolonio y todos los demás geómetras antiguos y modernos, en todos los distantes lugares y tiempos del mundo, fueron a la vez indivisiblemente uno y el mismo, perfectamente inmutables e incorruptibles, siendo de esta índole la ciencia geométrica. Por cuya causa Aristóteles ha afirmado también de estos objetos matemáticos que no se encontraban en ninguna parte como en un lugar, al modo en que se encuentran todos los cuerpos singulares: "Es absurdo hacer que los objetos matemáticos estén en un lugar, como lo están los cuerpos sólidos; pues el lugar pertenece sólo a los singulares, que son por consiguiente separables unos de los otros mediante el lugar; pero las entidades matemáticas no están en parte alguna." Puesto que, siendo universales y abstractas, están sólo en las mentes. No obstante, por la misma razón, están en todas partes, hallándose en toda mente que las aprehende. Por último, estas esencias inteligibles son llamadas también por Filón "las esencias más necesarias", al ser no sólo eternas, sino poseyendo igualmente como propia la existencia necesaria. Pues, aunque no se da una necesidad absoluta por la que deba haber materia o cuerpo, con todo se da una necesidad absoluta de que haya verdad. 
Si, por consiguiente, hay inteligibles o ideas eternos y verdades eternas, y les pertenece la existencia necesaria, entonces debe haber una mente eterna necesariamente existente, dado que estas verdades y esencias inteligibles de las cosas no pueden estar en parte alguna excepto en una mente. (...) Debe haber una mente previa al mundo y a todas las cosas sensibles tal que se comprendan en ella las ideas de todos los inteligibles, sus vínculos necesarios y relaciones recíprocas, y todas sus verdades inmutables. Una mente que no deba (como al respecto escribió Aristóteles) entender algunas veces y otras veces no entender, como si estuviera en ocasiones despierta y en ocasiones dormida, o como un ojo, a veces abierto y a veces cerrado, sino una mente que sea esencialmente acto y energía y en la que no haya ningún defecto. Y ésta, como hemos declarado ya, no puede ser otra que la mente de un Ser omnipotente e infinitamente perfecto, comprendiéndose a sí mismo y el alcance de su poder, en la medida en que es comunicable, esto es, todas las posibilidades de las cosas que pueden ser hechas por él y sus respectivas verdades. 
(...) 
Las verdades no se ven multiplicadas por la diversidad de mentes que las aprehenden, puesto que son participaciones ectípicas de una y la misma mente y verdad arquetípica. Así como la misma cara puede ser reflejada en varios cristales, y la imagen del mismo sol puede estar en mil ojos que lo contemplen a la vez, y una y la misma voz puede estar en mil oídos que la escuchen, semejantemente cuando
innumerables mentes creadas tienen las mismas ideas de las cosas y entienden las mismas verdades no es sino una y la misma luz eterna la que se ha reflejado en todas ellas ("la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre" [Jn. 1:9]), o la misma voz de esa Palabra imperecedera, que jamás calla, resonando en ellas.

Cudworth

viernes, 12 de octubre de 2012

La pluralidad no piensa


Decimos que no podemos conocer con absoluta certeza las mentes de los demás, al ser distintas de la nuestra y exteriores a ella. Pero ni siquiera podríamos conocer nuestra mente si no fuera una, pues se daría exactamente el mismo problema: que sus partes serían distintas y externas las unas respecto a las otras, al existir entre ellas una conexión accidental, no substancial.

Sin el conocimiento seguro acerca de nuestra propia mente, es decir, no conociendo que conocemos, la ciencia sería inútil. Así, Aristóteles:

El que juzga que dos cosas son diversas debe ser uno. Luego el que afirma esta diferencia debe ser idéntico consigo mismo y, de la misma manera, el que la percibe o la piensa. (...) Se afirma que dichos objetos son diferentes ahora; los objetos, pues, deben estar presentes en un mismo momento. Tanto la facultad de discernirlos como el tiempo en que ésta se ejerce deben ser unitarios e indivisibles.

miércoles, 10 de octubre de 2012

Sobre omnisciencia y predestinación




No es posible que Dios yerre en sus previsiones, pero su conocimiento no convierte el devenir en necesario. De hecho, lo que Dios prevé es que algo ocurrirá contingentemente. Prever de forma necesaria algo contingente no es una incongruencia. Pensemos en el pasado, del cual decimos que es contingente mientras no ha pasado y necesario cuando ya pasó. Ahora bien, como es una contradicción que algo sea una cosa y su contraria por el mero transcurso del tiempo, se sigue que lo que cambia no es el pasado, sino nuestro conocimiento del mismo, que de contingente o incierto se convierte en necesario o cierto.

Esta confusión entre el plano epistemológico y el ontológico es la fuente de todas las perplejidades en materia de libertad y necesidad.

Es necesario que el hombre sufra




Porque es finito y, como tal, experimenta crecimientos y decrecimientos.

Porque si pueden alcanzarse los fines de un ser racional, sufrir es preferible a no existir. Y si no pueden alcanzarse, sufrir es poco más que un espasmo moralmente indiferente.

Porque, ya que al hombre no le ha sido dado permanecer siempre en acto e igual a sí, padecer es una consecuencia inevitable de la concatenación de causas y efectos, de manera que si quisiera rechazar una parte de la misma se vería obligado a renunciar al todo.

Por su culpa pasada, presente o futura.

Para dar ejemplo de virtud. Así como el respeto precisa que nos incomodemos ante los demás, la virtud exige que nos incomodemos ante nosotros mismos.

Porque no todo en el hombre es bueno y lo peor debe sacrificarse a lo mejor, como sucede con los metales impuros.

Por su opinión errónea de que el sufrimiento y la pérdida son males, y el placer y la ganancia bienes.

Por su ignorancia de la providencia, o su desconfianza hacia ella.

Por amor a la vida eterna, que se labra en el desprecio de la temporal.

domingo, 7 de octubre de 2012

El sumo bien


Justo es lo ordenado a un fin tendente a un bien superior a aquel que se pretende evitar. Injusto es su contrario.

Si se da una jerarquía de bienes, ésta terminará en aquellos bienes que lo son para el hombre o apuntará a algún bien en sí. 

Si termina en el hombre, cada hombre será la medida de lo bueno. Así, el único modo para los hombres de perseguir un bien superior será estimar inferiores a algunos de sus semejantes. Y será justo.

Entiéndase: Es metafísicamente inconcebible postular la igualdad moral de todos los hombres sin suponer un bien moral que los trascienda a todos. Porque si cada hombre es la medida del bien y es justo rechazar el bien inferior por el superior, entonces es justo rechazar al hombre inferior por el superior.

Por el contrario, si la jerarquía de bienes termina en algún bien en sí distinto del hombre, tal consistirá en una unidad o una pluralidad.

Si consiste en una pluralidad, dichos bienes -cada uno de ellos- serán la medida de lo bueno. Al no haber ninguna noción común por la que vincularlos y a la que se remitan (pues si la hubiera sería su superior lógico), serán en última instancia recíprocamente contradictorios. Luego perseguir un bien superior devendrá imposible, al no darse entre los bienes en sí ninguno inferior al otro. Y no habrá justicia.

Por el contrario, si el bien en sí consiste en una unidad, dicho bien será la medida de lo bueno. Tendrá, pues, las características de la unidad: ser indivisible, incorruptible, inherente y trascendente a todo lo múltiple y, en suma, inmaterial. No admitiendo nada superior o anterior a sí mismo, será también increado y autosubsistente.

Sin embargo, puesto que el bien supremo comparte, en tanto que bien, una misma naturaleza con el resto de bienes, habrá algún nexo de unión entre los bienes y el Bien. Este nexo de unión será físico, causal o moral. Concedido que el bien supremo es ajeno a la materialidad, se concluye que el nexo de unión es causal respecto a todos los seres y moral en cuanto a los seres morales.

En consecuencia, el bien supremo, si hay alguno, es inmaterial, increado, autosubsistente, causa primera en lo físico y primer principio en lo moral. Por tanto, es Dios.

viernes, 5 de octubre de 2012

Ad unum per nullum


La fracción de un pensamiento ¿es un pensamiento? ¿Y la fracción de la fracción, ad infinitum? Pues, si no existe una unidad mínima de pensamiento, todo piensa. Y si existe, es indivisible y, por tanto, inextensa.

Formar un pensamiento de un no pensamiento es hacer unidades con nulidades. Ahora bien, pretender que todo piensa no es menos absurdo.

Si definimos el pensamiento como la comunicación mediante sinapsis y neurotransmisores, entonces está claro que pensar requiere necesariamente partes, esto es, espacio y tiempo. Pero ello sería una petición de principio in definiendo, como el que llamase al volar "el deslizarse un ser alado en el viento". Se puede, sin embargo, volar sin viento y sin alas.

Una cosa es el pensar como proceso y otra el pensar como acto. Piensa quien tiene pensamientos, los tenga como los tenga. Vuela quien permanece suspendido en el aire, lo haga como lo haga. Por consiguiente, puede pensarse sin cuerpo.