sábado, 2 de noviembre de 2013

El mundo por de dentro




Es nuestro deseo siempre peregrino en las cosas de esta vida, y así con vana solicitud anda de unas en otras sin saber hallar patria, ni descanso. Aliméntase de la variedad y diviértese con ella, tiene por ejercicio el apetito, y éste nace de la ignorancia de las cosas, pues si las conociera cuando codicioso y desalentado las busca, así las aborreciera, como cuando arrepentido las desprecia; y es de considerar la fuerza grande que tiene, pues promete y persuade tanta hermosura en los deleites y gustos, lo cual dura sólo en la pretensión de ellos, porque en llegado cualquiera a ser poseedor, es juntamente descontento. El mundo, que a nuestro deseo sabe la condición, para lisonjearla, pónese delante mudable y vario; porque la novedad y diferencia es el afeite con que más nos atrae: con esto acaricia nuestros deseos, llévalos tras sí y ellos a nosotros.  
Sea por todas las experiencias mi suceso, pues cuando más apurado me había de tener el conocimiento de estas cosas, me hallé todo en poder de la confusión, poseído de la vanidad de tal manera que en la gran población del mundo, perdido ya, corría donde tras la hermosura me llevaban los ojos, y a donde tras la conversación los amigos, de una calle en otra, hecho fábula de todos; y en lugar de desear salida al laberinto, procuraba que se me alargase el engaño. Ya por la calle de la ira descompuesto seguía las pendencias pisando sangre y heridas, ya por la de la gula veía responder los brindis turbados. Al fin, de una calle en otra andaba (siendo infinitas) de tal manera confuso, que la admiración aun no dejaba sentido para el cansancio, cuando llamado de voces descompuestas y tirado porfiadamente del manteo, volví la cabeza. Era un viejo venerable en sus canas, maltratado, roto por mil partes el vestido y pisado; no por eso ridículo, antes severo y digno de respeto.  
- ¿Quién eres, dije, que así te confiesas envidioso de mis gustos? Déjame, que siempre los ancianos aborrecéis en los mozos y placeres los deleites, no que dejáis de vuestra voluntad, sino que por fuerza os quita el tiempo. Tú vas, yo vengo; déjame gozar y ver el mundo. 
Desmintiendo sus sentimientos, riéndose, dijo: 
- Ni te estorbo ni te envidio lo que deseo, antes te tengo lástima. ¿Tú por ventura sabes lo que vale un día? ¿Entiendes de cuánto precio es una hora? ¿Has examinado el valor del tiempo? Cierto es que no, pues así alegre le dejas pasar, hurtado de la hora, que fugitiva y secreta te lleva preciosísimo robo. ¿Quién te ha dicho que lo que ya fue volverá cuando lo hayas menester, si le llamares? Dime, ¿has visto algunas pisadas de los días? No por cierto, que ellos sólo vuelven la cabeza a reírse y burlarse de los que así los dejaron pasar. Sábete que la muerte y ellos están eslabonados, y en una cadena, y que cuando más caminan los días que van delante de ti, tiran hacia ti y te acercan a la muerte, que quizá la aguardas, y es ya llegada; y según vives, antes será pasada que creída. Por necio tengo al que toda la vida se muere de miedo que se ha de morir, y por malo al que vive tan sin miedo de ella como si no la hubiese; que éste lo viene a temer cuando lo padece, y embarazado con el temor, ni halla remedio a la vida ni consuelo a su fin. Cuerdo es sólo el que vive cada día como quien cada día y cada hora puede morir. 
- Eficaces palabras tienes, buen viejo, traído me has el alma a mí, que me la llevaban embelesada vanos deseos. ¿Quién eres, de dónde y qué haces por aquí?  
- Mi hábito y traje dice que soy hombre de bien y amigo de decir verdades en lo roto y poco medrado. Y lo peor que tu vida tiene es no haberme visto la cara hasta ahora. Yo soy el Desengaño, estos rasgones de la ropa son de los tirones que dan de mí los que dicen en el mundo que me quieren; y estos cardenales de rostro, estos golpes y coces me dan en llegando, porque vine y porque me vaya; que en el mundo todos decís que queréis desengaño, y en teniéndole unos os desesperáis, otros maldecís a quien os lo dio, y los más corteses no le creéis. Si tú quieres, hijo, ver el mundo, ven conmigo, que yo te llevaré a la calle mayor, que es adonde salen todas las figuras, y allí verás juntos los que por aquí van divididos sin cansarte. Yo te enseñaré el mundo como es, que tú no alcanzas a ver sino lo que parece. 
- ¿Y cómo se llama, dije yo, la calle mayor del mundo donde hemos de ir? 
- Llámase, respondió, Hipocresía, calle que empieza con el mundo y se acabará con él, y no hay nadie casi que no tenga, si no una casa, un cuarto o un aposento en ella. Unos son vecinos y otros paseantes, que hay muchas diferencias de hipócritas, y todos cuantos ves por ahí lo son.

Francisco de Quevedo

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