Porque
nos rodea siempre en todo lugar y puede entrar en la ciudadela por mil caminos, la
muerte, dice Séneca, es compañera inseparable de la vida y no debe
temerse. No es un accidente en nuestro existir, pues forma parte de su sustancia; más que su contrario es su reverso.
Séneca
lo plantea en términos puramente naturales: puede matarnos el César,
pero también un resfriado, la picadura de un insecto o una piedra en el riñón. No debemos temer
ninguno de los males capaces de acabar con nosotros, porque forzosamente
sucumbiremos a alguno, y no ha de temerse más que lo evitable.
Se prueba además que la muerte no es un mal por las siguientes razones:
Sólo
existen los males morales. La muerte afecta
por igual a buenos y malos, y los buenos, mientras lo sean, no pueden
padecer algo indigno por lo que desmerezcan de su nombre. Pero padecen
la muerte. Luego la muerte no es, por sí misma, indigna o moralmente
mala. Ergo no es mala en absoluto.
La muerte tampoco es un mal por ser un castigo, ya que con él se busca el ejemplo o la enmienda. Con más razón si es un castigo justo y divino.
Por último, no es un mal por privarnos de la existencia terrena, incluso obviando que pueda haber otra. El bueno no deja de
serlo por morir, y el malo al menos ya no puede seguir siéndolo.
Así, no debe temerse la muerte, sino la injusticia.
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