jueves, 25 de noviembre de 2021


La finalidad esencial de cuanto existe, común a toda la naturaleza en cualquiera de sus partes, es la conservación de sí. Se conservan la masa, la energía y el movimiento lineal; las causas se conservan en sus efectos, y la vida tiende a extenderse y perpetuarse en la medida de sus fuerzas. Por tanto, puesto que existe un fin propio de lo que es natural, queda demostrado el principio según el cual la naturaleza nada hace en vano, ya que todo lo hace para conservarse.

Ahora bien, si es cierto que la naturaleza nada hace en vano, síguese que la naturaleza persigue fines. Por consiguiente, existen los fines, toda vez que sería vano perseguir lo que no existe. Luego existen en la mente que los concibe y en la voluntad que los desea, habida cuenta de que ningún fin es material hasta que se consuma. Y dado que perseguir un fin conlleva estar dotado de inteligencia y voluntad actuales, debe concluirse que o bien la naturaleza, como sujeto universal, está dotada de inteligencia y voluntad actuales, a las que nos referimos como alma del mundo, o bien la naturaleza es el instrumento o máquina de un ser no natural dotado de inteligencia y voluntad actuales, al que llamamos Dios.

Sin embargo, no es cierto que la naturaleza esté dotada de inteligencia y voluntad actuales como sujeto universal, ya que existen en ella multitud de sujetos particulares con inteligencia y voluntad actuales, los cuales, siendo parte de la naturaleza y opuestos entre sí, desmienten la hipótesis de un alma unitaria natural presente en todas sus partes. De lo anterior se deduce que toda inteligencia mundana, temporal y finita es un mero signo o impronta de una inteligencia extramundana, intemporal e infinita, de la cual procede.

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