La finitud y cuantificación de la materia conllevan su pasividad, la cual da lugar a su mutabilidad, de modo que necesariamente se producirán cambios de estado en ella. Y puesto que juzgaremos que unos estados nos son más propicios que otros (pese a que sólo Dios sabe si en verdad es así), pasaremos incesantemente de lo peor a lo mejor y de lo mejor a lo peor, ya que nada bajo el sol permanece idéntico a sí mismo. Por tanto, si Dios crea fenómenos y accidentes en lugar de meras substancias desvinculadas de toda materia, habrá fluctuación entre lo mejor y lo peor, y el hombre encontrará vanos motivos para alegrarse o entristecerse. Sin embargo, hay buenas razones para creer que un mundo complejo, aun con sus riesgos y calamidades, es mejor, mayor, más virtuoso y más sublime que un acuario de entelequias.
"Los esclavos felices"
Hace 3 horas
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