lunes, 1 de enero de 2007

¿Qué es el hombre?


Marx dijo algo parecido a esto: La consciencia no determina el ser, es el ser el que determina la consciencia. La consciencia es un artefacto lógico que Fichte resumió en su famoso "A = A" o "yo = yo", un bucle elemental por el que ha de filtrarse todo el mundo para adquirir la condición de verdadero, según exigencias del "giro copernicano" de Kant. Como yo no creo en ese "giro", la filosofía de Fichte me deja un poco frío. Pero reservo esta cuestión para más adelante.

Tenemos la consciencia, cuya significación es bastante unívoca. El ser, en cambio, es más polisémico. Por de pronto "ser" es para la fenomenología la inmediatez de la totalidad de mis percepciones y su vinculación mutua, próxima o lejana, con todo lo que me rodea y es objeto de mi representación. Pero también es el ser social, es decir, las relaciones de producción estudiadas por los marxistas, que generan la consciencia de clase. La diferencia fundamental entre Fichte y Husserl, si tuviera que trazarla precipitadamente, es que aquél cree que la consciencia es el fundamento de la lógica y de lo empírico, mientras que éste sostiene justo lo contrario, a saber, que la lógica y lo empírico son el fundamento de la consciencia. La intención, se argumentará, va siempre dirigida a algo real, por lo que no puede tomarse como un "yo = yo": no es autorreferente. Ahora bien, no cree Husserl, como los materialistas, que la consciencia sea un constructo arbitrario fruto de la fuerza y el azar, sino que la define en función de su naturaleza racional y de la experiencia que la canaliza.

Wittgenstein dio dos soluciones distintas a este problema del "yo", esto es, a su dualidad ser-consciencia. La primera, la más idealista, prescinde de esta dualidad y la convierte en unicidad: los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo. Se corresponde con el primer Wittgenstein. Así, el análisis proposicional no puede ser universalizable si queremos que sea empírico además de lógico, pues mis experiencias son sólo mías. La segunda respuesta dada por Wittgenstein, ya realista, niega que el “yo” sea algo tangible o lógico. Lo considera sólo un punto de vista en los juegos de lenguaje y, por tanto, lo reduce a un elemento sometido a sus reglas.

Tal vez no estén tan distanciados Husserl y Wittgenstein, pese a que este último mantuvo una beligerancia tácita con la fenomenología. Para ambos la consciencia es un resultado de un modo de estar en el mundo (de un modo de ser), sólo que en la fenomenología se insiste en la experiencia interna (que se traduciría en un “ser para el mundo” consciente) y en el segundo Wittgenstein basta con apelar al lenguaje común en uno de sus muchos usos prácticos cotidianos. Wittgenstein fue también, por cosificador lingüístico, un antidialéctico ajeno a las genealogías.

Wittgenstein, en suma, es un reduccionista lógico, al contrario que Husserl, que fue un maximalista lógico. Wittgenstein ignora todo lo que no se traspone al juego (la subjetividad subyacente), pues cae fuera de su competencia analítica y tal vez fuera de la filosofía: es lenguaje privado. Husserl, sin embargo, estuvo empeñado en construir una lógica de las percepciones y las pasiones que devolviera al hombre su naturaleza racional y unitaria, así como la de la ciencia, su mayor logro. Wittgenstein concluirá que no hay una sola lógica posible, sino tantas como juegos. Lo concreto es la madre de lo abstracto y, forzando la crítica de Husserl al idealismo, dirá contra éste que todo lo que no sea juego es vaguedad autorreferencial.

La voluntad de Husserl de convertir el lenguaje privado en ciencia fue recuperada por los posmodernos, que la pervirtieron descaradamente con sus jergas, gracias en parte al mal discípulo que fue Heidegger. En este sentido hay que agradecer a Wittgenstein que parase los pies a la fenomenología, aunque hay que lamentar también que no viviese lo suficiente como para enfrentarse a sus hijuelos bastardos. En fin, aplicando a los dos pensadores "la navaja de Gödel" (a la que el mismo Wittgenstein debió sentirse muy próximo), diría que Wittgenstein es coherente pero no es completo, mientras que Husserl es completo pero no es coherente. Husserl no logró dotar a su sistema de universalidad, pero Wittgenstein dejó el suyo permanentemente inconcluso, como mero método de verificación para lo variopinto. En realidad Wittgenstein hace abstracción del "ser" o "yo" de Husserl. No dice que no exista, sino que el examen filosófico va siempre un paso más allá de éste, que se convierte en superfluo para el análisis de la “consciencia social” que dejan traslucir los juegos. Más que una crítica a los presupuestos de Husserl, que como ya he señalado compartiría, es una crítica a sus consecuencias hermenéuticas.

A través de todo este discurso he estado recorriendo el largo camino que intentó desandar el error de los juicios sintéticos a priori. Ahora hay que detenerse en ellos. Fueron estos juicios -pues todo juicio tiene sujeto y predicado- los que, distorsionando la teoría monadológica de Leibniz, persuadieron a Fichte para postular un sujeto universal, "padre" de todos los juicios posibles. Pero para Leibniz no había necesidad de tal engendro. Cada mónada era un punto de vista distinto de todo el universo. No había mónadas universales, salvo Dios, y es en ese olvido de Dios, en esa ofuscación subjetivista de lo nouménico, tan propia del protestantismo, donde se abre la gran brecha entre Leibniz y su desdichada progenie romántica.

Leibniz quiso hacer un lenguaje universal, sin importarle para nada el pseudoproblema de cuál debía ser el "sujeto básico" de todos los predicados. Kant convirtió la mónada en "cosa en sí", ocultando al sujeto concreto en un inconsciente metafísico, e hizo de los juicios una materia abstracta, un fundamento de la ciencia futura. Pero no hay que esperar de estos juicios sintéticos, como pretendió Kant, una veracidad inapelable y "a priori". Eso falseó su misma idea de sujeto, que se convirtió en "trascendental". El sujeto de los revolucionarios, de los falsos humanistas, el "yo" que está en todas partes y en ninguna.

La ciencia de Leibniz no se construye sobre sujetos y juicios, sino sobre principios y símbolos. Principios como el de no contradicción o el de razón suficiente (PRS) -entre otros- y símbolos que representan unidades lógicas elementales. Del análisis de las conexiones entre sujeto y predicado según el PRS surgirían, pues, los verdaderos juicios, mientras que la combinación de los resultados lógicos codificados en símbolos inteligibles propiciaría la inventiva a través de un método cuasiautomático. Leibniz es mucho más moderno y más vigente que el quimérico Kant, cuyo éxito hay que atribuir a lo árido del panorama anterior a él, repartido entre dogmáticos y escépticos.

Demos otro salto hasta el comienzo de toda la perorata. La consciencia no determina el ser, es el ser el que determina la consciencia. Resulta casi un axioma para la filosofía y la ciencia contemporáneas. En otras palabras: es el modo de ser el que determina el modo de juzgar, no a la inversa. Kant, en su estéril escolasticismo, creyó que el hombre era racional en tanto que capaz de cierta clase de juicios. De ahí surgió su hombre cosmopolita, paradigma de la Ilustración. Este paradigma ha entrado en crisis hace cosa de siglo y medio, y hoy nadie que no esté trasnochado o sea un puro magufo dirá que la consciencia determina al ser.

¿Qué significa esto? ¿Qué consecuencias tiene? Es, amigos míos, una confirmación de la monadología, que afirma que nuestro ser -la mónada- es previo a su calidad de consciente. Y aquí "previo" equivale a "eterno", por más que orgánica o fisiológicamente incompleto. Tal conclusión nos conduce a algo tan sencillo como que la consciencia no puede determinar la inclusión en el género humano, siendo como es una propiedad del hombre (“ser consciente”) y no su médula definitoria. Nuestro modo de ser es, por consiguiente, autónomo, y no depende de ningún factor o requisito salvo de su entorno, que lo modaliza y explica. Pero no hay nada -empírico o lógico- que sea anterior al ser, ya que la realidad hace que éste sea en cada caso "ser de un modo", lo que se opone a "ser de otro modo" y a "no ser". Como ni el ser ni la consciencia se postulan de manera lógica, sino existencial, forman parte de una misma noción que se presupone en todo lo que es. Somos hombres antes de experimentar el estadio de espejo, de aprender un lenguaje o de hacer uso de nuestra libertad. Luego, si el hombre no tiene un inicio consciente, sino un inicio ontológico, entonces abortar es inmoral, dado que implica destruir a un hombre.

1 comentario:

Heracles dijo...

Saludos, Creo señor irich que su postura entronca aún con la antigüedad; sí,antiguamente se concluyó arbitrariamente que donde termina el reino de las palabras tenía su confín el reino de la existencia;conocimiento es un nombre que refiere a un estado extremo; usted parece decir conocer que el hombre no es libre si no sabe que lo es ser libre; y al pensar así se va a un gradoextremo, olvidando los grados medios e inferiores que, son precisamente los que tejen la tela de nuestro carácter y nuestro destino;la más mesurada complacencia o desagrado de que somos conscientes alcomer un plato, al oír un sonido, tal vez sea, valorado correctamente, un arrebato extremo; rasgan a menudo la tela y son entoncs violentas excepciones; no somos un ente ni un lago ontológico; no somos sino aquello, como dice Nietzsche, que PARECEMOS tras los únicos estados para los que tenemos conciencia y palabras; nos desconocemos tras esos arrebatos más rudos que sólo nosotros conocemos, nos leemos mal en ese deletreo aparentemente clarísimo de nuestro Yo. La calidad de consciente no emana del YO primitivo, ni de nungún modo de ser autónomo al que alguien o algo ha imprimido una moral a favor de la construcción del hombre consciente llevado por la realidad; los animales también son conscientes de lo que son; en todo caso para Husserl la "realidad" no es lo que usted da a entender; sino que la "realidad" en Husserl está descentrada en niveles, precisamente porque el término no es el Ser, como bien dice,aunque no salga en realidad su conclusión del ese Ser. Usted alude a una realidad plana en la que, obviamente no hay espejos, y renuncia a la realidad cuando más tenía que insistir en ella; en esa realidad que olvida, se dan "síntesis materiales sin identidad", algo fundamental el el último Husserl. No podemos seguir viviendo la ancestral ilusión de que sabemos exactamente cómo se produce el ACTUAR humanao, en todos los casos posibles. HERACLES