Dos comentarios a este texto:
1) Desde algunas instancias se postula un azar fuerte u ontológico cuya clave es que las distintas partes de la realidad no mantienen un vínculo estable susceptible de subsumirse en una ley general que explique sus relaciones en cada caso. Ahora bien, esta solución, además de ser contraintuitiva a la vista de la regularidad de los fenómenos, tiene el inconveniente de no explicar por qué motivo el devenir sucede de una manera y no de otra, siendo todas equiprobables desde la lógica abstracta.
2) La alternativa a esta hipótesis no admite un camino del medio, por lo que Dios, cuando crea, no puede improvisar como Miguel Ángel cuando esculpe. Debe actuar según un plan preconcebido hasta el último detalle desde el primer momento.
Leibniz tiene una solución muy interesante a la interpenetración entre causas eficientes y causas finales: la monadología. Ésta establece que todo en cualquier escala hasta el infinito es una representación particular de sí mismo y de lo demás, y que no hay una realidad "en sí", sino multitud de realidades seminales e inmateriales (mónadas) en las que está cifrado de distinto modo el plan del universo entero (armonía preestablecida). Cada elemento material, pues, contendría toda la información para llegar a ser cualquier cosa de las que han sido, son o serán, pero sólo alcanzaría las más próximas a su noción dentro del "continuum" de la materia (principio de razón suficiente).
No es, entonces, que se den fines exóticos o azarosos externos a la materia. Se concentran, en cambio, en puntos inextensos dentro de ella y en función de la misma, si bien atendiendo a un diseño que desborda la perspectiva empírico-materialista, dado que parte de un inicio metafísico absoluto -la realidad irreductible de la mónada- y concierne a la totalidad del mundo -cuyos márgenes no se divisan- en cada paso que efectúa.
"El guardia civil que retrata a Sánchez y Marlaska"
Hace 15 minutos
4 comentarios:
¿Las mónadas son espirituales (reales y no-físicas)?
Hola,
irichc:
Te había dejado respuesta en mi blog, paso a responderte aquí, por si no la habías visto:
Respecto a 1) me autocito:
No se puede postular un azar ontológico eso es antropocentrismo. El azar es un límite a la cognoscibilidad humana más allá de ella, como decía Wittegenstein, solo vale el silencio. No se trata pues de que sea contraintuitivo sino que es un non sequitur afirmar que si no somos capaces de encontrar una ley a algo, ese algo no está regido por ninguna ley
Respecto a 2)
Lo que quería decir es que si la evolución es natural, es decir, está sujeto a las leyes naturales , entonces la inteligencia del DI tendrá que, como Miguel Angel en su escultura, estar al albur del azar.
Por supuesto que yo creo que Dios, cuando crea, no puede improvisar como Miguel Ángel cuando esculpe pero un Dios así sólo cabe en el darwinismo que es encajable con el resto de las leyes del universo y que no necesita retocar la evolución de las especies pues estas salen sólas con las leyes físicas.
Saludos
Dark:
Sí.
Héctor, lo vi, pero estaba fuera de mi ciudad y sin conexión estable. Paso a contestar a vuelapluma.
Insisto en que no se puede postular un azar ontológico eso es antropocentrismo. El azar es un límite a la cognoscibilidad humana más allá de ella, como decía Wittegenstein, solo vale el silencio. No se trata pues de que sea contraintuitivo sino que es un non sequitur afirmar que si no somos capaces de encontrar una ley a algo, ese algo no está regido por ninguna ley
Pero es que no todo el mundo está dispuesto a admitir que la realidad es cognoscible, o todavía más, que hay algo unitario y congruente llamado “realidad”.
Estoy de acuerdo con el punto 2), lo que quería decir con lo de Miguel Angel es que cualquier inteligencia no omnipotente está limitada a las leyes naturales, unas limitaciones materiales que no puede evitar incluso el DI. De hecho el DI nos hablaría de un Dios que tiene que rehacer constantemente su obra, que esta no se hace sola. De forma que si se postula un Dios, el DI no deja que tenga mucha elegancia en su proceder.
El término “diseño” es muy vago. En su acepción menos imaginativa refiere sólo a un universo que sigue las pautas de una inteligencia no arbitraria, esto es, de una causa primera o causa espontánea que pone a las partes en relación con el todo creado, y a éste con un sistema de ideas susceptibles de interpretación moral.
Por buscar una analogía musical que creo que entenderás: la naturaleza según DI es como una obra de Beethoven (románticamente espontánea, improvisadora), la naturaleza según Darwin (que apela a unas leyes termodinámicas y que por tanto es connatural al resto de las leyes del universo) es como una obra de Bach. Desde el primer compás al último todo tiene una precisión matemática y el punto de espontaneidad, de creatividad, de azar, no rompe el tono general de la obra.
Los católicos debieran preferir a Bach, ¿no?
No dudo que haya quien conciba a Dios como a un artista extravagante que, estando insatisfecho con su obra, la cambiase cada dos por tres. Sin embargo, el argumento principal por el que creemos que este mundo tiene causa es su contingencia (si algo no es necesario, depende de una voluntad o del azar), conjugada con la exactitud matemática a la que aludes (que excluiría el azar como alternativa o lo reduciría a milagro).
Respecto a Leibniz y su teoría leí su monadología hace tiempo y ya prácticamente no me acuerdo de nada. Sería interesante pensar si las mónadas no podrían tener un correlato (aunque sea abstracto) en un modelo matemático, por ejemplo, una máquina Turing ¿podrían ser las mónadas una máquina Turing? Si el universo es una gran computadora igual sí.
Las mónadas pueden ser cualquier cosa porque están en todas partes. El núcleo de lo real es psíquico, opinaba Leibniz, en oposición frontal al materialismo que hoy encuentra en la neurociencia una de sus puntas de lanza.
El problema de Turing es otro: los límites de lo humano. Quizá habría que distinguir entre percepción y reacción, que en la máquina son lo mismo (por más que el algoritmo se complique) y en los seres vivos están disociados, ya que conllevan una infinidad de subpercepciones inconmensurables con lo percibido y que integran la noción individual.
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