Mas, una cosa es cierta, y es que la suposición de que en el UNIVERSO mismo no existen ni bondad ni belleza ni ejemplo o precedente alguno de una afección buena en un Ser Superior, esa suposición no puede representar un gran robustecimiento de nuestras afecciones morales ni prestar gran ayuda al puro amor a la bondad y a la virtud. Semejante creencia tenderá más bien a enajenar las afecciones respecto a todo lo amable y estimable por sí mismo y a suprimir el mismísimo hábito y la familiar costumbre de admirar las bellezas naturales, o sea todo lo que en el orden de las cosas está de acuerdo con un plan justo, con la armonía y con la proporción. Ya que una persona que piense que el Universo mismo es un dechado de desorden, estará poco dispuesta a amar o admirar cualquier cosa como ordenada en el Universo. ¿Cómo no va a ser inepta para venerar o respetar alguna belleza particular subordinada de una parte del Universo, cuando AL TODO se lo piensa como desprovisto de perfección como vasta deformación infinita?
Ciertamente, nada puede haber más triste que el pensamiento de que se vive en un Universo perturbado del que cabe esperar muchos males y donde no hay nada bueno y hermoso que se haga presente, nada cuya contemplación pueda satisfacer o suscitar una pasión que no sea el desprecio, el odio o el desagrado. Semejante opinión puede llegar gradualmente a amargar la índole de uno, y hacer no sólo que se sienta menos el amor a la virtud, sino ayudar además a perjudicar y arruinar el mismísimo principio de la virtud, a saber la afección natural y amable.
(...)
En el caso de la religión, sin embargo, hay que tener en cuenta que si, por esperanza de premio, se entiende el amor y el deseo de un gozo virtuoso o de la pura práctica y ejercicio de la virtud en otra vida; expectativa o esperanza de tal clase están tan lejos de ser desdeñosas de la virtud que más bien son prueba de nuestro más sincero amor a la virtud por sí misma. Y no se puede llamar cabalmente 'egoísta' a este principio; pues, si el amor a la virtud no es meramente interés privado, el amor y deseo de vida por mor de la virtud tampoco puede considerarse tal. Mas, si el deseo de vida fuese sólo a causa de la violencia que produce la aversión natural a la muerte; si fuese por amor a algo diferente de la afección virtuosa, o por la renuencia a partir de esta vida presente sin nada más que con cosas del tipo de la virtud, entonces no sería ya señal o prenda de verdadera virtud.
Shaftesbury
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