Una ética materialista entraña una contradicción en los términos.
La noción del bien no es inmanente, ninguna noción lo es. Sabio es quien persevera en el bien, no quien simplemente persevera. La virtud separada del deber es indistinguible del ímpetu criminal.
El deber a su vez debe inteligirse en base al principio que propicia su formulación y resultar vinculante por la autoridad que lo sanciona. Sólo es moralmente inteligible la acción que se dirige a un fin y no se sujeta al hado; y sólo es bueno lo que participa del Bien.
No hay sabiduría sin virtud, no hay virtud sin deber, no hay deber sin principio, no hay principio sin Dios.
He definido al sabio como aquel que, pudiendo hacerlo, ni piensa ni obra inútilmente.
Pues bien, ya ha quedado dicho que perseverar en el ser es imposible para los seres finitos. Si tasamos la virtud según la "cantidad de esfuerzo", no estará de más que precisemos para qué fin se emplea dicho esfuerzo. Si es para conservar la vida, ¿qué propósito tiene hacerlo cuando la vida va a perderse? ¿Se gana algo si se pierde más tarde? De no tener ningún propósito pensar y obrar así, fuerza será admitir que es inútil y contrario a la sabiduría.
¿Por qué no definir la virtud como el punto más alejado de un ser respecto a su muerte, que en tanto ausencia total de vigor debe ser el polo opuesto de cualquier virtud? Si la virtud se entendiera de este modo, el acto más virtuoso sería la concepción (el inicio del ser) y todos los demás deberían considerarse meros eslabones de la calamidad final.
Nunca vamos a alcanzar el conocimiento absoluto o la virtud perfecta, que sólo a Dios pertenecen, pero no obramos inútilmente (y por tanto obramos sabiamente) al buscar el conocimiento y la virtud en la medida en que la virtud es tender al bien y participar de él, sin por ello confundirse con el mismo bien.
De más está decir que la doctrina de la inmortalidad de las almas parte de la necesidad de que éstas alcancen su fin, que es perseverar eternamente en la intelección de las formas y la realización de actos virtuosos. Pero no existe en el materialismo una doctrina de la inmortalidad de los cuerpos, la cual, si lo piensas, es de todo punto necesaria habida cuenta de que funda la moral en el mantenimiento o aumento del poder.
Es posible poseer la sabiduría acogiéndonos a la definición que acabo de dar: basta con no pensar ni obrar inútilmente. En cambio, el materialista no es sabio si desea perseverar en el ser cuando ello es imposible. Demuéstrese que siempre es mejor vivir mucho que vivir poco y se habrá probado que perseverar sin fin trascendente es un acto racional.
Puede haber acciones sin fines (perseverar por el mero gusto de hacerlo es un claro ejemplo de ello), pero en ningún caso serán acciones sabias.
Que mi definición de sabiduría es teleológica resulta obvio. Propóngase una alternativa. ¿"Sabio es el que persevera en su propio ser"? Pero a la postre nadie persevera. Entonces, al fin y al cabo, nadie es sabio. O si se prefiere, se es sabio por un tiempo para desembocar irremediablemente en la necedad.
No estoy censurando a Spinoza, ya que él al menos buscó una escapatoria a esta aporía, consistente en conservar la sustancia, que es infinita y eterna, mientras perecen en la vorágine del tiempo todas sus expresiones parciales. Censuro a los espinosistas que han obviado esta dificultad y no son abiertamente panteístas.
Según estas falsas premisas es la sustancia la que puede y debe perseverar. Los individuos no pueden hacerlo, y por tanto tampoco deben.
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El hombre no es más racional que los brutos, sino que lo es menos, dada su proclividad a conducirse contra natura y a adoptar conductas antisociales. Desde luego es infinitamente más hábil y capaz que cualquier animal. Sin embargo, habilidad y racionalidad no son términos equivalentes.
Creo haber demostrado que no es racional pugnar por la conservación del propio ser si uno es consciente de ser mortal. Los animales carecen de esta conciencia, por lo que nos superan en racionalidad.
Veámoslo de nuevo: No está en tu mano ni en la de nadie probar que una vida que se consuma en el lapso de un minuto vale menos que otra que se extienda durante eones y al cabo cese igualmente. Si a priori ambas valen lo mismo, ya que la vida adquiere valor por lo que se hace con ella, ningún motivo racional hay para preferir la segunda a la primera.
Paradójicamente, la racionalidad spinoziana nos lleva a rechazar la racionalidad.
De poco nos sirve ser sabios si el resto de circunstancias nos son adversas. A los meros efectos de perseverar en la propia vida es mucho más ventajoso ser joven, fuerte y sano que un sujeto perfectamente racional sin ninguna de estas cualidades. Quien prefiere la vitalidad y la fortaleza al buen juicio y la pericia no se engaña si su único propósito es vivir larga y alegremente, con la sola excepción de los casos extremos de imbecilidad absoluta.
Si no hay fines superiores a mantener la propia vida, y la sabiduría o la racionalidad no estriban en autoconservarse y perseverar, debemos rendirnos a la evidencia de que la sabiduría o la racionalidad son imposibles. O al menos son imposibles en el hombre, que sabe que es mortal.
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