viernes, 28 de agosto de 2009

Lo irreductible en la substancia




Creo haber encontrado un criterio de diferenciación entre organismos y máquinas: si pueden no seguir el principio de lo mejor, por el que siempre elegimos lo que consideramos más conveniente, son máquinas artificiales.

Remito al lector a la siguiente discusión metafísica, de la que dicha reflexión procede, aunque de modo tangencial.

24 comentarios:

José Luis Ferreira dijo...

Me temo que no. Como no es objetivable qué es lo que creemos que nos conviene, la afirmación es no falsable y, por tanto, completamente vacua. Debes pasar de lo no observable a lo observable para poder distinguir entre las cosas. Si no, nadie sabrá de que estás hablando y, si eres honesto, tú mismo tampoco.

Espero que haya ido todo bien por Thailandia.

Daniel Vicente Carrillo dijo...

Gracias por tu respuesta, porque lo que he dicho dista mucho de ser obvio y merece una aclaración.

El principio de lo mejor deriva del principio de razón suficiente, fundamental aquí. Nada sucede por azar ni en el mundo observable ni en los procesos invisibles que conducen a las decisiones. La única razón para actuar en un ser libre es la emisión de un juicio favorable para hacerlo. Cuando dicho juicio no existe no se actúa.

¿Hay modo de falsar esto? No en el hombre, que está obligado a seguir esta pauta en todas sus determinaciones, conscientes e inconscientes, espontáneas o coactivas, excluyéndose sólo las reflejas. Tampoco considero que pueda falsarse en el resto de organismos vivos, que comparten con nosotros esta regla universal de todos los organismos autónomos.

Sin embargo, he puesto el contraejemplo de las máquinas artificiales como vía de falsación fuera de nuestra especie y ámbito biológico. Como muchos creen ser teóricamente factible la reducción de todo organismo a autómata, cualquier ley que sea aplicable a seres vivos naturales, pero que no se predique ni pueda demostrarse en dichas máquinas, será una falsación del mismo principio extendido a éstas.

Y, en efecto, así sucede. Podemos programar a una máquina para que, definidos los conceptos de "mejor" y "peor" en virtud de un criterio fijo (p.ej., la probabilidad de su supervivencia), elija siempre lo peor, o no siempre elija lo mejor. Pero jamás podremos convencer a un hombre para que elija lo peor cuando decida, pues sólo nos obedecerá cuando considere que hacerlo es lo mejor.

Los criterios del hombre son cambiantes y contradictorios, lo cual no impide que sigan siendo criterios y que se estructuren jerárquicamente en cada momento. Nunca algo es bueno porque yo lo decida, sino que decido lo que creo bueno, y es ésta mi única razón suficiente para elegir. En el autómata, en cambio, la bondad o la conveniencia de obrar de una forma u otra están sujetas a una decisión primera, creadora del algoritmo decisorio, cuya determinación escapa al portador de dicho algoritmo y lo limita absolutamente.

Las ideas innatas del hombre, en las que se encuentran los rudimentos de sus futuras acciones, no son el equivalente de la programación de una máquina. La diferencia, clara para cualquier filósofo, es que con las primeras se puede dar razón del fin perseguido, al estar sujetas a demostrabilidad. En la programación, en cambio, los fines son externos a quien los ejecuta, por lo que en consecuencia no tiene una genuina facultad de decisión sobre los mismos, al estar cercenada su inteligencia.

Daniel Vicente Carrillo dijo...

Por Tailandia ha ido todo muy bien y me he quedado con ganas de más, pero habrá que esperar.

Suerte en tu aventura americana.

José Luis Ferreira dijo...

Lo de que nada sucede por azar habrá que consultarlo con los físicos de la mecánica cuántica, pero me parece irrelevante para el argumento.

Sigues postulando una diferencia en lo no observable. Al final estás diciendo que la elección en el ser humano procede de "una voluntad", mientras que la de la máquina procede de "un programa" y que, además, conocemos de dónde viene el programa. Como si nuestro desconocimiento de acerca de dónde viene la voluntad nos permitiera asignar a la decisión humana una cualidad distinta.

Una máquina no puede hacer nada que no esté en su programa o diseño. Lo mismo ocurre en el ser humano. Los programas (o lo que sea) que permiten responder con acciones, pensamientos, sensaciones,.. a todo tipo de información (incluidas acciones, pensamientos, sensaciones,...) pueden ser muy complejos y muy flexibles. Pueden interaccionar con la realidad para dar uno u otro resultado, pueden automodificarse, pueden mutar y evolucionar hasta hacerse irreconocibles por quien los programó. Esto niega la limitación absoluta del programa inicial. Es decir, el programa inicial no tiene por qué inducir una respuesta determinada ante un problema, sino una elaboración a partir del propio programa y de sus mutaciones y cómo sea su interacción con la naturaleza en ese momento. Concebiblemente de la misma manera que en el ser humano.

No es en el origen del programa que debemos buscar diferencias, sino directamente en lo que observamos que se hace con cada tipo de programas. Hoy por hoy, el cerebro humano hace muchas cosas inalcanzables para las máquinas. El test de Turing dirá si dentro de unos (¿miles? ¿millones?) de años, las máquinas son capaces de lo mismo.

Dices:

"Pero jamás podremos convencer a un hombre para que elija lo peor cuando decida, pues sólo nos obedecerá cuando considere que hacerlo es lo mejor."

Creo que eso es falso. Podemos programar a un ser humano para que tenga tendencias suicidas. Hay drogas que inducen estados depresivos. A no ser que digas que, incluso en ese caso, el ser humano considerará que el suicidio es lo mejor. Pero eso será pura tautología y la podrás llevar a la máquina fácilmente. La máquina considerará que es mejor aquello a lo que le lleve su programa. Mientras no salgamos de lo inobservable (lo que se considera que es mejor) a lo observable (lo que hace cada uno) no habremos avanzado nada.

Jesús P. Zamora Bonilla dijo...

Tal vez tenga razón Teognis:

"lo mejor para el hombre es no haber nacido... Pero, en
caso de haber nacido, atravesar cuanto antes las puertas del Hades
y yacer bajo una capa de tierra"

Daniel Vicente Carrillo dijo...

Ningún asno se dejará morir de hambre por ser colocado, como el de Buridán, entre dos montones de paja idénticos a la misma distancia. Si en lugar de a un asno, colocamos a un autómata en esta tesitura, cabe la posibilidad de que suspenda la elección o "se cuelgue". Esta posibilidad, repito, no se da nunca en un organismo vivo, porque siempre opta por lo que cree mejor y siempre encuentra una razón para ello.

Ésta es, en opinión mía, una de las diferencias más relevantes entre las máquinas artificiales y las naturales. La máquina perfeccionada podrá imitar hasta el extremo al organismo natural, pero nunca lo hará por una necesidad interna, mas en función de si las operaciones de que se trate han sido previstas antes en su programa.

Daniel Vicente Carrillo dijo...

Jesús, si lo Teognis era una burla por mi silencio, te ha quedado muy fino.

Jesús P. Zamora Bonilla dijo...

Irhic:
las máquinas no ELIGEN, literalmente hablando; lo que hacen SIMULA una elección. Las plantas, los hongos y las bacterias, aunque son seres vivos, tampoco eligen, aunque a veces se comportan COMO SI eligieran.
Una condición necesaria (que no suficiente) para ser capaz de elegir es poseer un sistema nervioso, que te permita ser CONSCIENTE de la existencia de alternativas, y tener DESEOS que unas alternativas puedan satisfacer en mayor medida que otras.
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Daniel Vicente Carrillo dijo...

Jesús:

Soy menos exigente que tú. "Lato sensu", hay una elección siempre que se dan al menos dos opciones posibles y que el realizarlas depende sólo de un agente. La consciencia no puede predicarse de muchos animales, los cuales sin embargo eligen, por lo que también hay elecciones inconscientes.

Jesús P. Zamora Bonilla dijo...

Una elección inconsciente es tanta elección como la del agua que elige por qué lado de río fluir. Cuando decido cómo de rápido respirar, eso es una ELECCIÓN; normalmente, lo que determina mi ritmo de respiración es un mecanismo NEUROLÓGICO inconsciente, es decir, en el que no interviene la voluntad, y por lo tanto, no hay elección.

Jesús P. Zamora Bonilla dijo...

Para que haya una elección no es condición SUFICIENTE que haya opciones y que haya un agente; hace falta también que el agente ELIJA.

Daniel Vicente Carrillo dijo...

El fluir de un río no depende de un solo agente, ya que el agua carece de espontaneidad, sometiéndose plenamente a las condiciones de su entorno. O si lo prefieres, no hay en en el complejo de fenómenos que llamamos "río" un centro de acción similar al cerebro en el hombre.

Algo aproximado cabría decir de la respiración, que no es una acción, sino algo que se padece. Tampoco son acciones sangrar o morirse, no obstante las registremos entre los verbos.

Ahora bien, hay acciones inconscientes, como a veces lo es rascarse o andar, que implican una toma de decisión, aunque la misma provenga de un momento anterior. El instinto es en gran parte experiencia petrificada en la memoria que aflora sin mediar reflexión en base a unos estímulos dados. Si nunca se hubiera producido esa elección, sea en nosotros o en nuestros antepasados, el instinto no existiría.

Jesús P. Zamora Bonilla dijo...

Insisto, NO hay "acciones inconscientes que impliquen la toma de una decisión". Puedo ANDAR DECIDIÉNDOLO, o bien ANDAR SIN DECIDIRLO; la DIFERENCIA entre el primer caso y el segundo es que en el primer caso el andar es consecuencia del MECANISMO CONSCIENTE QUE LLAMAMOS "DECISIÓN", mientras que en el segundo caso, es consecuencia de OTROS mecanismos neurológicos, NO de "decisiones" o "elecciones".

Daniel Vicente Carrillo dijo...

Déjame preguntarte si entre los mecanismos decisorios y los "otros mecanismos" en la esfera de lo inconsciente hay una diferencia de grado o de naturaleza.

Jesús P. Zamora Bonilla dijo...

Irhic:
muy sencillo: en ocasiones hay una diferencia de grado, en el sentido de que podemos ser MÁS O MENOS conscientes de nuestra actividad cognitiva al decidir (p.ej., aquellas actividades que se convierten en rutinas -que no instintos-, y que puedes llevar a cabo mientras estás pensando en otra cosa, como cuando te das cuenta que llevabas leyendo desde hace varias páginas con la mente puesta en otro sitio).
Pero en los casos en los que no somos NADA conscientes, la diferencia es "de naturaleza" (como dices tú), en el sentido de que es un PROCESO NEUROLÓGICO TOTALMENTE DIFERENTE -no el de la DECISIÓN, en los lóbulos frontales- el que nos lleva a actuar del modo en que lo hacemos (p.ej., cuando respiramos -la mayor parte de las veces-, o cuando late nuestro corazón, o cuando nuestro cerebro segrega tales o cuales hormonas que alteran nuestro estado de ánimo, o cuando sudamos...).

Daniel Vicente Carrillo dijo...

Completamente de acuerdo. Pero este último caso comprende lo que yo llamo pasiones, es decir, aquellos procesos físicos y reacciones frente a los que la percepción cede. Desmayarse por falta de azúcar en el cerebro no es una decisión a ningún nivel, ni consciente ni inconsciente.

Una decisión inconsciente es aquella que se dirige a un fin sin mediar reflexión. La pulsión sexual, por ejemplo, persigue inconscientemente el fin de obtener una descendencia. Ahora bien, implica la toma de decisiones en la medida en que la voluntad y la percepción intervienen en ella (no es puramente pasional), por lo que sonaría muy extraño -y ningún juez iba a admitirte- excusar un delito de violación en base a que no ha mediado en él un juicio por tu parte.

Jesús P. Zamora Bonilla dijo...

Irhic: no enredes; las pasiones son mecanismos psíquicos que influyen en nuestras DECISIONES, decisiones que, salvo enfermedad mental, suelen ser conscientes, NO inconscientes.
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Pero hay muchas CONDUCTAS que realizamos los animales (y todas las de los vegetales) que, te guste o no, son inconscientes y, por lo tanto, NO SON "decisiones".

Daniel Vicente Carrillo dijo...

Las pasiones nos influyen siempre porque, salvo en Dios, no hay acciones puras (tampoco, por cierto, pasiones puras, pues se interpone el principio de inercia). Sin embargo, llamo "pasiones" a aquellos estados de cosas no causados por el sujeto como unidad orgánica, sino por cualquiera de sus partes físicas constituyentes o por algún elemento externo.

El sujeto de una proposición, al que se atribuye el predicado, es el que realiza la acción descrita en ella, lo cual no admite distinción de partes en el interior del agente, que lo es "in toto". Y esto, lejos de enredar, es el uso normal de las palabras fijado por nuestra gramática y por cualquier otra que se pretenda inteligible.

Jesús P. Zamora Bonilla dijo...

Lo que pasa es que la gramática se inventó milenios antes de que se tuviera una idea un poco correcta de cómo pasan las cosas en el cerebro. Que en castellano se diga "el sol sale por la mañana" no demuestra que el sol gire alrededor de la tierra. Que en castellano se diga "Pepe ha comprado un libro" no demuestra nada sobre la constitución neurológica que da lugar a las acciones de Pepe.
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El ser humano es un remolino de átomos; tiene un poquito más (en términos cosmológicos) de estabilidad que un remolino de polvo en una tormenta, pero la unidad de un individuo no deja de ser un fascinante truco de prestidigitación de la química.

Daniel Vicente Carrillo dijo...

Esto no es más que poesía. Comparas al hombre con un torbellino de polvo, pero bien podrías haber establecido un símil con el torbellino de planetas y estrellas de una galaxia. Te ha interesado subrayar la brevedad y debilidad de la vida, aunque podrías haberte admirado igualmente de su improbabilidad contra un mar de fenómenos adversos, o de su tenaz orden y coherencia ante el tiempo que todo lo disgrega.

Por lo demás, no confundo el uso vulgar e impreciso de las palabras con el necesario rigor de las mismas en una discusión filosófica. Con todo, hay estructuras lingüísticas que, empleadas de un modo opuesto a como nos fueron enseñadas, carecen de sentido. Si, por ejemplo, sostenemos que "Jesús Z. es inteligente", entendiendo por "Jesús Z." las partes de su cuerpo, querremos decir, en realidad, que hay inteligencia en el intestino delgado y en las uñas de los pies de Jesús Z, lo que es falso. Entonces, no es que la inteligencia sea una propiedad emergente del agregado corporal de Jesús Z. (lo que equivale al creacionismo psicológico), sino que Jesús Z. es una realidad subyacente a su inteligencia.

Daniel Vicente Carrillo dijo...

Más gráficamente: Si digo que X es divisible, entendiendo por X una multiplicidad de elementos constituyentes de X, estaré definiendo a X como el perímetro en el que dichos elementos se engloben. Ahora bien, un perímetro sólo es idealmente divisible, ya que si, en efecto, se seccionase ilimitadamente, dejaría de ser tal para tornarse una infinidad de puntos sin relación entre sí ni vínculo con los mencionados elementos. Por tanto, X sólo puede ser divisible en parte si es indivisible como un todo.

La definición del sujeto exige dar razón de su forma, sea ésta extensa (perímetro) o inextensa (alma, mónada). Si no es definido, no es sujeto y nada puede predicarse de él, por lo que tendrías que concluir, como Gorgias, que nada existe más que en apariencia.

Jesús P. Zamora Bonilla dijo...

Efectivamente: nada existe (fuera de las partículas elementales) salvo en apariencia, todo lo demás son encuentros circunstanciales de partículas elementales, y nuestro discurso sobre ello, son meras formas de hablar aproximadas, que funcionan "para andar por casa", pero que, del hecho de que nuestro lenguaje nos resulte "útil" no se sigue que capte EN MODO ALGUNO los entresijos de la estructura última de la realidad.
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En particular, el "sujeto" como "centro de acción" es un concepto totalmente distinto del "sujeto" como referente del sintagma nominal de una frase. Que nuestro lenguaje identifique ambas cosas por mera comodidad lingüística no IMPLICA absolutamente nada sobre cómo funciona nuestro sistema nervioso para conseguir que, cuando decimos "Fulanito es inteligente", nos entendamos lo suficiente.

Daniel Vicente Carrillo dijo...

Por lo que me autorizas a concluir que eres inteligente sólo en apariencia...

Jesús P. Zamora Bonilla dijo...

¡Exactamente!