Ya sé que entre las escuelas y en otros muchos lugares se tiene la costumbre de decir que las significaciones de las palabras son arbitrarias (ex instituto), y es verdad que no vienen determinadas por una necesidad natural, mas, sin embargo, no dejan de estarlo por razones naturales, en las que el azar tiene su parte, o morales, en las que interviene la elección. Acaso algunas lenguas artificiales son plenamente arbitrarias y dependen sólo de la elección, como se cree que lo fue la china, o como lo son las de Georgius Dalgarno y el señor Wilkins, obispo de Chester. Pero aquellas que han llegado a constituirse a partir de lenguas ya conocidas, se deben a la elección, pero también a cuanto haya de natural y azaroso en las lenguas que las fundamentan. Así es como la jerga de los ladrones ha sido elaborada para ser entendida sólo por los de la propia banda, trátese del Rothwelsch alemán, como de la lingua zerga italiana, como del francés narquois, y sin embargo, ha sido formada tomando a las lenguas corrientes como punto de partida, bien sea cambiando la significación usual de las palabras mediante metáforas, bien sea formando nuevas palabras por medio de una composición o derivación por gusto de ellos. Las lenguas se forman asimismo por medio del intercambio entre los diferentes pueblos, bien sea entremezclando libremente lenguas vecinas, o bien, como sucede mucho más frecuentemente, tomando una por base, y a continuación desfigurándola, alterándola, mezclándola y corrompiéndola, al desdeñar y cambiar aquello a lo que alude, e incluso al introducir nuevas palabras.
(...)
En lo que respecta a las lenguas que existen desde hace mucho tiempo, apenas hay alguna que no esté muy alterada en la actualidad. Esto resulta evidente si se la compara con los libros antiguos y con los testimonios que quedan de ella. (...) En cuanto al antiguo galo, si juzgamos a partir de la lengua que más se le parece, que es la del País de Gales, Cornualles y la baja Bretaña, era todavía más diferente; pero todavía lo es más el hibernés [lengua de Irlanda], el cual nos muestra huellas de un idioma británico, galo y germánico que es más antiguo. Todas esas lenguas provienen de una misma fuente, y pueden ser consideradas como alteraciones de una misma lengua, que podríamos llamar céltica; los antiguos denominaban celtas tanto a los germanos como a los galos. Y si continuamos más allá para investigar los orígenes del céltico, así como del latín y del griego, podemos llegar a conjeturar que todo eso depende del origen común a todos esos pueblos: los escitas, que llegaron del Mar Negro, pasaron el Danubio y el Vístula, instalándose una parte en Grecia y la otra en la Germania y la Galia; lo cual no es sino una derivación de la hipótesis que hace provenir a los europeos de Asia. Dando por supuesto que el sarmático coincide con el esclavón [eslavo], resulta que por lo menos en su mitad tiene un origen germánico o común con el germánico. Y parece ser que también sucede algo similar incluso con el idioma finés, que es el de los más antiguos escandinavos, antes de que los pueblos germánicos, es decir, los daneses, suecos y noruegos, ocupasen la zona mejor de su territorio, la más cercana al mar; en cuanto al lenguaje de los fineses, o del nordeste de nuestro continente, que sigue siendo hablado por los lapones, se extiende desde el océano germánico, o mejor noruego, hasta casi el mar Caspio (aunque esté interrumpido por los esclavones, que se han intercalado entre ellos), y tiene parecido con el húngaro, el cual proviene de las tierras dominadas actualmente por los moscovitas. La lengua tártara, que, con todas sus variantes, ha llenado todo el nordeste de Asia, parece que fue la lengua de los hunos y los cumanos, como asimismo lo es de los uzbecos o turcos, de los calmucos y de los mugales [mongoles]. Ahora bien, todas esas lenguas escitas tienen muchas raíces comunes entre sí y con las nuestras, y sucede incluso que el árabe (bajo el cual se debe incluir el hebreo, el antiguo púnico, el caldeo, el siríaco y el etiópico que hablan los abisinios) tiene raíces tan numerosas y tan emparentadas con nuestras lenguas que todo ello no puede deberse únicamente al azar, ni tampoco al comercio por sí solo, sino a las migraciones de los pueblos. De manera que en todo esto no existe nada que contradiga, sino más bien cosas favorables, a la hipótesis del origen común de todas las naciones, y de una lengua radical y primitiva. Aun cuando el hebreo o el árabe se aproximen a ella más que ninguna otra lengua, no obstante, debe de haber sido muy alterada; y parece que el teutón es el idioma que ha conservado más de lo natural y, por hablar el lenguaje de Jacobo Boheme, de lo adámico. En efecto, si llegásemos a poseer la lengua primitiva en toda su pureza, o al menos conservada suficientemente como para poder ser reconocida, entonces tendrían que mostrarse todas las conexiones, bien físicas, bien debidas a la institución arbitraria, sabia y digna del primer Hacedor. Y aun suponiendo que nuestras lenguas sean derivadas, de todos modos en el fondo tienen en sí mismas algo primitivo, que proviene de su relación con ciertas palabras que son raíces nuevas formadas posteriormente por azar, pero respondiendo a motivaciones físicas.
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He aquí un ejemplo revelador, y que incluye otros muchos: se trata de la palabra ojo, y de las que se le parecen. Para hacerlo claro, empezaré desde un poco arriba. La primera letra, A, seguida de una pequeña aspiración, hace Ah, y como eso es una emisión de aire, que al principio provoca un sonido bastante claro, que después se va desvaneciendo, cuando la "a" y la "h" no son muy fuertes, ese sonido significa naturalmente un soplo pequeño (spiritum lenem). De ahí han surgido αω, aer, aura, haugh, balare, haleine, ατμος, athem, odem. Pero como el agua también es un fluido, y también hace ruido, parece ser que se ha tomado Ah para designar el agua, haciéndolo más fuerte por medio de la reduplicación, es decir aha o ahha. Los teutones, y otros pueblos celtas, han puesto como prefijo a uno y otro una W, para indicar mejor el movimiento; y así es como wehen, wind, viento, indican el movimiento del aire, y waten, vadum, water el movimiento del agua o el movimiento en el agua. Pero volviendo a Aha, según acabo de decir, parece ser una especie de raíz que significa el agua. Los islandeses, que todavía conservan algo del teutonismo escandinavo, han hecho menos fuerte esta aspiración, y dicen aa; otros la han aumentado y dicen Aken (entendiendo Aix, Aquas grani), al igual que hacen los latinos con su aqua, y los alemanes en algunas ocasiones, en las cuales dicen ach para indicar el agua en las palabras compuestas, como cuando dicen Schwarzach para significar agua negra, y Biberach para agua de los castores. En los títulos antiguos se decía Wiseraha en lugar de Wiser o Weser, y los habitantes antiguos decían Wisurach, lo cual fue transformado por los latinos en Visurgis, al igual que de Iler e Ilerach hicieron Ilargus. Los franceses han convertido aqua aigues, auue en eau, lo cual pronuncian oo, sin que apenas se note ya nada de su origen. Entre los germanos, Auwe y Auge significan hoy en día un lugar que el agua inunda con frecuencia, y que es propio para pastos, locus irrigus, pascuus; pero más específicamente significa isla, como en el caso del monasterio de Reichenau (Augia dives), y en otros muchos. Otro tanto debe suceder en muchos pueblos teutónicos y célticos, pues de ellos procede el que se denomine Auge u Ooge, oculus, a todo lo que esté aislado en una especie de llanura. Así se les designa a las manchas de aceite sobre el agua entre los alemanes; y para los españoles, ojo es un agujero. Pero Auge, ooge, oculus, occhio, etcétera, ha sido aplicado más específicamente al ojo por excelencia, que constituye ese agujero aislado y llamativo de la cara; y no hay duda de que el francés oeil proviene de lo mismo, aunque su origen no es tan inmediatamente recognoscible, a no ser por medio de la concatenación que acabo de describir; y parece que el ομμα y οψις de los griegos surge de la misma fuente. Oe o Oeland para los septentrionales es una isla, y en el hebreo existe una huella de lo mismo, pues "Ai" es una isla. Bochart creyó que los hebreos sacaron de ahí el nombre que dieron al mar Egeo, que está lleno de islas. Augere, aumento, también viene de auue o auge, es decir, de la efusión de las aguas; en el antiguo sajón, asimismo, ooken y auken era aumentar, y cuando se hablaba del emperador se traducía augustus por ooker. El río que pasa por Brunswick, que proviene de las montañas del Hartz, y que por consiguiente está sometido a súbitas crecidas, se llama Ocker, y en ocasiones Ouacra. Y diré de pasada que los nombres de los ríos merecerían una investigación particular, pues al proceder ordinariamente de la más lejana antigüedad conocida, indican lo mejor que podemos conocer: cuál era el viejo lenguaje y cómo eran los antiguos habitantes. En general, como las lenguas constituyen el monumento más antiguo de los pueblos, anterior a la escritura y a las artes, nos permiten conocer mejor el origen de las cognaciones y de las migraciones. Si llegásemos a conocer bien las etimologías sería muy curioso y de gran importancia, pero es necesario comparar lenguas de muy diversos pueblos, y no dar saltos demasiado grandes de una nación a otra que esté excesivamente alejada de ella sin que hayan sido verificados con cuidado, para lo cual debemos servirnos de aquellos pueblos intermedios que tengamos como testimonio de ellas. Por lo general no hay que otorgar a las etimologías ninguna credibilidad hasta que concurran en lo mismo multitud de indicios; lo contrario sería goropizar.
Leibniz
Más sobre la hipótesis aquí.
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