martes, 29 de junio de 2010

Lección de astronomía




Humillar al hombre no es sólo tarea de religiosos. También tiene el ateísmo sus Pascales y sus Savonarolas, por influjo de la corriente deísta. Voltaire solía decir que al timonel de un barco -Dios- no ha de importarle el destino de las ratas, esto es, de la vil estirpe humana (¡humanismo secular!). Algo parecido escribían algunos hipócritas teólogos luteranos para justificar rústicamente el mal en el mundo. Yendo de mano en mano, pues, el gastado pero efectivo tópico pasa al fin al bando ateo:

Suprema arrogancia del pensamiento religioso: que una bolsa hecha de carbono, rellena mayoritariamente de agua, en una mota de polvo de silicato de hierro en torno a una aburrida estrella enana… mire hacia el cielo y declare: “¡Se hizo todo para que yo pudiera existir!”

Ahora bien, la pequeñez de la Tierra respecto a la mayor de las estrellas conocidas no es nada en comparación a la insignificancia de ésta respecto al universo. Por tanto, esgrimir la modestia de nuestro planeta en términos cuantitativos es doblemente falaz. En primer lugar, porque todo es modesto en comparación al Todo. Y en segundo lugar, porque la pequeñez cuantitativa del fenómeno no nos informa de su importancia o excepcionalidad.

Cabe un tercer contraargumento: mi felicidad individual, aunque sea una minúscula parte de la felicidad humana, para mí es importantísima, y nadie puede convencerme de lo contrario. Por tanto, por más que esté persuadido de que todo el mundo es infeliz excepto yo, no por ello dejaré de alegrarme y de celebrarlo.

Sea como fuere, si se objeta la singularidad misma de nuestro caso como impropia de un Dios Creador de todo, respondo que no está escrito que la Providencia rija sólo para el hombre. Más bien leemos expresiones como “toda criatura” o “todo viviente”, que no hacen distinción ni de lugar ni de especie. De ahí que los antiguos dieran a los ángeles una función similar a la que hoy atribuyen a los extraterrestres quienes creen en ellos: vagar por las galaxias y establecer contactos eventuales con nosotros.

8 comentarios:

Héctor Meda dijo...

Cabe otro argumento que es el supremo misterio a resolver y que registró Borges con su habitual maestría verbal:

Siglos de siglos y sólo en el presente ocurren los hechos; innumerables hombres en el aire; la tierra y el mar, y todo lo que realmente pasa me pasa a mí.

¿Cómo considerarnos entonces irrelevantes por muy enorme que sea el universo, por muy larga que haya sido la historia?

Jesús Cotta Lobato dijo...

También es posible pensar que toda esta inmensidad inconcebible ha sido necesaria para que surja la vida inteligente en este planeta enano o, dicho de otro modo, si el universo hubiera sido un pelín diferente o un pelín más pequeño, quizá no existiríamos y, por tanto, exista Dios o no, es posible ser ateo y considerar al hombre como lo más importante del universo. Por desgracia, como bien dices, el ateísmo parece disfrutar declarando cuán poca cosa somos. Un saludo.

Alejandro Martín dijo...

Es interesante analizar este punto volviendo sobre el ateísmo la crítica que Nietzsche dedicó al cristianismo: ¿qué clase de resentimiento, de odio a la vida, se esconde bajo ese permanente desprecio que el materialismo muestra por el hombre y la vida? Como si ser un saco de carbono fuera, de suyo, algo mezquino y despreciable...

Anónimo dijo...

Lo cierto es que no veo por ninguna parte semejante "desprecio" del hombre y la vida por parte del materialismo filosófico. Todo lo contrario. Precisamente el materialismo filosófico se hace cargo de la complejidad de la vida y de la realidad material hasta sus últimas consecuencias. Como Darwin vio muy bien, hasta la realidad más humilde (los gusanos a los que Darwin tocaba el piano, las larvas de insecto que criaba en excrementos de pájaro, los percebes de su pecera, etc.) es asombrosa. Así pues, no hace falta pensar que "el hombre es lo más importante del universo" para sentir por él la más profunda fascinación. Después de todo, las tres heridas narcisistas --Copérnico, Darwin y Freud-- han puesto ya hace tiempo al hombre en su lugar correcto, pero, lejos de eliminar el asombro, lo han incrementado.

Todo lo que existe es asombroso, y lo más abismalmente desconcertante es el propio Ser, el hecho de que haya algo en vez de nada, como decía Leibniz. El intento de salir de ese estado de estupor mediante representaciones simbólicas, en un intento de aproximarnos a lo Real traumático e irrepresentable, es lo que se conoce como filosofía. Así pues, la actitud de "odio", "resentimiento" y/o "desprecio" hacia el hombre y la vida no depende de que uno sea ateo o creyente, sino de que uno sea una persona con o sin talante filosófico. Un creyente o un ateo con talante filosófico jamás "despreciará" o sentirá "odio" por la vida o el hombre: ¿cómo íbamos a despreciar u odiar aquello que nos causa asombro, fascinación y estupor, y a cuyo intento de comprensión dedicamos todo el tiempo que podemos?

Así pues, si ya el Ser mismo es abismal y nos causa estupor y pasmo si reflexionamos sobre él, ¿cómo alguien puede decir que un ateo (igual que un creyente) con talante filosófico va a "despreciar" al Dasein, el lugar mismo de la pregunta por el Ser?

Alejandro Martín dijo...

Anti-Pensador: hice un juicio muy genérico. Obviamente no me refería a todas las formas de materialismo (y sobre todo: de materialistas), sino a ese "aire de familia" que guardan ciertos discursos con el texto que cita Irichc. Ya he escuchado a menudo ese tono despectivo con que, paradójicamente, ciertos materialistas (sobre todo, cientifistas) se refieren a la naturaleza material del hombre...

Daniel Vicente Carrillo dijo...

No se creía en el sistema de Ptolomeo por narcisismo, sino porque era el que mejor explicaba los fenómenos a falta de nuevas hipótesis y observaciones más precisas. Sospecho, además, que la humildad del ateo es fingida, resultando sólo un pretexto para la ingratitud. Alguien que opina que la moral le es inmanente como un instinto, o que depende de su opinión, no tiene nada de humilde. El ateísmo suele sobrevalorar lo que sabemos -aun lo dudoso- y obviar lo que ignoramos. No hay, en fin, ateo que no transpire suficiencia sobre las cuestiones últimas y desprecio para quienes las han tratado antes que él.

Anónimo dijo...

Alejandro: Bastante de acuerdo entonces, si te referías al materialismo cientifista y reduccionista, el cual en efecto, tiende a dar una imagen un tanto empobrecedora del ser humano. Tan empobrecedora que gente como Dawkins tienen que ir más allá del reduccionismo, aunque no lo reconozcan, y apelar al sentimiento de maravilla y de asombro, a la "poesía de la naturaleza" y, en definitiva, a una u otra forma de filosofía.

Ihrich: cuando Freud hablaba de la primera "herida narcisista" ocasionada por la revolución copernicana, no estaba diciendo que el narcisismo fuera la causa del sistema ptolemaico, sino sencillamente que éste reforzaba y servía al narcisismo de la especie, y que el sistema heliocéntrico supuso un impacto traumático para la megalomanía humana, que aún hoy se sigue asimilando.

Tu sospecha de la falsa humildad del ateo no tiene ninguna base. Tanto más podría sospecharse de la humildad de alguien que opina que su moral le ha sido proveída por Dios, o por cualesquiera divinidades creadoras del Cosmos pero preocupadas por cada individuo humano concreto.

Respecto a la fundamentación de la moral, ya Kant dejó bien claro que un fundamentación heterónoma es menos sólida y más "patológica" (en el estricto sentido kantiano) que una ética autónoma. El ateo no necesariamente fundamenta la ética en el instinto o en la opinión, sino, como hizo Kant, sin referencia alguna a un objeto de nuestra afección, no en un bien (Wohl), sino en una voluntad buena (gute Willen). La ética psicoanalítica, inaugurada por Freud al mostrar que no hay soberano Bien, que el soberano Bien es la Cosa-Real inaccesible y prohibida, no hace sino reforzar la postura ética de Kant.

Daniel Vicente Carrillo dijo...

Respecto a la fundamentación de la moral, ya Kant dejó bien claro que un fundamentación heterónoma es menos sólida y más "patológica" (en el estricto sentido kantiano) que una ética autónoma.

Cada vez que leo "autonomía" pienso "anarquía". Referir los principios al yo es tanto como eliminarlos, en la medida en que no hay una substancia común a todos los individuos.

Saludos.