jueves, 23 de septiembre de 2010

Compañeros de cama


Escribe Russell:

Un maniqueo podría replicarle [a Leibniz] que éste es el peor de los mundos posibles, en el que tas cosas buenas que existen sólo sirven para realizar los males. El mundo -podría decir- fue creado por un demiurgo malvado, que permitió el libre albedrío, que es bueno, para estar seguro del pecado, que es malo, y cuyo mal supera al bien del libre albedrío. El demiurgo -podía continuar- creó algunos hombres virtuosos, con el fin de que pudieran ser castigados por los malos, pues el castigo del virtuoso es un mal tan grande que hace al mundo peor que si no existiera ningún hombre bueno.


El mal metafísico en el mundo queda justificado por el bien mayor a que da lugar. Esto no es un acto de fe, sino una consecuencia de la vinculación universal de las cosas, es decir, del principio de causalidad. En virtud del mismo no hay mal del que con el tiempo no se sigan infinidad de bienes, juzgándose como un bien el hecho de existir. La inversa, sin embargo, no es válida en igual medida, ya que la naturaleza tiende a conservarse a sí y a sus individuos, mientras que si de un solo bien se siguieran muchos males, el universo -tomado a cualquier escala- tendería a autofagocitarse. El sistema maniqueo, pues, es ontológicamente falso, y Russell hace muy bien designándolo aliado filosófico del ateo.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Has oído hablar del segundo principio de la termodinámica? (ah, perdón, que tú sólo sabes de teología). Si el orden es mejor que el desorden, la naturaleza tiene una irreversible tendencia hacia el desorden... De aquí a unos cuantos millones de años el mejor de los mundos posibles se encontrará en un estado de muerte térmica... ¡se habrá devorado a sí mismo! Estos maniqueos, hay que ver.

Daniel Vicente Carrillo dijo...

¡Un cosmos que envejece! Te cedo el álfil. Si invertimos la flecha del tiempo, la aleatoriedad disminuye y el orden aumenta. El punto máximo de orden se identificaría con el momento de la Creación. Pierdes la dama.

Daniel Vicente Carrillo dijo...

Además, el mejor de los mundos, tendente a maximizar la entropía, puede ser cada vez peor por la simple razón de que no es posible tenerlo todo. Ser el mejor universo dentro de los universos buenos -es decir, los ordenados- no significa ser perfecto, ni ser la substancia infinita y omnipotente que vanamente imaginaba Spinoza.

La cuestión tampoco plantea problemas teológicos. Dios no necesita esperar millones de años para recrear el universo en el proceso al que los cristianos se refieren como RESURRECCIÓN y JUICIO, por lo que el hecho de que aquél se degrade durante cierto lapso resultaría insensible e irrelevante para nuestra especie.

Anónimo dijo...

No entiendo por qué pierdo la dama. De hecho sabemos con más o menos certeza que en el momento del Big Bang la temperatura debería ser inmensa. A partir de ahí todo ha sido enfriamiento, es decir, desorden. ¿Qué dice ésto a favor de Leibniz? ¿Qué pasa por qué en el principio hubiera mucho orden?

Y sí, parece que Dios necesita poquito tiempo para hacer sus obras prometidas pero, ¿no te parece a ti un derroche de medios? Crea un Universo de miles de millones de años de duración cuando con sólo unos cuantos podía realizar su proyecto...

En fin, que todo te vale. A todo se podrá contestar que no habría otra forma de hacerlo mejor. ¿No te parece también raro estar constantemente dando tijeretazos a la omnipotencia divina?

Daniel Vicente Carrillo dijo...

A mí no me parece irrelevante que el punto de máximo orden en el universo se dé en los primeros instantes de su génesis. Si el universo fuera eterno, sería un caos indiferente que oscilaría del desorden al orden y viceversa. Esta flecha del tiempo que señalas para combatir la idea del mejor de los mundos apoya, si se recorre en sentido contrario, la idea del Dios creador.

Respecto a la desproporción de medios, ¿qué sabemos nosotros de los fines del universo o de los de Dios? Sólo tenemos constancia de los que nos afectan como especie.

Y no, no veo contradicción entre obrar lo mejor y ser omnipotente. Es infinitamente más meritorio armonizar lo disonante de una sola vez que ir saliendo al paso con milagros a cada momento.

Anónimo dijo...

Las dos grandes respuestas del cristianismo que suplen las limitaciones de la razón:

1. ¿Qué sabemos de los planes de Dios? Esa es la eterna respuesta comodín para todo, explicación última que, lamentablemente, no explica nada, y que hace absolutamente irrefutable cualquier afirmación teológica.

2. Esto es lo mejor que podía hacerse. Y si nos parece que no lo es, siempre podremos recurrir a 1.

Daniel Vicente Carrillo dijo...

Es una respuesta racional. Si hay una causa primera, sus últimos designios son, por definición, insondables, ya que las causas segundas -dispersas y parcialmente en potencia- no bastan nunca para esclarecerlos. El universo es una melodía demasiado compleja para ser anticipada a medida que transcurre. Por tanto, sólo la metafísica puede juzgarlo en base a principios generales, pues la inducción aquí es a lo sumo indiciaria. De modo que si lo creado no desplegase sus fenómenos acorde a las leyes de la causalidad, difícilmente podría atribuirse al acto de un ser inteligente. Y si sólo hubiera un universo posible, no sería válido entender la Creación como un acto voluntario. Pero nada de esto es así, dada la congruencia y la contingencia de todo lo que nos rodea.

Tu crítica vale también para el ateísmo, con más sólido fundamento. ¿Cuál es, según vosotros, la prueba que invalidaría la fe en la eternidad del mundo? ¿Y con qué premisas contáis para calificar a un universo como "mejor" o "peor" que otro en términos absolutos?