I.
Las ideas son imperecederas e inmutables, mientras que lo existente está sometido a un continuo cambio.
Pruébase: Todas las verdades "a priori" son independientes del devenir.
Lo imperecedero e inmutable es más real que lo perecedero y mutable.
Pruébase: Lo que conserva su esencia tiene más realidad que lo que no la conserva. Por ello, las ideas son virtualmente inagotables (de la idea de forma se derivan infinitas formas), mientras que lo que existe en el espacio y en el tiempo está constreñido, al existir de un cierto modo.
La causa es más real que el efecto.
Pruébase: La causa total antecede al efecto total, por lo que requiere menos antecedentes para existir y es, por este motivo, más real que aquello que requiere más antecedentes para existir (i.e., en la serie "N1 → N2 → N3", N2 requiere menos antecedentes que N3, y N1 menos que N2 y N3, por lo que N1 es más real que N2, y N2 es más real que N3).
Por tanto, lo imperecedero e inmutable es causa de lo perecedero y mutable.
Por tanto, las ideas son causa de lo existente.
La relación de causalidad entre las ideas y lo existente puede ser atemporal o temporal. Si es atemporal, causante y causado serán coeternos; si es temporal, el causante precederá al causado, el cual obtendrá su ser a partir de cierto momento.
Si la relación de causalidad entre las ideas y lo existente fuera atemporal, todo lo posible sería real siempre y en todo momento. Esto no sólo es evidentemente falso según nuestra experiencia, sino que lo contrario repugna a la lógica, ya que algo sería una cosa y su opuesto al mismo tiempo (móvil e inmóvil, extenso e inextenso, presente y pasado, etc.), lo que es absurdo. Debe, pues, concluirse que dicha relación de causalidad es temporal.
La relación de causalidad en virtud de la cual lo inexistente deviene existente a partir de cierto momento es lo que entendemos por creación.
Que cualquier realidad pueda existir se debe a las ideas. Ahora bien, que algo exista en lugar de nada, o esto en lugar de lo otro, es un acto del intelecto y la voluntad, por el cual ciertas ideas son preferidas a otras y cierto orden se impone a los demás órdenes posibles.
Ahora bien, las ideas son objetos del intelecto y la voluntad, lo que conlleva que, como tales, carecen de voluntad e intelecto. Puesto que la creación de lo existente es un acto de la voluntad y el intelecto, se sigue que el creador debe ser distinto de las meras ideas, aunque se valga de ellas. También ha de distinguirse de lo creado, ya que nada puede crearse a sí mismo. Es decir, el creador debe ser Dios increado, cuya mente alberga las esencias de la creación, cuyo entendimiento juzga ser mejor un orden de cosas que otro, y cuya voluntad decide hacerlo efectivo en un instante particular.
II.
La mutación indica que el ser en el que se da el cambio era menesteroso de algo que no estaba en él. El deseo es la causa del movimiento del ser fuera de sí, mientras que la causa del deseo es la incompletud. Por tanto, el ser perfecto debe ser inmutable.
De lo anterior se desprende que lo mutable desea aquello que remedia su incompletud. Luego, dado que hay seres mutables, es evidente que desean lo inmutable. De no ser así, desearían su propia destrucción sin anhelo de perfeccionarse, lo que es absurdo, pues conllevaría que la causa del deseo es la completud o su apariencia. Y si bien es cierto que aquel anhelo no puede culminar, ni en virtud del mismo lo finito convertirse en infinito, no lo es menos que cuanto muta lo hace siguiendo el principio de lo mejor (sólo pueden desearse perfecciones), sin el cual no habría razón suficiente para mutar.
Por tanto, toda vez que lo mutable no puede desear lo inexistente y tender a lo inexistente, existe un ser perfecto e inmutable.
Del ser perfecto se predica la unidad absoluta, dado que no es capaz de desear nada fuera de sí. Contiene todo lo existente y es deseado por todo lo existente, de manera que el todo deseado y las partes deseantes no se confunden.
Además, un ser perfecto y absolutamente uno puede albergar la actualización de dos ideas contrarias sin detrimento de su perfección y unidad, ya que es propio de las mentes contener los dos polos lógicos de todas las proposiciones, es decir, la afirmativa y la negativa, y es propio del fin final concordar los opuestos.
Sin embargo, el universo amental y afinalista del materialismo no puede albergar la actualización de dos ideas contrarias sin detrimento de su perfección y unidad, habida cuenta de que o bien desearía ser y no ser, por lo que entraría en contradicción, fluctuaría y no sería perfecto, o bien se escindiría y no sería absolutamente uno.
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