Un moralista es como un pintor descortés que se ocupara de enfatizar sólo las arrugas y manchas de la piel del retratado. Pondría una mueca donde los demás vieran una sonrisa; y en lugar de unas pupilas serenas, dibujaría otras donde el centelleo violento turbara la mirada. Pero, así como el cínico o bien se recrea en la fealdad y la estiliza cómicamente, o bien la sume en el absurdo de la circunstancia, él la deplora hasta hacerla insoportable, extendiéndola sin concesiones a todos los tipos humanos.
domingo, 1 de julio de 2007
Afrenta al buen gusto
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