Calcidio escribe en su comentario al Timeo que las leyes que rigen la naturaleza se parecen más a la santidad imperial que al poder tiránico. Añade que si la razón hiciera violencia a la materia, ambas no podrían permanecer largo tiempo juntas y su unión se disolvería ("Omne porro violentum non diu subiectum conservat sed facile perdit").
Éste ha sido el punto de partida del argumento cosmológico. Y si bien es cierto que todo universo, hasta el más caótico concebible, no podría carecer de estructura matemática, también lo es que en el nuestro la gran regularidad y congruencia de los fenómenos hace posible la ciencia, que no hallaría tierra firme en la que sustentarse si sólo pudiera analizar estados físicos inestables.
La piedad del ateo es triste, porque canta loas a la ciencia y celebra con gran unción sus triunfos, pero no cree en la "santidad imperial" del orden contemplado por ésta. Besa el fruto y escupe en la raíz.
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