martes, 23 de agosto de 2016

Fidelidad del texto sagrado (I)



Alfaquí: No debe sorprendernos el hecho de que el Corán disienta de vuestros libros que vosotros deformasteis y alterasteis.

Cristiano: ¿Quién lo dice? ¿Mahoma tal vez?

Alf.: No precisamente él, sino que lo hemos descubierto nosotros después de él.

Cr.: Y lo habéis hecho concretamente con este argumento: El Corán y ambos Testamentos difieren entre sí. Por necesidad el Corán es verdadero, íntegro, sincero. Por consiguiente ambos Testamentos irremisiblemente están corrompidos y tergiversados.

Alf.: Con un argumento incontrovertible por necesidad.

Cr.: ¿Por qué no volvíais el argumento del revés? El Corán y los dos Testamentos discrepan entre sí. Ambos Testamentos, sacados de las primeras fuentes, permanecen intactos e inviolados, y por lo tanto, son verdaderos. Por consiguiente, el Corán está deformado, desfigurado y es falso.

Alf.: A nosotros nos está prohibido concluir así.

Cr.: A vosotros os está prohibido concluir así, pero a los demás también les está prohibido admitir esa conclusión.

Alf.: Los mahometanos no se preocupan de los demás.

Cr.: Luego no es el camino de la verdad el que os conduce a vosotros al convencimiento sino vuestra superstición. Pero veamos más de cerca la cuestión. Decís que ambos Testamentos están tergiversados. Hablemos en primer término del Evangelio. Nuestro Señor nada escribió personalmente. Lo que hizo entre los hombres no lo escribió uno cualquiera, sino cuatro que pertenecían a épocas y lugares distintos. Ahora yo te pregunto si fueron ellos los que adulteraron el Evangelio. Éstos no pudieron adulterarlo pues surgió de ellos, y fueron ellos mismos los autores. Por otra parte, ¿dónde está ese Evangelio que Mahoma denomina libro de la vida, de la salvación, de la dirección? Antes de este libro del Evangelio no hubo otro, de modo que podamos decir que sea el adulterado y que el otro fuera el libro de salvación. Añade además que estos Evangelios fueron escritos en vida todavía de mucha gente que conoció a nuestro Señor y lo trató, ni tampoco pudieron ponerse de acuerdo en la falsificación tantos escritores, procedentes de lugares y épocas tan diferentes.

Y qué me dices sobre el hecho de que los Evangelios fueron escritos y aprobados por aquellos varones que Mahoma recomienda, diciendo que los judíos se habían mostrado incrédulos con Cristo; sin embargo, algunos hombres, vestidos con túnicas blancas lo siguieron en nombre del Señor, en clara referencia a los apóstoles y a las cartas de Pedro, Santiago, Judas, que estaban entre aquellos varones vestidos de blanco y que concuerdan con los cuatro Evangelios. Pero si ambos Testamentos fueron alterados antes de Mahoma, ¿por qué os remite a la ley y al Evangelio para atestiguar sus propias palabras? ¿Por qué no les mantenía más informados tendiendo a que consideraran adulterados esos libros, ni les advertía de que se guardaran de ser seducidos por el fraude que ellos contenían?

Después de Mahoma no pudieron ser falsificados, pues todo lo que publicaron nuestros escritores antes de Mahoma está de acuerdo con el Evangelio que ahora tenemos, porque tanta cantidad de libros, desperdigada por lugares tan distintos, no pudo falsificarse de común acuerdo. Además, ¿cómo rebatir el que existan todavía textos escritos anteriores a Mahoma en muchas lenguas, como en griego, latín, caldeo, sirio, persa e incluso en árabe, y que ni tan siquiera discrepen en una letra de los que ahora tenemos en uso, precisamente en aquellas cuestiones que se refieren a lo esencial del tema y a los principios necesarios de la fe? Incluso en esas regiones que desde el advenimiento de Mahoma estuvieron bajo el mando y la jurisdicción de vuestra gente, se encuentran antiquísimos ejemplares de Evangelios iguales a los que ahora mismo estamos manejando con nuestras manos. No penséis que Mahoma fue descuidado y pudoroso hasta el extremo de que, si hubiese creído que ambos Evangelios estaban falsificados, lo habría silenciado, puesto que se trataba de algo que tenía gran interés para su empresa.

Además, si nosotros no tenemos el verdadero Evangelio, ¿en qué lugar se encuentra ese libro de dirección y de salvación recomendado con tanto ahínco por vuestro profeta?

Alf.: En el Corán.

Cr.: ¿Cómo, pues, Mahoma remite al testimonio de los judíos y de los cristianos a aquellos que no tienen fe en el Corán? Puedes comprobar que la cuestión se anula por sí misma. Como nuestra religión es totalmente contraria al reino y al poder diabólico, nuestro enemigo en todo momento la combatió y la asedió con todas las armas que estaban a su alcance, sembró entre nosotros toda clase de disensiones y desavenencias, promovió sectas y opiniones completamente absurdas sobre la fe; quienes apoyaban estas disidencias se dejaban llevar por su odio y un rencor más que visceral contra quienes albergaban sentimientos de rectitud y buscaban todo tipo de argumentos para apuntalar su secta. Sin embargo ninguno de ellos nos echó en cara que el Evangelio estuviese adulterado. La controversia surgió a raíz del sentido de las palabras, pero jamás se discutieron las palabras en sí. Si una secta hubiese viciado alguna cosa, sus adversarios estaban preparados para acusarles de falsificadores.

(...)

Con no menos seguridad inventa en el Corán numerosas falsedades, en parte procedentes del Talmud de los judíos, pero que él desfiguró mucho más, como por ejemplo las que se relacionan con Adán, con Caín y Abel, con la apología de Noé, con la muerte de Moisés, con el Faraón, que ordenó que se le construyera un edificio hasta el cielo para poder ver al Dios de Moisés; con Salomón porque se supone que tenía un ejército de hombres, demonios y aves que le rendían pleitesía; con David, al que obedecían los montes y las aves. También tergiversa aquellos pasajes que en el Antiguo Testamento se relatan con claridad y términos sencillos, los cuenta repletos de falsedades, como los referidos a Moisés, al Faraón, a Gedeón y Saúl, a Noé y al arca, a Abrahám y a Lot, a José.

(...)

No es posible, en efecto, que Mahoma leyera uno y otro Testamento, pues, aunque yo tengo un pésimo concepto de él, no creo que fuera tan necio como para cambiar tan descaradamente y tergiversar aquellos pasajes que en absoluto iban en su contra, aunque quedaran intactos. Pero si hubiese existido alguna equivocación en ellos, no era de tal calibre que precisara la corrección divina. Sin embargo, al hablar él mismo sobre ambos Testamentos, por un lado había escuchado algunos pasajes que retuvo mal, y por otro los cristianos y los judíos le habían persuadido de que eran así. De este modo escribió cosas por las que manifiestamente se pondría en evidencia su vanidad y su inexperiencia, y alcanzar la verdad no sería difícil.

Tampoco tenía idea de lo que era el Evangelio a pesar de que a menudo afirma que Dios entregó el libro del Evangelio a Cristo. ¿Acaso pensaba que Dios entregó el Evangelio a Cristo del mismo modo que yo te ofrezco esta pequeña flor? Dios no dio libro alguno a Cristo, ni Cristo escribió el Evangelio, sino que trajo un mensaje gratísimo para el género humano, consistente en la reconciliación del hombre con Dios, en que quedaba aplacada la ira de Dios, cesaba la venganza, y quedaba abierto el camino para volver a Dios. No existe mensaje mejor que éste, pues Evangelio significa buen mensaje.

Del mismo tenor es también aquel pasaje que dice que el libro del Salterio le fue enviado a David, siendo así que fue él quien compuso a cincel los salmos y se los cantó al Señor. Pero, ¡con qué cara, con qué desvergüenza se nos presenta, como si él no hubiese cambiado nada! Si tenéis, dice, dudas sobre estas cosas preguntadles a quienes leyeron el libro antes que nosotros, preguntad a los que leyeron la ley y el Evangelio, a saber, a los judíos y a los cristianos. ¿Puedes llegar a pensar que ese personaje tuvo frente o corazón? Por lógica se deduce que, o no leyó nada pero mantuvo como cierto todo lo que otros le contaron, por todo lo cual sale a relucir su torpeza y su desidia; o si leyó y conoció algo, el hecho de aportar como testigos en favor suyo a aquellos con cuyo testimonio sabe que va a ser condenado es propio de un desvergonzado, no sólo abyecto y envilecido sino también con una gran dosis de locura. Por consiguiente, se da necesariamente una de estas dos cosas: o era él una bestia, o tuvo por bestias a aquellos con los que hablaba.

J. L. Vives

* * *

Nota del transcriptor: Hay alguna pequeña inexactitud en la diatriba de Vives. En particular, se aprecian dos: Sí hubo otros evangelios, llamados gnósticos, que fueron desechados por la Iglesia por su inautenticidad. Por otro lado, no es cierto que entre sectas cristianas nunca se cuestionara la integridad de las Escrituras. Existieron herejes que, como Marción, acusaron a los judíos de haber falsificado el Nuevo Testamento, aunque se trate de una acusación ridícula.

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