Presenciar el sufrimiento atroz, la decepción, la agonía y el total abandono de quien era prácticamente una niña, tras haber suplicado incesantemente por ella durante once meses, ha sido la experiencia más negra y miserable de mi vida. Ser espectador de cómo la inocencia y la piedad eran ultrajadas, del lento ritual que ha culminado en la negación de su humanidad y su eventual muerte, me ha proporcionado cierta comprensión mística del mal, aun al precio de llevarse varios jirones de mi piel. Cuando se da una negación tan intensa de los fines morales, hasta el punto de parecer que la soberanía de Dios es amenazada, la parte se revuelve contra el todo, pero su obrar es un disminuirse que en nada disminuye al todo. De manera que el mal ha de refluir en la gloria, pues si no se diera esta compensación habría mengua en el todo, lo que es imposible.
sábado, 7 de septiembre de 2024
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