jueves, 15 de octubre de 2009

Apéndice




Ser misógino es odiar ciertas características femeninas reputadas inmorales. Lo inmoral, a su vez, es aquello que no puede justificarse mediante la razón y que extiende sus efectos a terceros voluntariamente o sin que se haga todo lo posible para evitarlo.

Eduardo Robredo señalaba en un reciente artículo en el portal Tercera Cultura lo crucial de las emisiones de prolactina o de oxitocina en el organismo de la mujer para que ésta deje de ser una asesina potencial de su propia prole. Sé en quién se basa Robredo para decir lo que dice, y que el respaldo empírico de tales aseveraciones dista mucho de ser un hecho demostrado al nivel de generalización que emplea el artículo. También sé que el escrito no pretende constituirse en prueba de cargo o reproche moral contra la condición humana. Ahora bien, pese a que el autor del mismo disculpe tales crímenes bajo consideraciones darwinistas y reduccionistas, ello no implica que hayan de mostrar similar condescendencia quienes no compartan sus presupuestos infanticidas; infanticidio en este caso según la definición legal vigente.

En apoyo de esta tesis antropológica también podemos leer lo que sigue:


Las feministas y los partidarios de las teorías sobre la “construcción social” del género, han remarcado la gran variación cultural en torno al papel de la madre como un argumento contra la existencia de un “instinto maternal”. Algunos investigadores, como Nancy Scheper-Hughes llegaron a tildar el instinto materno como un “mito burgués” inconsistente con el registro histórico. ¿Cómo era posible sostener el innatismo del amor materno cuando hasta el 95% de los recien nacidos en áreas urbanas de Paris en el siglo XVIII era sistemáticamente apartado de sus madres naturales para ser criados por extraños en condiciones a veces peligrosas e impredecibles?


Me pregunto si, de ser cierto esto, deja algún margen a la autonomía moral de las mujeres, vacilante entre la oxitocina y las redes sociales.

Es una acusación grave, pues, sostener que las mujeres se muestran naturalmente inclinadas a matar a sus hijos hasta que están en disposición de amamantarlos, y ello no por los efectos depresivos del postparto, que no se mencionan, sino por la ausencia de principios morales o mecanismos cognitivos que conduzcan a su identificación natural con el niño. Esta identificación, se nos dice, es un proceso paulatino de tipo sociobiológico cuyo inicio lo señala una irregularidad hormonal espontáneamente generada.

La izquierda política excusa a las mujeres en el caso del aborto (y en el pasado también en el del infanticidio sensu iuridico) con argumentos de tipo económico o de lo que podríamos llamar fuerza mayor. Asume con ello en teoría que ninguna mujer normal siente indiferencia hacia sus hijos, premisa ésta que Robredo rechaza. Si yo creyera las conclusiones de su artículo, tendría un pretexto científico para denunciar la flácida inhumanidad de las mujeres y el peligro de confiarles asuntos políticos, ya que incluso en el terreno en el que la naturaleza las ha dotado expresamente para el cuidado y la custodia de la vida han de recurrir a fuentes heterónomas -esto es, masculinas- para regular su conducta y adaptarla a los estándares de la civilización.

Dicho esto, añado que los hombres son más violentos que las mujeres, pero no necesariamente más inmorales. En primer lugar, porque su valentía es también mayor. Y, en segundo lugar, porque ésta les permite reconocer su culpa con entereza o con cinismo, sin sucumbir a los accesos histéricos que a menudo se dan en la mujer en este trance. Así, la medida de la inmoralidad es siempre la culpa, y en la mujer ésta es signo de una escisión entre su instinto y su función social. Es decir, mientras que en el hombre se da una inadecuación entre su conducta y la moral, por lo que debe sobreponerse a su voluntad, en la mujer ambas están disociadas, por lo que ha de someterse a la voluntad de otro. Enmendarse es masculino y obedecer es femenino. Sin ser la mencionada una regla psicológica que pueda probarse en cada caso concreto, sí se ha de predicar de todas las mujeres en general.

1 comentario:

Clochard dijo...

Mis niveles hormonales me llevan a querer matar a los darwinistas y a los ateos materialistas (vayan ustedes a saber el porqué de esta caprichosa elección de mi materia somática). ¿Es lícito, o debe ser más bien considerado un acto no enjuiciable por ningún criterio ético, dada la inevitable carencia de libre albedrío de nuestra vida biológica?