domingo, 1 de febrero de 2009

Piedra de fundación




La moral no se genera sólo en función de las directrices que conducen a la supervivencia de la especie, y que sus miembros memorizarían hasta integrarlas en la costumbre. Es posible sobrevivir sin justicia, pero difícilmente se abandonará la barbarie en ese estado.

Tu vida y la mía no valen nada fuera de una sociedad que las ampare. Esto es, están sujetas al mismo estado de naturaleza que la de cualquier animal. Instaurar un sistema de valores es someterse a un poder que da o reconoce el valor. Si lo hace de un modo arbitrario, y por tal entiendo un modo falso o infundado, pronto perderá su autoridad, como la perdería el Estado que acuñase una moneda distinta cada trimestre. Mientras que si los basa en la razón (el patrón oro de todas las legislaciones), podrá dirigirse en términos racionales hasta al más irracional de sus súbditos, recurriendo a la fuerza sólo cuando ello sea imprescindible para restaurar el equilibrio.

Ahora bien, si nuestros juicios morales son tan antojadizos como las más inmorales de nuestras pulsiones, y no nos engañamos al respecto, entonces no hay ninguna razón interna para que prefiramos los unos a las otras. Tendremos que movernos en el ámbito de la simple coacción, sin importarnos siquiera su justicia, puesto que no damos a ésta un valor objetivo.

En tal escenario de barbarie el hombre queda reducido a la animalidad, con el añadido de ser una animalidad degenerada, esto es, anárquica. Pero incluso si se llega a un consenso respecto a qué es lo más favorable para la mayoría (lo cual no es necesario mientras los fuertes imperen), será un consenso indocto, con la imprevisión propia de los salvajes, ya que ninguno de quienes han contribuido a formarlo cree en el bien común y duradero.

No hay valor humano que pueda hacerse efectivo al margen del poder estatal. El principio tácito de toda civilización es que ningún inocente puede ser vejado jamás: Cabe obligarle a trabajar o a luchar, pero nunca a morir o a soportar un mal gratuito. Sin este presupuesto, que no admite ni condiciones ni matices, somos bestias viles o demonios, se cancela todo orden y cae toda prerrogativa que el hábito ciego o el terror no respalden. En breve, el derecho a la vida es absolutamente o no es en absoluto.

4 comentarios:

Mckeyhan dijo...

Este Blog me tiene totalmente embelesado... casi atemorizado.... mmm supongo que es bueno. Saludos

Daniel Vicente Carrillo dijo...

Muchas gracias. Últimamente recibo más elogios de los que merezco. Valga como compensación por todos los que dejé de recibir cuando lo merecía.

Al margen, pero a propósito del post y de los merecimientos, he recordado aquel sabio y conocido precepto romano tripartito: "Honeste vivere, alterum non laedere, suum cuique tribuere". El primer mandamiento, vivir honestamente, se refiere a la prohibición de la mentira y la doblez, y vale tanto para el súbdito como para el legislador, que ha de renunciar a la arbitrariedad y deducir sus disposiciones de la recta razón. El segundo, no perjudicar a los demás, es aquel al que me he referido en último lugar como principio tácito de toda civilización. Y el tercero, dar a cada cual lo suyo, se sigue de los anteriores, si la ley es congruente y justa.

Saludos.

Anónimo dijo...

Saludos… llevo un buen rato perdido por tu blog. En este me han entrado ganas de escribir, aunque me disculpo de antemano si cometo barbaridad alguna pues ya es una hora y mi quijotera espera perderse pronto en los mundos de Freud. Es interesante este post y hay mucho de que hablar, pero quisiera detenerme en el primer párrafo y en el último para no atosigar: desde luego no hay moral fuera de la vida social, pero la vida social es la vida humana en estricto sentido. En ella se forja la moral en la medida en que ya nos hemos desprendido del instinto y nos faculta el entendimiento, la voluntad y la razón. Por otro lado yo afirmaría: no hay valor humano que pueda hacerse efectivo al margen de la sociedad. El ser humano es un zoon politikon, pero no necesariamente requiere la existencia del Estado.

Daniel Vicente Carrillo dijo...

Bienvenido, Opusprima.

La soberanía ha existido siempre que se ha dado una sociedad organizada, lo que no significa que tal concepto haya tenido que concretarse en cada caso de la misma manera. Si hay una autoridad (centralizada o no) y una potestad mayoritariamente reconocida sobre la vida y la muerte (ya se ejerza o se retenga), ahí reside el poder soberano, al que llamo "Estado" por economía terminológica.

En fin, si el dilema consiste en preguntarse qué fue antes, la autoridad o el interés social, respondo que no hay prioridad de aparición, pues ambas nociones sólo se disocian en las tiranías, que son variantes patológicas de las distintas formas de gobierno.

Un cordial saludo.