Todo debe regularse, opina el socialista, salvo la vida humana en su origen. La ley rige para el macrocosmos estatal, pero está proscrita en el microcosmos materno, como si se tratase de un reino dentro de otro.
¿Cuál es el fin de esta farsa? Establecer una excepción ilusoria a la soberanía, una concesión única de la civilización al estado de naturaleza. Puesto que no sabemos qué es el hombre, obre cada cual en consciencia y que Dios elija a los suyos. Se vuelve pues al conocimiento privado del bien y del mal, que no puede concederse sin disolver el Estado (Hobbes, De cive).
No se olvide, sin embargo, este axioma político: que cualquier derecho que el poder público reconozca al ciudadano, también se lo reserva para sí contra éste.
"Begoña Gómez y su errónea línea de defensa"
Hace 1 hora
3 comentarios:
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Os quedo muy obligado.
Excelente reflexión. Si la moral es la ciencia del bien y del mal, no puede dejarse en manos privadas, en manos de las religiones. Debe estar en manos del Estado su definición.
Saludos!
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