miércoles, 30 de septiembre de 2009

Leopardi y la misericordia




Fíjate hasta qué punto se ama la debilidad en este mundo. Si ves a un niño que avanza hacia ti con paso inseguro y con cierto aire de impotencia, sientes que ese espectáculo te enternece y te enamoras de ese niño. Si ves a una bella mujer enfermiza y endeble, o si te deprime el presenciar el esfuerzo inútil de una mujer, por la debilidad física de su sexo, sentirás que te conmueves, y serás capaz de postrarte ante esa debilidad y reconocerla como ama de ti y de tu fuerza, y de someter y sacrificar todo tu ser al amor por ella y su defensa. La causa de este efecto es la compasión, de la que afirmo que es la única cualidad y pasión humana absolutamente exenta de amor propio. La única, porque incluso el sacrificio de uno mismo al heroísmo, a la patria, a la virtud, a la persona amada, así como cualquier otro acto del máximo heroísmo y desinterés (y cualquier otra emoción de la máxima pureza) siempre se cumplen porque en esa ocasión nuestra mente estima más satisfactorio ese sacrificio que cualquier ventaja. Y cualquier operación de nuestra alma siempre tiene su origen seguro e inevitable en el egoísmo, por purificado que éste sea, y por ajena que aquélla pueda parecer a él. Pero la compasión que brota en nuestro ánimo al ver a alguien que sufre es un milagro de la naturaleza, que entonces nos hace experimentar un sentimiento del todo independiente de nuestra ventaja o placer, y totalmente relacionado con los otros, sin intromisión alguna de nosotros mismos. Por eso precisamente los hombres compasivos son tan pocos, y la piedad se sitúa, sobre todo en esta época, entre las cualidades más preciosas y más distintivas del hombre sensible y virtuoso. Suponiendo que la compasión no se base en el temor de sufrir nosotros mismos un mal similar al que vemos. (Porque el amor propio es muy sutil, y se insinúa por todas partes, y se oculta en los sitios más recónditos de nuestro corazón, en los que más impenetrables parecen a esta pasión.) Pero si piensas bien verás que hay una compasión espontánea, totalmente independiente de ese temor, y volcada por completo hacia el miserable.