Plotino defendía que nada simple puede ser sujeto y objeto de una misma acción. Tal se desprende del hecho de que el sujeto es causa de su acción y, por tanto, superior a ella, pero no superior a sí mismo. Así, una parte del hombre puede concebir a las demás, pero no a sí misma. Semejantemente, si a un ser le fuera dado el poder devorar todo su cuerpo, debería detenerse en aquel órgano que le permite devorar, no siendo posible que sus fauces entraran en sus mismas fauces.
Por lo anterior, en la teología plotiniana el alma, por ser simple y carecer de partes, no puede pensarse a sí misma por sí misma. Sólo puede lograrlo mediante la Inteligencia, en una suerte de arrebato místico por el cual su parte no discursiva asciende hasta aquélla y deposita en su propio conocimiento lo que allí ha visto. Y esto es así porque en la Inteligencia la intelección y lo inteligible son lo mismo, la suma de todas las formas, sin que se dé una escisión entre el contemplante y el contemplado, ya que la autocontemplación de la Inteligencia no le viene de sí misma, sino del Uno. De ello resulta la siguiente paradoja: el Uno, que por su suma simplicidad no puede contemplarse, es la fuente de toda contemplación, trascendiendo el contemplar y el no contemplar.
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