Y si alguno dijera que aun el uno, sin padecer nada y por el hecho de sumársele otro, ya no sería uno, sino dos, no hablaría acertadamente. Porque no es el uno el que se hizo dos -ni el uno al que se le sumó el otro ni el uno que se sumó-, sino que cada uno de los dos permanece tan uno como era, sólo que el dos se predica de ambos juntos, mientras que el uno se predica de cada uno de los dos en cuanto siguen separados. El dos y la díada no consisten, pues, por naturaleza en una relación. Si el dos resultara de la unión y la unión se identificara esencialmente con la producción de dos, el dos y la díada consistirían sin duda en la tal relación. Pero, de hecho, el dos reaparece en el fenómeno contrario, ya que, al partirse una cosa una, se hace dos. El dos no es, pues, ni unión ni partición, como para poder ser relación. Y el mismo razonamiento es valedero para todo número. Porque cuando es la relación la que produce una cosa, es imposible que la relación contraria produzca la misma cosa de tal manera que esta cosa se identifique con la relación.
Plotino
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