domingo, 8 de junio de 2008

Enemigo sin rostro


I. El creyente aloja a la increencia en su interior, la mantiene cautiva. El ateo, en cambio, está él mismo encerrado entre las paredes de una fe invisible e imprecisa.

II. Al no pronunciarse sobre la naturaleza peculiar del hombre, al que se tiene por bestia adiestrada, el ateísmo es la hidra de todas las éticas de la adulación. Como tal incuba los particularismos ideológicos desde los que cualquier segmento social puede erigirse por razón de clase, raza o credo en juez último de la humanidad.

III. El ateo es un pesimista crónico que observa lo bueno como un accidente cultural y lo malo como un destino natural. Excluyo de esta categoría al progresista, que piensa exactamente al revés, pero que precisamente por eso ni siquiera es ateo por completo.

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