Mi buen amigo Darío, sin blog y sin patria por ahora, ha querido felicitarme el natalicio de esta guisa filosófica. Se lo agradezco mucho, que envejecer no es un trago agradable.
Lo humano entendido como caída, como desarreglo. Como maldad de la que hacerse cargo, con la que cargar; pero no en tanto que la influencia de un cerebro límbico al que la razón completa y con el que es capaz de armonizar progresivamente sino en tanto que un desasosiego más integral, una mancha irreductible: una maldad... gratuita, falta irrebasable históricamente, es decir una mezquindad arbitraria en cierto sentido y heredada como esencial, como vergüenza, algo así como una insuficiencia estructural de la libertad humana que resulta en una batalla individual.
Esta "insuficiencia estructural" entendida como batalla individual supone entonces una renuncia de principio a cualquier ilusión utópica de emancipación colectiva, de fin de la Historia que no coincida con el día del Juicio entendido como la propia ordalía personal.
Toda esta premisa ontológica parece tan fundada en una intuición última de la razón del mundo como en una primera sensibilidad de lo humano como sordidez, como abismo, una convicción aguzada de que el problema no tiene solución inter nos. Queda, por tanto, la virtud como tarea, una bondad graciosa, la fe como punto arquimédico (una fe absoluta en Dios como contrapeso de una absoluta falta de fe en nosotros), la vida como tránsito prometeico cuyo carácter trágico es redimido por la salvación y no por alguna ley evolutiva objetiva o alguna sublimación simbólica subjetiva.
Nos las habemos, pues, con nuestra alma como un producto defectuoso -pero no debido a una tara de fábrica sino al mal uso- que ha de lidiar por cumplir las condiciones de garantía.
Por tanto, no hay esperanza que no sea metafísica, ya que no hay futuro sin gracia.
De algo así o del meollo de todo esto, entiendo, seguramente no del todo bien, que intenta ocuparse la investigación filosófica en la que irichc lleva aventurado largo tiempo.
1 comentario:
Matizar sólo la antítesis retórica que se me atribuye de "fe absoluta en Dios / absoluta falta de fe en el hombre". Yo tengo fe en el hombre, en el individuo, pero no en su congruencia, no en su adecuación a sí mismo. Si el mal moral no puede reducirse al mal metafísico (el mal como imperfección relativa) es por nuestra radical disimilitud con los animales, que consiste en ser libres y en ser conscientes del error.
Parafraseando a Pascal, si el hombre se ensalza, yo lo humillo; si se humilla, yo lo ensalzo.
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