jueves, 4 de diciembre de 2008

Venga la Santa Alianza


Se diría que la Iglesia merece al mundo moderno -o a quienes aspiran a representarlo- un repudio incondicional, ya se muestre intolerante, ya tolerante. Así, a aquellos que ven en las religiones dogmáticas una fuente de conflictos y un desorden moral indeseable tampoco les complace la solución ecuménica, pues aprecian en ella una alianza de teócratas, esto es, un orden moral indeseable. A decir verdad, en Occidente jamás ha habido teocracia, exceptuando tal vez la Ginebra de Calvino y cualquiera de sus secuelas puntuales. Nótese también que no se puede hablar de órdenes buenos "a priori" si se está abogando por el régimen democrático, carente de principios irrenunciables fuera de su propia definición abierta; tanto más cuanto más neutro se lo quiera.

Pienso por ello que, de llegarse a algún acuerdo sobre las confesiones y prácticas, resultaría muy beneficioso para el islam y para Europa. Nada ha de conducirnos a pensar que la Iglesia se radicalizará por entrar en contacto con unas doctrinas que conoce y combate desde hace más de 1.400 años, o que querrá reinstaurar los procedimientos de la Inquisición. Mientras que el caso inverso sí podría darse, y no sería ingenuo esperar tal cosa, puesto que el islam, más aislado y con menos fieles que el cristianismo, carece de una jerarquía universal y, por consiguiente, de exégesis y doctrinas uniformes.

En suma, ni el musulmán está condenado a ser un bárbaro, ni la imagen de incivilización que nos transmite radica sólo en su menor integración al Estado del bienestar, como alega sin pruebas fehacientes la izquierda sentimental y economicista. Por otro lado, el laicismo -un formalismo jurídico con un plus de adoctrinamiento jacobino- no nos garantiza en este siglo global, de grandes y súbitas migraciones, una resistencia segura contra cualquier moral iusnaturalista o revelada sostenida por millones de ciudadanos, y que quizá sean mayoría en un futuro.

Es mucho más probable que el islam acabe aceptando la libertad de consciencia del Evangelio y la racionalidad del Derecho occidental que un horizonte en el que sucumbamos a la sharia. Pero para ello debe haber un diálogo abierto donde no se recurra a falsas proyecciones en la historia, ni a legalismos sin más activo que la fuerza ocasional que los respalda. Si no confiamos en nuestra preeminencia moral, esto es, en la de nuestros antepasados, en lugar de contemplarla culpablemente como una mera superestructura de nuestro mayor desarrollo económico y técnico (o, desde una suerte de cinismo weberiano, como un medio para llegar a él), las barreras que interpongamos entre el fanatismo y el temor que nos provoca no harán más que demorar lo inevitable.

4 comentarios:

Jorge A. Gómez Arismendi dijo...

Hola Daniel espero estés muy bien. Sabes, quería pedirte un favor, quería saber si tienes acceso a los últimos números de la revista Claves de Razón Práctica.

Avisame cualquier cosa.

Saludos

Jorge A. Gómez Arismendi dijo...

A propósito, estaba leyendo algo referente al tema de la Universalidad de valores y los Particularismos según el comunitarismo.

Creo que la clave es entender que lo único universalizable es entender que existen particularismos que no se pueden inhibir y tampoco volverse universales.

Dark_Packer dijo...

Irichc dijo: Es mucho más probable que el islam acabe aceptando la libertad de consciencia del Evangelio y la racionalidad del Derecho occidental que un horizonte en el que sucumbamos a la sharia.

Respondo: De acuerdo, pero sólo en Occidente.

Daniel Vicente Carrillo dijo...

Jorge: ¿Cómo estás? Me gustaría poderte resultar de ayuda, pero no conozco esa revista.

Se ha escrito mucho sobre los valores desde la antropología y la biología. Sin rechazar de plano estos planteamientos, que empíricamente pueden ser válidos, siempre tengo la impresión de que están mal articulados, al partir de una noción animalizada o angelical del hombre. Todo particularismo sostenido por comunidades amplias a lo largo de la historia tiene una razón de ser profunda. No emana, pues, ni de la voluntad pura (que no existe), ni del contagio cultural (memes), ni del conjunto de nuestros instintos (escasos y homogéneos en toda época y lugar). Parten de un fondo irracional al tiempo que suprapersonal. En el hombre tomado como especie hay una suerte de unidad de destino en lo absurdo, pero no somos tan inconscientes como para no reparar en ello nunca.


Dark: Buen apunte. Supongo que hablas con conocimiento de causa. Si fuera como tú dices, nos encontraríamos ante el problema de aplicar de forma localmente diferenciada un ecumenismo concebido como global.