domingo, 25 de febrero de 2007

Cuando la teología salva vidas-II


El suicidio es el acto mediante el cual el alma rinde la última pleitesía al cuerpo, su esclavo natural. Quien desconoce su alma, pues, descubre su esclavitud y sólo encuentra un medio de liberación definitivo: la muerte.

Alguien es esclavo cuando admite serlo. Es un falso dilema el que plantea, entre otros, Séneca: o esclavitud o muerte. La auténtica libertad no depende de concesiones de terceros, sino de una hábil negociación con nuestras carencias.

No hay vida indigna que no pueda ser enmendada, y acabar con una vida digna es un delito. Creo que el suicidio está estrechamente emparentado con la impaciencia derivada del aburrimiento. Es una pérdida del espíritu de claridad, un confundirse con el mundo y con su grosería hasta perderse en él. Es materialismo.

Los suicidas -salvo enfermedad mental- deben ser temidos antes que compadecidos. Cuando uno toma la decisión de suicidarse es como si ya estuviera muerto. Un muerto en vida es un demonio.

Tal vez matarse no sea un crimen, pero es una acción muy indigna. Además es la última, lo que estropea toda una vida: Petrarca a contrario sensu.

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