jueves, 22 de febrero de 2007

Para equivocarse, amigo, hay que elegir


Ser monista es algo muy arriesgado. Implica afirmar que todo se subordina a un solo principio. Según los materialistas, esta piedra angular sería la materia y sus relaciones históricas. Pero a menudo no se repara en que una característica esencial de la materia es la codeterminación de sus distintas partes entre sí (sólo de este modo podemos hablar de historia o de universo), y que si ésta encuentra excepciones, entonces la materia pierde realidad o se ve forzada a redefinirse. El ateo no debe temer, sin embargo. Él, como el conjunto de los escépticos, ni siquiera es monista. No cree que ningún principio rija sobre lo demás: extiende su anarquía intelectual al ámbito de las cosas.

El cuerpo y el alma son, es cierto, realidades opuestas. ¿Y acaso no puede convivir lo opuesto? ¿No están juntas la luz y las sombras, lo infinito y lo finito? Ahora bien, para el dualismo toda oposición significa lucha, ya que sólo una de las fuerzas en pugna puede prevalecer al fin, en detrimento de la otra. El craso dualista es binario, pero el pensamiento sutil es dialéctico.

Y ahora, música.

[05] Of old, when ...

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