viernes, 14 de diciembre de 2007

La belleza




En general todas las mujeres la usan astutamente como arma, sirviendo al poder que no ostentan. Los hombres, en cambio, como reclamo, captando a los cuerpos que no poseen. Toda relación de atracción es una relación de dependencia. Quien no somete es sometido. Y ¿sabías? La belleza de este mundo no quiere adoradores, sino réditos.

4 comentarios:

Äriastóteles Platónico dijo...

Hola, Irichc. Siempre ha sido un placer leer tus ensayos, si bien el carácter contradictorio y evanescente de mis pensamientos me impide dejarte algún comentario de mi autoría que valga la pena que leas. Sin embargo ahora este aforismo tuyo sobre la belleza me parece acertadísimo y muy veraz. Me siento muy honrado de ser el primero en comentarlo.
Saludos cordiales

Daniel Vicente Carrillo dijo...

Gracias, ärias, por tus palabras. Bienvenidos sean los elogios sinceros, aunque resulten inútiles para quien los recibe. Inútiles para el que se ama, que ya creía merecerlos; e inútiles para el que se desprecia, que no les dará fe.

Zápiro dijo...

Saludos, Irich. Creo que tu comentario solo se entiende y cobra sentido a partir de la foto con que lo abres. No te refieres sino a la belleza impenetrable, cortical, la belleza-plasma. También a personas de carne y hueso, sí, pero que no está en nuestra mano tocar: bellezas negociables, con las que siempre se negocia algo distinto.
Otra cosa es cuando la belleza te mira cara a cara y te pregunta ¿QUÉ? En ese momento, y siempre que no salgamos corriendo, pienso que se disuelven las relaciones de poder.

Daniel Vicente Carrillo dijo...

Exacto, Zápiro. Por eso dije "la belleza de este mundo", empleando por ilustración la mundana imagen de una amiga, que además de bella es sorprendentemente astuta.

La belleza sensual es la ausencia de distancia ante lo aparente, y su enemiga es la ironía. Los hombres atraen y anexionan mediante la apariencia psíquica o paradigma; las mujeres carcomen y derriban a través de la apariencia física o hermosura. Por lo que dos individuos no pueden contemplarse mutuamente y saberse bellos sin odiarse al mismo tiempo. No hay, pues, relaciones desinteresadas y universalizables en el terreno práctico, que en consecuencia no define, sino que es definido por la moralidad "a priori" (la belleza que no es de este mundo).

En esto radica el pecado original. En el odio a lo eterno.