martes, 23 de diciembre de 2008

Reflexiones sobre la justicia de las penas eternas




1. Todo castigo es por su propia naturaleza infinito, ya que -mientras el mundo y su orden de causas permanezcan inalterados- resulta irreversible y extiende sus efectos a lo largo de la existencia de quien lo padece. Una derrota no es menor con el transcurso del tiempo, ni debería por ello humillarnos menos. Así pues, para que cese la actualidad del castigo tienen que cesar las demás facultades vitales y, en última instancia, la consciencia. La muerte es el mismo tiempo el cumplimiento y la liberación de la justicia.

2. Paradójicamente, la muerte sólo puede considerarse una pérdida desde la expectativa de la eternidad. Incluso siendo un final absoluto -lejos de quitarnos lo que teníamos, ya nuestro para siempre- sellaría la perfección de una vida, al modo clásico: "aprender a vivir es aprender a morir". Es también el castigo más benévolo desde el punto de vista de su duración, una breve agonía frente a la interminable lucha vital, y de ahí que Séneca la elogiara por proceder cuesta abajo o los budistas la tengan por un premio si supone la extinción definitiva.

3. La vida, a su vez, es sólo un bien cuando nos permite alcanzar el mejor fin, que es la vida buena. La vida desgraciada o malvada es en sí un castigo.

4. Sin embargo, los castigos eternos no castigan los actos punibles particulares (pues de ser así nadie se salvaría), sino la vida que no ha sido capaz de convertirse al bien, estando en su mano y sin que se dé eximente de ignorancia.

5. Es preciso fijar un límite temporal absoluto para dicha conversión al bien, salvo que se la quiera mantener como indefinidamente prorrogable, lo que equivaldría a legitimar la perpetuación del mal.

6. Por otro lado, la muerte es la recompensa por el pecado original, que no cometimos nosotros. Es un castigo temporal, ya que se refiere a una falta concreta incurrida por alguien distinto a mí, cuya consecuencia es la negación del merecimiento que graciosamente se me había atribuido, a saber, la vida. Dios es bueno por no aniquilarnos y es justo por no perdonarnos.

7. La condenación eterna, en cambio, retribuye nuestra vida pecaminosa, que es al acto pecaminoso ajeno lo que el todo a la parte y lo infinito a lo finito. Por tanto, guardando la debida proporción, esta segunda pena no ha de tener fin.

8. Además, una segunda muerte tras la muerte invalidaría a la primera, dejando sin sentido a la vida de la que trae causa. Lo cual convertiría a la primera punición en injusta -abrogándose el Juicio Final- y no iba a dejar a la última menos desprovista de base lógica.

18 comentarios:

Jesús P. Zamora Bonilla dijo...

¿Y por qué no
esto?
A mí me parecen las dos hipótesis igual de pamplinosas.
Por ejemplo: ¿cuál será la persona más vieja que encontraremos en el infierno? ¿Y en el paraíso?

Daniel Vicente Carrillo dijo...

No quise demostrar la verosimilitud de las penas eternas, que será nula en un ateo o en un relativista, sino su justicia. La doctrina del karma es claramente inmoral, y ni siquiera valiéndose de la mascarada de la metempsícosis el fraude pasa desapercibido.

Que un pecador se reencarne en justo para purgar la culpa tiene cierta lógica, pero que un justo se reencarne en pecador como recompensa a su bondad es una auténtica tontería.

Y si hay gente que por su "buen karma" pasado no tiene más remedio que ser buena en la siguiente vida, ¿dónde queda su libertad?

Me desagrada mucho la concepción maniquea del santo, visto no como alguien que lucha contra el mal, mas como quien se ha desembarazado de él como de una "naturaleza extraña". Esto no se compadece con la noción unitaria que tenemos del individuo.

Por si fuera poco, la pérdida de memoria de una vida a otra entraña la no unidad moral de las distintas personas implicadas, a las que no tiene ningún sentido referirse como si fuese la misma.

Daniel Vicente Carrillo dijo...

Lo de la edad de las personas en el paraíso y el infierno supongo que es tan relevante como el número de pelos en la barba de Moisés.

Jesús P. Zamora Bonilla dijo...

No me refiero a la edad que tenían al morir, sino a cuál fue el primero en nacer, y cuándo (¿hace dos mil años?, ¿cinco mil?, ¿un millón?, ¿veinte millones?...)

Daniel Vicente Carrillo dijo...

Sí, ya imaginé que preguntabas eso. Pero igualmente ¿qué relevancia tiene dónde se produce el corte? Para ti el hombre es cuestión de grado y no hay algo así como un primer hombre. Yo no soy de esa opinión. Lo discutí con Abulafia recientemente en los comentarios del post "Condición humana".

Jesús P. Zamora Bonilla dijo...

No es sólo cuestión de gradualismo (por muy gradual que sea la evolución, siempre tiene que dar algunos "saltos", pues los cambios de un genoma a otro son "digitales" -discretos-, no "analógicos" -continuos-; el paso de la evolución es como las imágenes del cine: dan la impresión de un movimiento continuo, pero cada fotograma se diferencia cuantitativamente del anterior). Pero, en fin, este, como digo, no es el punto principal.
Lo que me choca sobre todo es lo de que "la muerte sea el castigo por el pecado original": entonces, ¿por qué mueren los perros, los camarones, los dinosaurios...? ¿y por qué los unicelulares son potencialmente inmortales?

Daniel Vicente Carrillo dijo...

La respuesta es que Dios, maldiciendo a la criatura más perfecta, maldice con ella a las más imperfectas, hasta alcanzar una maldición genérica de la tierra ("maldito sea el suelo por tu causa"). Por tanto, si el hombre perece, se altera la creación toda, puesto que sus partes están conectadas entre sí. Esto puede apreciarse en Eva, que oficia de mediadora entre el animal y el hombre, siendo el hombre mediador entre la mujer y Dios. Y de ahí, estimo yo, que Jesús sólo escogiese a varones para el sacerdocio. Pero esto último ya va más allá de tu pregunta.

Daniel Vicente Carrillo dijo...

Aunque ya lo he dicho en otras ocasiones, puntualizo que mi interpretación del Génesis no es literal, ni creo que haya de serlo en un relato que tiene muchos rasgos simbólicos (Dios antropomorfizado, la "costilla" de Adán, el "árbol" del bien y del mal, los querubines con espadas llameantes a "las puertas" del paraíso, etc.). Adán y Eva son probablemente nombres genéricos para referirse a los primeros hombres, y la caída no es un hecho histórico, sino el relato de nuestra imperfección voluntaria, que Dios conocía desde el comienzo de los tiempos. La Creación está, pues, maldita antes de que apareciera el hombre, en tanto que él es uno de sus fines principales -la autoconsciencia de la justicia- y es un fin frustrado.

Jesús P. Zamora Bonilla dijo...

Uséase, que Dios hizo a TODOS los animales mortales para que el HOMBRE fuera mortal (¿no podrían quejarse de eso los animales?). Por tanto, ¿el pecado original no se hereda sólo para adelante, sino también hacia atrás?

Daniel Vicente Carrillo dijo...

En el mundo siempre hubo lucha e injusticia y nunca fue un paraíso. Ésta era la ilusión que el pre-hombre se hizo en su última fase de animalidad. La ilusión cae al descubrir que es malo y que es mortal, por lo que sólo se siente maldito cuando sabe que su error es voluntario. Entonces comienza la historia.

Si el hombre no hubiera sucumbido al pecado, Dios lo habría sabido antes y la Creación habría sido distinta. En qué sentido, no lo sabemos.

Jesús P. Zamora Bonilla dijo...

Supongo que el descubrimiento de que "el hombre era malo" pudo ser varios miles de años antes o después del descubrimiento de que "era mortal"; en particular, creo que para lo segundo hace falta menos inteligencia que para lo primero. Es más, desde que el hombre descubrió que era mortal, hasta que se le ocurriese que eso podría tener algo que ver con "otra vida", también debió pasar bastante tiempo.
.
Lo de "descubrir que era malo", en mi teoría se limita a darse cuenta de que hay cosas que siente que debe hacer, pero que no las hace porque no le da la gana, y entonces surje el sentimiento de culpa (bueno, en realidad, esto puede ser bastante antiguo; otros primates pueden sentirse mal a causa de la percepción del sufrimiento que han causado en otros). Pero ese sentimiento se referiría al principio, seguramente, sólo a acciones y situaciones concretas, no a una sustancia que unificara todas nuestras acciones (el "alma", p.ej.), que estuviese "corrompida" y que POR ESO hiciéramos cosas que no debíamos. Es decir, los primitivos pensarían algo así como "he hecho mal" y no "soy malo". Esto último no es un "descubrimiento", es, en realidad, una TEORÍA (o "proto-teoría") para intentar EXPLICAR por qué los hombres se comportan de tal o cual manera; seguramente, hasta que no surgió una casta de sacerdotes con tiempo de ocio suficiente para comerse el coco mutuamente no empezaron a cavilar sobre ese tipo de cosas. Pero, ya digo, es una mera teoría, de la que no hay razón alguna para creérsela (salvo la de que ha sido muy convincente para millones de personas a los que esas castas sacerdotales consiguieron comer el coco).

Daniel Vicente Carrillo dijo...

Lo que dices es razonable, pero permíteme que dude de ello, pues yo también tengo una teoría.

La semejanza psicológica que mantienen entre sí todos los hombres -distinguen entre el bien y el mal como absolutos, separan "lo limpio" de "lo sucio", reconocen a superiores morales, honran a sus muertos, etc.- nos ha de hacer cuestionar que su configuración moral haya sido la consecuencia de una serie de hallazgos culturales contingentes, aislados geográficamente y separados por grandes intervalos de tiempo. Sostengo que hay un núcleo mínimo en nuestro ser consciente sin el cual no hay cultura ni hay hombre, y que tal núcleo es esencialmente idéntico dondequiera que encontremos miembros de nuestra especie.

Varias consideraciones me llevan a creerlo. No se puede pensar en una cosa sin hacer reflexión inconsciente de su contraria. De modo que, una vez se supo mortal, el hombre entendió también lo que la inmortalidad significaba, o tuvo un atisbo de ello en forma de revelación todavía no racionalizada, en bruto, muy parecida a una experiencia mística.

Por otro lado, si el hombre se cree inmortal, es decir, infinito, no es probable que se tenga por malo. ¿A qué se consagrará, si todo puede asediarlo con paciencia? ¿Qué respetará, si es tan indestructible como el universo? Prenderá fuego al mundo aunque no le convenga, mientras le apetezca. La voluntad y la inteligencia humanas están disociadas, en eso consiste el pecado original. Sin embargo, la presencia de la muerte, su sentimiento, pone coto a nuestra malicia, sometiéndola a una intensa luz de la que no se puede sustraer fácilmente.

Es por todo ello que el temor de la muerte, la inmortalidad, la culpa y el deseo de redención tienen que darse en un solo golpe, de forma muy confusa primero (como una revelación oracular) y dividida más adelante en distintas concepciones religiosas según sea el grado de su comprensión.

DDAA dijo...

La condenación eterna, en cambio, retribuye nuestra vida pecaminosa, que es al acto pecaminoso ajeno lo que el todo a la parte y lo infinito a lo finito. Por tanto, guardando la debida proporción, esta segunda pena no ha de tener fin.

Pienso que ni tú mismo entiendes tus galimatías. En los comentarios a un post similar de tu antiguo blog te daban un buen repaso.

Daniel Vicente Carrillo dijo...

Tengo por costumbre no publicar nada que no entienda, en honor al goethiano lema del blog. Pero también suelo escribir para personas que no leen descuidadamente y se detienen a pensar, y que expresan sus dudas con respeto.

No he releído los comentarios del post que mencionas, que son muchos y muy dispersos. Es posible que me dieran en ellos un repaso (era tan joven e inexperto...), o no; pero todavía hoy sostengo todas y cada una de las tesis de dicho escrito, recientemente reeditado en FV. Eso significa que estoy dispuesto a volverlo a discutir. ¿Lo estás tú?

DDAA dijo...

No tengo las ganas, el tiempo o la paciencia necesarios para meterme en el berenjenal que me propones, Daniel. Si tus contendientes en aquella discusión, mucho más dotados que el que suscribe, fueron incapaces de conseguir que te apearas del burro, mal lo voy a hacer yo.

Por lo demás es chungo, por no decir imposible, que alguien me convenza de que el sufrimiento eterno es preferible a la no existencia, como sostenías con una tozudez digna de mejor causa (y de mejores argumentos) en la discusión citada.

Daniel Vicente Carrillo dijo...

No he variado un ápice esa opinión. Lo contrario es budismo o simple y llano nihilismo. Pero entiendo que, a la vista de lo que escribes en tu blog, no me lo des por bueno.

DDAA dijo...

El blog es de un amigo que firma como erfoud, que ha escrito todos los posts y está más que harto de que siempre le saquen a relucir cuestiones supuestamente más acuciantes que las que a él le parecen preocupantes (el maltrato animal, especialmente). Yo figuro como autor porque le eché una mano cuando lo montó. Nada más.

Daniel Vicente Carrillo dijo...

Tu amigo dice muchas tonterías, no sé si echarle la culpa a Schopenhauer o a Disney. La cuestión no es que haya asuntos más urgentes que el bienestar de los animales, sino lo estético de esta clase de posturas, que impide que pueda relacionárselas con cualquier cuestión moral seria.