Hete aquí la proverbial simpatía del progresista por el pobre de hacienda, aunque sea un asesino, por aquello de que son "la clase revolucionaria". Pero Jesús dijo "pobres de espíritu", no "de hacienda". Es decir, desprendidos. El "camello" y la "aguja" es una hipérbole que señala precisamente lo explicado: el rico suele ser también avariento. Verlo como un estigma a la riqueza es absurdo, ya que todos los reyes de Israel fueron ricos, mas no reputadamente usureros. ¿Hay mayor necedad que creer que Cristo los suponía condenados por la prosperidad de sus arcas? Cuando Jesús dice que ayudemos a los pobres, obviamente no se dirige a los pobres, sino a los que poseen más de lo que gastan. No son los pobres su público predilecto: son los pecadores, esto es, la humanidad.
Jesús, entonces, también predicó a los ricos, sin hacer acepción de personas. Otra cosa es que quisieran escucharle, o que fueran muchos menos. A uno de ellos le pidió que se deshiciera de sus bienes para seguirle, y no quiso. No se burló de él por rico, sino por avaro. Pues alguien puede ser pobre y despreciable hasta el tuétano, incapaz de compartir el pan, y otro rico y sentar cada día a un menesteroso a su mesa. Ahora imaginad que ese rico lo da todo a la Iglesia para ser perfecto. El progresista -es así de doble- dirá que fue por el miedo al infierno, teniendo la donación por moralmente ilegítima. Sólo cree lo que ve, necesita yugos pesados. Teme, en general, la justicia no escrita, la justicia oculta, y la condena como vana presunción y estela del diablo.
¿Cuál es el núcleo de estas meditaciones? Para el cristiano el problema del mal es una ocasión para el bien, para la excelencia de las almas, que se resolverá y se confirmará con las recompensas ultraterrenas. "A los pobres los tendréis siempre", la carencia es compañera inseparable de la virtud. Jesús vino a salvar lo perdido, no simple y llanamente a mejorar la "calidad de vida" de los desamparados. Así, los pobres son una ocasión para ser caritativos, para poner en práctica el cristianismo.
Pero, ¿qué responde aquí el progresista? "¡Los estáis instrumentalizando!" "La Iglesia -acusa- tiene a los pobres como rehenes morales, los necesita para fingir mejor su superioridad y consumar en público el paripé de la compasión". A lo que contesto: todo aquel que no base su moral en su salvación futura es un idiota o un malvado.Cuando yo ayudo a alguien de manera altruista es porque yo me siento culpable por no ayudar. Y cuando lo hago no quiero que nadie más se atribuya el hecho, pues con ello he sido yo el que ha querido expiar algo. Privarme de mis buenas acciones, delegándolas en lo objetivo o ético, es privarme de mi subjetividad moral.
A los que esto niegan, jamás deis las gracias. Recordadles, cada vez que os favorezcan, que no son ellos vuestros benefactores, sino la bondad universal que actúa a su través y de la que están imbuidos como gráciles marionetas. No sólo eso. Si os prestan socorro, pedídselo otra vez y redoblado, hasta que se excusen por haber hecho todo lo que estaba en su mano. Entonces podréis culparles por situar el "yo" encima del "vosotros". Y si realmente no tienen nada más que dar, incluso en su disculpa tendrán que apelar a su buena acción previa, en lugar de a una teoría sobre las acciones buenas.
No hay instrumentalización en la moral cristiana. Instrumentalizar a alguien es emplearlo para tu provecho, aunque lo perjudiques. El mal, insisto, puede y debe ser un medio para el bien. No hay fines finales, salvo Dios. No hay ningún fin -salvo Dios- que sea tan valioso que no sirva a su vez como medio de otro mejor. Si das dinero por ostentar falsa generosidad, el fin remoto corrompe al próximo, pues no te importa si, más tarde, ese pobre es expoliado por tus sirvientes mientras nadie mira. Siempre hay un bien superior a todas nuestras buenas obras y es nuestra salvación, nuestra reconciliación con la justicia.
Las obras no son buenas en sí, sino que resultan mejores o peores dependiendo de quién las haga. Ved la parábola del hijo pródigo. Regresó a casa tras una vida de dispendio, pero recibió más amor de su padre que su buen hermano, recto desde el principio. ¿Por qué? Porque para el pródigo fue más duro cambiar y retomar el sendero; y el desenlace, aunque tardío, resultó más bello. De nuevo el mal como medio para el bien. De nuevo la subjetividad del agente por encima de la objetividad moral de la obra. De nuevo la pobreza espiritual contrapuesta a la crematística.
Dios no aprecia al soberbio que cumple la justicia sólo porque se cree justo y está en su naturaleza comportarse de ese modo. En cambio, aprecia al pecador que ofrece caridad como tributo por su vileza. Ambos tipos son malos; quizá el segundo sea incluso peor en cuanto al número más reducido e inseguro de obras provechosas, pero es el pródigo el que más encomio merece.
Cuando el ateo critica la escatología cristiana lo hace impugnando la crueldad del infierno, es decir, considerando el castigo como el sumo mal, como si éste no procediese de un mal mayor o causa eficiente, que es la culpa. Pero cuando se trata de valorar los premios del Cielo parece que sean inferiores a la virtud que los propicia, sus insignificantes afeites. ¿Por qué se confunde y contradice así? No entiende que, mientras que el castigo no es causa final del pecado, pues nadie quiere recibirlo (y de ahí la irracionalidad de los que pecan y se hacen merecedores de él), sí lo es el premio de la virtud, que como se ha dicho es siempre expiación subjetiva, una acción destinada a cancelar el mal que se acumula en nosotros. Retribución no es soborno.
A todos los desprendidos me gustará veros en el Cielo, si os lo ganáis vosotros y yo. Querré ver cómo lo despreciáis y acusáis a Dios de mercadear con vuestra moral, ofreciéndoos para el infierno, en buena lógica. Observad que cuando hacéis una obra provechosa y os dan las "gracias" apelan a la gracia de Dios para suplir lo que ellos no pueden daros de vuelta. Negar la justicia de Dios, sus premios y castigos, es como si cada vez que os agradecieran algo rechazarais contrariados ese gesto amable. Como dando a entender: "A mí me basta mi buena obra, ella y yo nos bastamos. Tú, mendigo, eres aquí sólo una excusa, un accidente, y nada tuyo necesito, pues ya soy justo obrando con justicia". ¿Quién instrumentaliza a quién?
Es ésta es la crítica fundamental de Jesús a los fariseos (hoy ateos o maquiavélicos) que habían excluido el principio divino en sus obras, regulándolas hasta la saciedad. Engordaron sus leyes para excusar su flaqueza de individuos. ¿Qué dice hoy el fariseo-ateo? "¡No es mi responsabilidad asumir la miseria! ¡Que lo haga el Estado! ¡Que lo regule y pagaré!". Los fariseos estimaban que ellos eran justos por seguir una ley justa. Jesús les recuerda que es mayor su miseria moral que la miseria física del mundo, que la ley no hace justo al hombre, sino el hombre a la ley. Que deben obrar como miserables, no como justos. Que deben perder su vida para ganarla.
Jesús no quiere sólo cambiar el mundo. El mundo lo puede cambiar -quizá para bien- cualquier terremoto o una copiosa lluvia. Jesús, ante todo, quiere cambiar al hombre. Y el hombre que se cree justo no puede ser cambiado; sólo el que está y se sabe perdido, el que carga sobre él un gran peso y necesita aliviarse de él. Pero ¿a cuántos justos conocéis? Cristo demostró a los fariseos que no eran justos, sino mediocres. El hombre justo, dice la Biblia, peca siete veces al día. Y Jesús dice: nada de lo que hagas te hace merecedor de justicia, porque con ello no buscas tu salvación, sino satisfacer la ley y mostrarte respetable ante el mundo.
Jesús fue un maestro de la inmortalidad del alma, lote que no aparece claramente en todo el Antiguo Testamento, sólo en forma de promesa encriptada. Jesús insiste: tú no tienes la justicia, la justicia no es más que tender a la vida eterna y ser como Dios, que beneficia a buenos y a malos, que es pronto a perdonar a quienes le ofenden. Para lograr la justicia, dice Jesús, debéis haceros odiosos a la vanidad del mundo, cuestionar vuestro derecho a existir, tasar el aire que respiráis como un don gratuito, no como un derecho. Y cuando veáis que no podéis lograr nada por vosotros mismos, entonces, concluye, permaneciendo en las manos de Dios, lo podréis todo, pues la fe mueve montañas. Y cuando creamos que no somos merecedores de salvarnos y que debemos ser fulminados por la ley, Dios nos recordará que vino a morir por nosotros para hacernos libres de esa sentencia ineludible.