domingo, 1 de abril de 2007

Evolución darwiniana: zozobra la antigualla teísta


Entre los cuerpos y los espíritus creo que, cuando menos, existe la analogía de que, al igual que no existe vacío en las distintas variedades del mundo corporal, en las criaturas inteligibles no puede existir menor variedad. Empezando por nosotros, y yendo hacia las cosas más ínfimas, llevamos a cabo un descenso a través de grados muy pequeños y mediante una sucesión continuada de cosas, las cuales difieren muy poco una de otra en cada intervalo. Hay peces que tienen alas, y que no extrañan el aire, y hay pájaros que habitan en el agua, tienen la sangre fría como los peces, y además el sabor de su carne recuerda tanto al del pescado que a los escrupulosos les está permitido comerlos en los días de vigilia. Hay animales que se aproximan tanto a la especie de los pájaros y a la de las bestias que constituyen un eslabón entre éstas. Los anfibios, por su parte, se emparentan tanto con las bestias terrestres como con las acuáticas. Las focas viven en la tierra y en el mar, y los marsupiales, cuyo nombre significa cerdo marino, tienen la sangre caliente y las entrañas de un cerdo. Sin mencionar todo lo que nos refieren los hombres del mar, existen bestias que parecen poseer tanto conocimiento y razón como algunos animales que denominamos hombres; y entre los animales y vegetales existe una proximidad tan enorme que, si consideráis el más imperfecto de los unos y el más perfecto de los otros, apenas observaréis ninguna diferencia de consideración entre ambos. De manera que hasta que lleguemos a las especies más ínfimas y menos organizadas de la naturaleza, iremos observando por doquier que las especies se entrelazan y solamente difieren en grados cuasi-insensibles. Y si tenemos en cuenta la sabiduría y el infinito poder del Hacedor de todas las cosas, tenemos motivos para pensar que la paulatina elevación de todas las cosas, a partir de nosotros, hacia su divina perfección es algo conforme a la suntuosa armonía del universo. Por lo cual podemos estar persuadidos con razón de que por encima de nosotros existen infinidad de especies de criaturas más perfectas que nosotros, pues en cuanto a grados de perfección estamos mucho más alejados del ser infinito de Dios que de aquello que tenga menos perfección. No obstante, no tenemos ninguna idea clara y distinta de todas esas diferentes especies.

Leibniz, siglo XVII.


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