Considera el progresismo que los avances morales se deben a la inteligencia, y a la fuerza los retrocesos. El hombre natural, todo inteligencia y mansedumbre, viviría al margen de las corruptelas de la sociedad, que es para quienes nacen en ella un pacto forzoso y a propósito de la fuerza. Si en la compulsión está el mal, óptese por el mal menor: que sólo uno disponga de ella según normas aceptadas por todos. ¿Cómo se decidirían estas normas? Mediante un consenso inteligente. La democracia sería así la reconciliación del hombre embrutecido con sus orígenes de buen salvaje.
El fatalismo cree que la fuerza y no la planificación racional es la madre y partera de todas las cosas. Por tanto, hágase lo posible para multiplicarla y no se dé el monopolio de la violencia a nadie. Actúe cada cual según le parezca y ello redundará en lo más parecido a un orden inteligente, aunque no intencional. El tiempo y la propia dinámica de los acontecimientos se encargarán de separar el grano de la paja. ¿Cómo se reproduce y optimiza este ímpetu creador? A través del choque constante del máximo número de informaciones e iniciativas. La democracia vendría a ser el régimen donde la libertad individual alcanza un mayor desarrollo.
Fatalismo y progresismo tienen un punto en común: aceptar que la inteligencia está en función de la libertad. Cuando dos ideologías opuestas coinciden en la valoración de un hecho nos encontramos, según el diccionario relativista, ante una verdad contrastable. Según la historia, ante una componenda.
domingo, 28 de octubre de 2007
Convergencia mitológica
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